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I. Introducción

 
Indice
 
Introducción
Presentación
Caprichos
Desastres
Tauromaquia
Disparates
 
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DESASTRES DE LA GUERRA

 
     En 1808, Goya, a los sesenta años de edad, va a ser víctima y testigo de una de la más significativas crisis bélicas de la historia de España: la Guerra de la Independencia (1808 - 1814).
     La guerra fue un motivo suficientemente violento y poderoso como para que Goya volviera a retomar esa frenética actividad de grabar que apenas un reducido número de amigos compartían. De nuevo, como ocurriera años atrás, pensamientos, reflexiones y amarguras encuentran en el dibujo y el grabado el medio natural para expresarse.
     En pocas ocasiones se ha llegado a plasmar con tan escalofriante dramatismo, como en los Desastres de la guerra, los horrores de la guerra, sus nefastas consecuencias y, lo que aún es peor, la muerte de la esperanza ¡en época de paz! Habría que esperar a los actuales documentos cinematográficos para conseguir efectos parecidos a los logrados por esta serie goyesca.
     El pintor vivía en Madrid cuando tuvo lugar el levantamiento de la población el 2 de mayo de 1808, y poco después, en la primera semana de octubre de ese mismo año, se trasladó a Zaragoza, ciudad que había sufrido un largo y destructivo asedio por parte de los ejércitos franceses, llamado por el general Palafox para que inmortalizara con su pintura las glorias de aquellos naturales, según comentaba el propio Goya.
     Es muy probable que los Desastres de la guerra tengan su origen en los sucesos de Zaragoza, pues el pintor se vió inmerso en el mismo escenario de la contienda y en contacto directo con la realidad de una ciudad debastada. Se sabe que allí, pintó algunos bocetos al óleo e hizo varios dibujos. Aunque el primer sitio de Zaragoza pudo inspirar casi una veintena de las estampas que forman la colección, la rapidez de los acontecimientos, su viaje por unas tierras que padecían todo el sufrimiento de la guerra, la generalización a toda España de la sangrienta contienda donde se habían implicado militares y paisanos, la inseguridad y el hambre, fueron circunstancias lo suficientemente poderosas para que esa idea inicial se transformara sustancialmente.
     Goya comenzó a grabar la serie por lo menos en 1810 -en ese año el autor fecha algunas láminas de cobre-, aunque al no haber sido publicada en el momento de su ejecución resulta difícil aventurar cuando la dio el pintor por finalizada, si es que se trata en realidad de una obra terminada. Viviendo todos los artistas de esa época una misma realidad, Goya construyó una reflexión sobre aquella guerra y podemos llegar a creer que, incluso esta serie, fue fruto de una necesidad por parte del pintor, necesidad de trasladar en imágenes su visión del hombre sin tiempo ni lugar, sin héroes ni hazañas. En este sentido, es muy probable que el mismo pintor fuera consciente de la dificultad de venta, pues la estampa de fácil consumo era la que mostraba las batallas, las caricaturas, el retrato de los héroes, etc., en las que no hay asomo alguno de meditación sobre los sucesos, sobre la destrucción que significa la guerra. Además, hay que suponer que Goya desarrolló este trabajo de manera silenciosa, incluso secreta, porque el momento en el que estaba trabajando en ella, era peligroso y tenía conciencia de ello, no en vano cuando deja Zaragoza para trasladarse de nuevo a la Corte esconde sus bocetos pictóricos, bajo una capa de barniz que luego no pudo levantar.
     Desde el punto de vista de la técnica, y visto ya el dominio que Goya tenía de la combinación del aguatinta y el aguafuerte, los Desastres de la guerra presentan una gran innovación: la aguada. Se trata de la aplicación directa del aguafuerte sobre la plancha con un pincel sin que medie protección alguna en ésta. Es una técnica que proporciona suaves tonos rompiendo la brillantez de los blancos pero sin trama alguna como sería el caso de la resina. De gran efecto si se aplica en zonas pequeñas, resulta difícil controlar los resultados en superficies amplias quedando una mayor intensidad en los bordes de la mancha donde ha actuado el pincel, del mismo modo que ocurre en la acuarela.
     La característica fundamental de Goya como grabador es su capacidad para dar nuevas soluciones técnicas ante nuevos problemas y situaciones compositivas. En esta ocasión hay que suponer que la necesidad de soluciones ante las dificultades se extremaron debido a la carencia de materiales que existía en el momento en que el pintor estaba trabajando. Desde esta perspectiva podía plantearse la aguada como la solución dada por Goya ante la carencia de aguatinta, y la mala calidad de los materiales, barnices y resinas, que se evidencian en las falsas mordidas del ácido. Goya emplea en esta serie el mismo lenguaje visual que empleara en los Caprichos, la atención del espectador se centra con el reclamo que ejercen los blancos y que introducen al espectador en el contenido de la estampa.
     Goya traslucirá una profunda amargura al enumerar los horrores y atrocidades de la guerra, no conmueve, hace reflexionar. Los Desastres de la guerra, como tantas veces se ha dicho, no son una proclama, en estas estampas se exalta a la razón y al valor, en la misma medida que se critica el fanatismo, la crueldad, la injusticia y los vicios que trajeron como consecuencia el terror, el hambre y la muerte.
     Por último, en los Desastres de la guerra se denota un apego a la realidad cotidiana que puede explicar la continuidad cronológica que se aprecia en la totalidad de la obra: el levantamiento y la lucha popular, los efectos devastadores de la contienda, el hambre en Madrid, las consecuencias de los siniestros primeros años de reinado de Fernando VII y la esperanza de cambio.
     La serie de los Desastres de la guerra estaba terminada hacia 1815 pero no parece que Goya tratara de hacer edición alguna en aquellos años, muy probablemente debido a las circunstancias políticas de España. Sólo se conoce un ejemplar completo tirado en la época. Se trata del que Goya regaló a su amigo Ceán Bermúdez y cuya hija, Beatriz Ceán de Arana, dio a Valentín Carderera y que en la actualidad se encuentra en el British Museum (Londres). En la primera página de este volumen y con caligrafía de un profesional se lee: Fatales consequencias de la sangrienta guerra en España con Buonaparte. Y otros caprichos enfáticos, en 80 estampas. Inventadas, dibuxadas y grabadas, por el pintor original D. Francisco de Goya y Lucientes, En Madrid. Cincuenta y tres años después de que Goya fechara los primeros cobres la Academia de San Fernando decidía publicar, tras haber adquirido toda la colección de láminas de cobre en octubre de 1862, la primera edición bajo el título Los desastres de la guerra. Esta denominación de la serie inicia el proceso de progresiva universalización de la visión goyesca de la guerra, quedando en un segundo plano esa directa vinculación con la realidad que provocó la totalidad de las imágenes. Ayudó a este proceso, las escenas reflejadas en las estampas. En muchas ocasiones es imposible precisar en favor de quien va la lucha e incluso, a veces, no se puede afirmar quienes son sus protagonistas. La atemporalidad contribuye a ello, no se reconocen héroes ni generales, etc. Son imágenes recogidas de las experiencias vividas; la crueldad, la violencia y la muerte son los protagonistas de una guerra que el artista ve no ya como una contienda entre buenos y malos, sino mala en sí misma y en la que únicamente deja traslucir miseria e insolidaridad; y, al llegar la paz, de nuevo los egoísmos y la irracionalidad, que incluso hicieron que Goya no se atreviera a publicar estas estampas, que lo fueron por primera vez en 1863.
   
 
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