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Como demuestran numerosos
ejemplos de España y Francia, las ciudades medievales se formaron, en su
mayoría, a partir de un núcleo antiguo que, por norma general, solía respetarse.
En el mundo mediterráneo, el peso de la estructura urbana clásica resulta
primordial. En el norte del continente, sin embargo, las excavaciones realizadas
tras las destrucciones de la Segunda Guerra Mundial han aportado una nueva
perspectiva sobre el funcionamiento de la ciudad medieval septentrional.
Sin olvidar la idea que tenemos de la vida en el campo, podemos afirmar
con rotundidad que en la época del románico se vivía en las ciudades.
Las ciudades medievales contaban con un barrio judío, cuyo
nombre variaba según el lugar y la época. La densidad de esta zona urbana
no excluía la presencia de judíos en otros barrios. Normalmente estaba situado
en la periferia del núcleo urbano y disponía de sus propias instalaciones
comunitarias, como el hospital, los talleres, etc. El barrio judío de Perpiñán,
el Call, constituye un buen ejemplo de este fenómeno de concentración, aunque
data ya del siglo XIII. En 1243 se ofreció un barrio a los judíos de la
localidad, a pesar de que si lo deseaban podían seguir viviendo en otras
zonas, hasta que en 1251, Blanca de Castilla, regente durante la minoría
de edad de su hijo Luis IX y bajo la presión de las reivindicaciones populares,
les impuso la orden de residir en ese barrio. En otros núcleos como Carpentras
(Francia) se produjo, al contrario, un fenómeno de dispersión a cambio,
sin duda, de un pago. El reagrupamiento voluntario de la población judía
en una localidad se suele explicar por la necesidad de estar cerca de los
edificios religiosos judíos; incluso cuando se trataba de una concentración
obligatoria, las razones invocadas también eran religiosas. La sinagoga
era el edificio más importante del barrio. A pesar de los múltiples testimonios
escritos sobre las sinagogas de Francia, apenas se conservan algunos vestigios.
El descubrimiento en Ruán de una sinagoga en 1976 ha permitido
un mejor conocimiento del arte judío del periodo que nos ocupa. Esa construcción
muestra una estructura semejante a la de los palacios normandos, pero su
identificación se ha conseguido gracias a los grafitos de los muros y a
su posición. Fechada hacia el año 1100, esta sinagoga presenta planta rectangular
[FIGURA 1], y el exterior de sus muros
aparece reforzado por contrafuertes y flanqueado por columnas
[FIGURA 2]. La luz entraba en la sala a
través de cuatro ventanas de doble abocinado, rasgo poco común en esta región,
y el nivel superior se iluminaba de la misma manera. Su decoración era magnífica,
aunque de la escultura exterior sólo se conservan las bases, las cuales
nos permiten evaluar la calidad del trabajo [FIGURA
3]. Por último, la decoración de motivos geométricos y vegetales
se asemeja a la de otros edificios normandos contemporáneos, como en San
Jorge de Boscherville. No existe, en cambio, resto alguno de ornamentación
interna, lo que confirma aún más la identidad del edificio. |
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