Año bisiesto

Año bisiesto, echa en ganados el resto», «año bisiesto, ni cuba ni cesto», «año bisiesto, pocos pollos al cesto», «año bisiesto, año siniestro», «año bisestil, año vil», «año de nones, muchos montones».

En los tiempos de Roma anteriores a Julio César, las estaciones vagabundeaban, adelante y atrás, por el calendario, pues se creía que la duración del año trópico era de 365 días exactos. Esto daba lugar a un calendario vagabundo, como el que rigió el tiempo entre los egipcios durante más de 4.000 años. Con todo, Tolomeo III, unos tres siglos antes de César, ya había añadido cada cuatro años un día al año.

Visto los inconvenientes de esta falta de precisión, y para luchar contra la corrupción a que esto daba lugar, Julio César reformó el calendario siguiendo los consejos y las investigaciones del sabio griego Sosígenes. Este que a la sazón trabajaba en Egipto, había descubierto que el año trópico dura 365 y un cuarto de día. Para ajustar el año a las estaciones, Julio César decidió añadir un día a un año de cada cuatro para recuperar el cuarto anual perdido. En la era cristiana, son bisiestos los años cuyo número de orden es divisible por cuatro.

En el Concilio de Nicea, del año 325, los Padres de la Iglesia fijaron la celebración de la Pascua en la primera luna llena de primavera. El inicio de la primavera caía aquél año el 21 de marzo, cuando Julio César lo había fijado el 25 de marzo. Habían transcurrido cerca de cuatro siglos, y el desfase era de unos tres o cuatro días que los padres conciliares atribuyeron a un error de Sosígenes.

Cuando en 1582, el papa Gregorio XIII trató de ajustar el calendario solar al civil se volvió a encontrar con un desfase parecido al que se habían encontrado los padres de Nicea: el inicio de la primavera volvía a coincidir el 25 de marzo porque cada 120 años, el paso del sol por el equinoccio que marca la llegada de la primavera se retrasaba un mes. Entonces, los sabios que había reunido Gregorio XIII se dieron cuenta de que el desfase era debido a que la reforma juliana no había tenido en cuenta los cálculos de Hipparques, quien atribuye al año una duración de 365 días, 5 horas y 55 minutos, y aún le atribuye cinco o seis minutos de más.

Para corregir este desfase la reforma gregoriana suprimió cada 120 años un bisiesto. Los años que terminan por dos ceros que, según la regla general deberían ser bisiestos, dejan de serlo excepto aquellos cuyo número de siglos es divisible por cuatro. Ejemplo, los años 1700, 1800 y 1900 fueron comunes porque el número de siglos no es divisible por cuatro.

El día suplementario se le atribuyó al mes sexto antes de las calendas del 1 de marzo, febrero. Para no chocar las creencias y supersticiones populares que consideraban favorables los números impares y dedicados a los dioses superiores, y desgraciados los números pares y dedicados a los dioses inferiores, César asignó al día suplementario el nombre de 28 bis, y no de 29, de ahí el nombre de año bisiesto.

El mes de febrero, del latín februus, significa purificación, purificador [antiguo adjetivo de la lengua religiosa de origen sabino (Varr., L. 6, 13)]; está jalonado de ritos de purificación y de bendición, así como de ceremonias de expiación en favor de los muertos y de la fecundidad de la tierra y de las mujeres. Según Servio (G. 1, 43), hubo un dios infernal que se llamó Februus.

Febrero era como el resto del tiempo, como un cajón de sastre a donde iba a parar todo lo que sobraba o no quedaba bien en otro tiempo. A principios de febrero se celebraba amburbium, rito de circunvalación con oraciones, sacrificios de truchas, de una oveja y de un toro (en cada villa). Los animales que iban a ser sacrificados eran paseados en solemne procesión alrededor de las villas, trazando así círculo alrededor de lo que se pretendía proteger antes de trasmitirle por su inmolación las fuerzas constitutivas de su ser. El día 2 de febrero aún se celebra en todo el ámbito católico el día de la Candelaria, día de purificación.

Del 13 al 21 celebraban la parentalia, un período nefasto para la celebración de matrimonios. La parentalia empezaba con un sacrificio ofrecido por la gran vestal, encarnación de la vida de la ciudad y del orden público. Durante los nueve días siguientes a la parentalia todas las actividades públicas se interrumpían y se celebraba la feralia. Las familias depositaban sobre las sepulturas de sus antepasados ofrendas de flores, especialmente violetas, que aún a día de hoy continúan siendo las flores de los muertos por antonomasia.

Hacía el 15 de febrero se celebraban las lupercalias en honor de Luperco, organizadas por las más importantes cofradías sacerdotales romanas. Después de ser manchados con la sangre del macho cabrío sacrificado en al cueva de Luperco y limpiados con un vellón de lana, los lupercos, seres muertos resucitados, libres y fundantes que volvían del otro mundo, salían a correr desnudos alrededor del Palatino, cargados de símbolos mágicos. A su paso, golpeaban a las mujeres con una fusta hecha de la piel del macho cabrío sacrificado. Las lupercales continúan hoy con los carnavales.

Hay fiestas móviles, porque dependen de las fases de la luna, y fiestas fijas que dependen del sol y se celebran siempre el mismo día del mes, aunque cambian de día de la semana porque cada año común atrasa un día con respecto a los días de la semana y, por ende, cada bisiesto atrasa dos. Si todos los años fueran comunes, cada siete años las fiestas fijas caerían en el mismo día del mes y de la semana. Sin embargo, con los años bisiestos, para que las fiestas fijas vuelvan a caer el mismo día del mes y de la semana, se necesitan 7 años bisiestos; es decir, un período de 28 años, llamado período solar.

El miedo y el terror se apodera de la gente durante un año bisiesto porque es tan nefasto como un año de 13 lunas. En el pasado todos estaban deseando que aquello acabara y dar el salto a un nuevo tiempo. Los cristianos de los primeros siglos estaban contaminados por todas las creencias de los romanos sobre el tiempo y, concretamente, sobre febrero (San Martín Dumiense, De correctione rusticorum).

En los países bálticos se cree que, antes, febrero y marzo tenían 29 días cada uno pero, desde hace tiempo, marzo le robó un día a febrero para vengarse de la gente que está esperando su final y darlo por vencida con el paso de la etapa invernal al período estival. Aún en nuestros días, en muchos países el miedo se instala en el corazón de los jóvenes que tienen que casarse en un año bisiesto: por ejemplo, en diciembre de 2007, en Ucrania, se casaron miles de jóvenes más que en la misma fecha del año anterior para no tener que hacerlo en 2008, año bisiesto.

Los ciudadanos achacan a enero y febrero las dificultades económicas debidas a las compras compulsivas de diciembre y enero. El febrero de 28 días es un mes cojo y, según el dicho popular, «no hay cojo bueno».

En tiempo de Julio César, los emperadores utilizaban y manipulaban el calendario, moviendo, sacando y poniendo fiestas y fechas, a su antojo y según sus intereses. Los políticos de hoy adelantan o atrasan elecciones, promulgan leyes favorables a los ciudadanos para capear situaciones sociales o políticas adversas. Los políticos pretenden hacer del futuro un pasado adelantándose a él y convertir así en propicio para sus intereses el tiempo nefasto de las crisis.

Hoy, como ayer, el ser humano ha soñado con manipular el tiempo a su antojo, ignorando su inexorable enigmaticidad.

Manuel Mandianes, escritor y antropólogo del CSIC.