Carta a una opositora

Querida Cristina: Ignoras el grado de raciocinio, cariño y esperanza con el que te escribo esta carta de hoy. Se me ha ocurrido al enterarme del desasosiego que ha podido producirte la propuesta del ministro de Justicia de suprimir la oposición como método de acceso a la judicatura y sustituirlo por una selección de licenciados en Derecho. Ni viejo ni tampoco joven, pienso que mis trienios en el escalafón, aunque pálidos, son útiles para dirigirme a ti que acabas de acometer el duro camino de la vocación judicial, esa senda por la que hay que transitar deleitándonos en su grandeza. Quisiera, pues, ofrecerte reconfortadora compañía sin robarte más tiempo del prudente.

Sé muy bien lo que es opositar y de ahí que no me extrañe que, con estas declaraciones del señor ministro, los buenos opositores os pongáis pesimistas y os desorientéis. El opositor es animal de costumbres -perdóname- y este tipo de salidas, por asombrosas que fueren, os llenan el espíritu de preocupación y temor. La oposición es una noción muy sutil y huidiza que no siempre tuvo buena prensa. Un magistrado me dijo una vez, jugando al despropósito, que la oposición para él era una especie de muerte. No es verdad. No hagas caso a quienes te digan eso de que con la oposición se quema la mejor etapa de la vida. Los verdaderos años son los que se viven a partir de haber alcanzado aquello que legítimamente se ambiciona y, además, a pulso, sin que nadie te lo haya regalado. Tal vez el opositor sea como un esclavo con el doble grillete de la incertidumbre y la fatiga, pero también es cierto que esta reclusión que semeja un limbo insatisfactorio, al final, es fecunda como la tierra fértil y bendita.

Por supuesto que no es esta carta el lugar más apropiado para desarrollar una tesis en defensa de las oposiciones, lo cual dejaré para mejor ocasión. De manera que esto de ahora no pasa de ser un mero esbozo. Sí te digo que desde muy joven tengo una gran admiración por la persona del opositor, empezando por cuando yo mismo lo fui, pero también en el tiempo que me dediqué a la preparación e, incluso, ahora que estoy al tanto de la tuya. Es muy probable que, a lo largo de los tiempos, unos y otros hayamos deformado la figura de las oposiciones. Vivimos en un país en el que la valía se premia con la moneda del desprecio e incluso de la envidia y donde lo que se aplaude y recompensa es la mediocridad.

No sé si sabes que las asociaciones de jueces han reaccionado en contra de la propuesta del ministro. No me extraña. La lógica y la experiencia acreditan que la oposición es el procedimiento que mejor garantiza la ecuanimidad, pues con él todos los aspirantes a juez tienen las mismas oportunidades. Que sean las universidades las que concedan la credencial de juez es abrir la puerta a la discrecionalidad y, lo que sería peor, al clientelismo y la politización. Lo que se consigue con el esfuerzo de una oposición es dado por añadidura, y ni la intriga, ni el favor, ni la servidumbre podrán servirnos de más cosa que de lastre.

Siempre sostuve que la oposición es incompleta e incluso, en alguna ocasión, arbitraria e injusta, pero infinitamente menos que la designación a dedo o la adjudicación al azar. De todos los sistemas de reclutamiento barajados, para mí, hoy por hoy, igual que ayer, la oposición es el menos malo. Como seguro que bien supones, no se trata de defender a ultranza que la memoria sea el instrumento que terminará haciendo un juez sabio y completamente justo, pero lo que sí afirmo es que, puestos a elegir, prefiero el aspirante a juez que se sabe de carrerilla el Código Civil o la Ley de Enjuiciamiento Criminal a aquél que se pasa el día recitando los nombres de políticos u otra gente de poder que pudieran hacerle un hueco en el escalafón. Aparte de que tampoco hay que estar en contra de la memoria, porque sí. Ya sabes que Descartes la aplicaba tanto a los objetos materiales como a las sensaciones de orden intelectual y que, por ejemplo, Locke llegó a considerarla como una habitación del inmenso edificio de la retención. Es con la memoria como estrujamos lo estudiado y lo aprendido.

Estoy de acuerdo con buscar maneras de racionalizar las oposiciones, pero me parece que el mejor procedimiento para asegurar la independencia de un juez es enriquecer hasta donde sea posible su preparación. La cuota de subjetividad de un juez o de un fiscal, algo inevitable, sólo puede contrarrestarse a base de incrementar su técnica jurídica, que es lo que da al Derecho la mayor objetividad posible. Ninguna vía mejor de ingreso en las carreras judicial y fiscal que la oposición salvo los casos excepcionales en que las altas jerarquías de la Magistratura se abren a juristas con méritos eminentes contraídos en el foro o en la cátedra. En un intento de hacer justicia al personaje, yo creo que el cuerpo de opositores siempre ha subido el listón de la moralidad de los funcionarios españoles.

De mi etapa de preparador, me quedó grabado que un opositor, cuando empieza, es como un criatura a la que hay que enseñar a andar o a comer. No es tu caso, pues sé que el tuyo es espléndido, pero una grave desdicha es que a un recién nacido al mundo de la oposición lo guíe alguien no muy preparado. Que yo sepa, nadie se ocupa de regular y menos controlar la preparación. Me pregunto y pregunto si no sería mejor que la Escuela Judicial se encargara de la cuestión, que tuviera sus propios cuadros de preparadores según los territorios o provincias y que se subvencionara a quienes desean y demuestran querer opositar.

Ya sabes que mi interés por la Justicia es casi enfermizo y que hace años vengo pregonando que el problema del poder judicial se encuentra en la difícil disyuntiva de que ser o no auténtico y eficaz, para lo cual o nos ponemos todos de acuerdo o se va al garete sin remisión. Fíjate en el panorama que tenemos. Por citar los casos más recientes y cercanos, ahí están todo un Consejo General del Poder Judicial en situación de parálisis y un Tribunal Constitucional con sus magistrados sometidos a un sinfín de recusaciones. Nadie o casi nadie se da del todo cuenta de que la Justicia se contamina y pudre cuando se entrevera con la política y que la gran tentación del poder es extenderse como una hidra silenciosa, esa planta que le hace temblar a uno de miedo. Con lo que llevo pregonando en el desierto, a mí sólo me queda por decir que allá ellos. Ojalá que cuando tú ingreses haya acabado todo esto, aunque reparar el daño causado no sea tarea sencilla. Los jóvenes jueces tendréis que denunciar estos desatinos y pedir que se sustituyan por la cordura y el sentido de justicia.

En fin. Poco es ya lo que me queda por decirte, salvo que lejos de mí la intención de ilustrarte. Son sagaces aquellas palabras de que la juventud prefiere ser estimulada a ser instruida. Ser joven, como lo es el opositor es ser y sentirse capaz de las más altas y peliagudas metas. Lo más interesante, dice Ortega, no es la lucha del hombre con su destino exterior, sino la lucha del hombre con su vocación. En esa lucha que mantienes con tu propia vocación, que es tanto como decir en esa lucha contigo misma, es donde está el carburante que alimentará perennemente el motor de tu espíritu.

Termino, querida Cristina. No es fácil saber cuáles han sido los verdaderos motivos que han alumbrado la idea del ministro Mariano Fernández Bermejo. El, que fue un opositor brillante y triunfador. Sean los que sean, me parece poco sensata. En cualquier caso, tampoco tienes que darle más importancia de la que tiene. En algunas conferencias o actos públicos, se habla de justicia con la misma falta de equilibrio con que se habla del medio ambiente o de la globalización. La cosa es no estarse callado. Lo trascendental es que el oficio de opositora al que te dedicas con tanta afición como firme voluntad es una bienaventuranza. Tu labor actual se vuelve arte desde el momento que al cotidiano menester y a los ideales los conviertes en una misma cosa.

Desde aquí te animo para que sigas pedaleando. Aún te quedan algunas etapas por recorrer, incluidas las de montaña, hasta llegar a la última de contrarreloj. Sé que eres una magnífica opositora, como antes, en la universidad, fuiste muy buena estudiante. Firme y segura de ti misma, estoy convencido de que no vas a ciegas. Como la lluvia que cae con parsimonia, igual que ese rayo de luz que con timidez se cuela por la rendija de la ventana de tu cuarto, sabes que todo está previsto en el terco andar del camino. Pese a lo que se diga, el opositor, el buen opositor, nunca retrocede. Esa etapa de estudio intenso es una inversión a medio plazo que reporta grandes beneficios.

Mi querida Cristina: tú eres mujer dura como el pedernal y poderosa como el pensamiento, de manera que seguro que habrás sabido entenderme. Recuerda al sabio y santo Job y piensa con él que la paciencia es una apuesta que, tarde o temprano, tiene su recompensa. O, si prefieres, fíjate en tus padres, que los tienes más cerca y que, con muy buena puntería, saben que aquél que la sigue, la consigue.

Y nada más. Te felicito. Muy pronto verás premiado tu entusiasmo. Serás juez con la misma frescura y con idéntica lozanía de este tiempo de opositora. Todo el ánimo del mundo y no menos serenidad. Deseo de todo corazón que al cabo de muchos años sigas con la misma ilusión que ahora.

Javier Gómez de Liaño, abogado y magistrado excedente.