Hamas: en la derrota está la victoria

Ya casi nadie se acuerda de la penúltima guerra del Líbano, donde se suceden tantas que no se puede hablar propiamente de la última. Verano de 2006, una milicia terrorista, Hezbolá, con muy fuerte implantación en el Líbano, secuestró dos soldados israelíes justo en el momento en el que la la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) iba a denunciar el posible carácter militar del programa nuclear iraní. ¿Casualidad? Lo dudo, no hay casualidades tan burdas en geopolítica y mucho menos en Oriente Próximo. Lo que ocurrió después lo conoce todo el mundo: semanas de guerra, la destrucción de la infraestructura fundamental del sur del Líbano, y nadie se acordaba ya del desafío nuclear iraní. Muy eficaz, pero no sólo en ese frente. La guerra tuvo otras consecuencias. Hezbolá, que no sólo estaba perdiendo prestigio e influencia entre los libaneses que no eran chiíes -o simplemente que no eran pro sirios o pro iraníes-, sino que empezaba a generar rechazo también entre los chiíes más moderados -que se sentían legítimamente libaneses-, salió reforzada a pesar de la evidente defensa que Hezbolá hacía de intereses extranjeros. Después de la guerra de verano de 2006, ni los libanese moderados más valientes y audaces podían osar manifestar la más leve crítica contra la organización filial de los sectores más ulraortodoxos de Irán. Una organización debilitada y desprestigiada renació de sus cenizas como consecuencia de su aparente derrota, una organización chií pro iraní -nación persa y en consecuencia étnica y culturalmente no árabe- se convirtió en el ídolo y héroe de la calle árabe, mayoritariamente sunní. Vamos, un éxito rotundo la guerra. La imagen de Israel quedó seriamente afectada, su enemigo jurado Hezbolá notablemente fortalecido y las aspiraciones de Irán de influir en el Próximo Oriente, trágicamente reforzadas y confirmadas.

En Israel algunos analistas lúcidos denunciaron algunos de estos extremos, y hoy hay pocos que digan que la guerra de 2006 no fue un monumental desastre para los intereses de Israel. El constante acoso y ataque de Hezbolá a pueblos y ciudades del norte de Israel es comparable al de Hamas en el sur. Nadie pone en duda el derecho, la obligación más bien, de un país a proteger su territorio y a sus ciudadanos, pero lo que no se puede hacer es cometer garrafales errores estratégicos por una visión exclusivamente cortoplacista y táctica. Lo que está ocurriendo en Gaza es en gran medida el mismo problema, un Gobierno -por cierto el mismo- que por razones distintas a las de entonces tiene la necesidad de demostrar a su opinión pública que lleva la iniciativa política y de seguridad, lanzando unos intensos ataques contra uno de los territorios más densamente poblados del mundo. Nuevamente un evidente paralelismo entre la guerra del Líbano de verano de 2006 y lo que ha hecho Hamas en Gaza en 2008. Entonces Hezbolá colocaba sus arsenales y lanzamisiles en -o muy cerca de- edificios ocupados por población civil indefensa, a los que por cierto no se permitía salir de sus casas, por lo que cuando se sucedían los ataques de la aviación israelí se producían muy numerosas bajas civiles. Una vez más la coordinación de las tácticas y estrategias de Hezbolá y de Hamas quedan confirmadas, pero lo grave es que parezca que nadie haya tomado buena nota de ello desde 2006. Conviene recordar aquí que la parte más importante del presupuesto de Hamas -que se supone que es sunní- proviene de Irán vía Hezbolá. Las provocaciones siempre han sido moneda de cambio eficaz en ambas organizaciones. La crisis de Gaza sólo es un ejemplo más.

Nadie, insisto, pone en duda el derecho de una nación a defenderse del terrorismo. Hamas es una organización terrorista según los Estados Unidos y la Unión Europea. Ya casi nadie mínimamente informado lo puede poner en duda. Su mal llamado brazo armado, las Brigadas de Ezzedine Al-Qassam, han asesinado a miles de personas en Israel: sí, miles, en autobuses, restaurantes, cafeterías, centros comerciales, mujeres, niños y ancianos. A eso nadie puede llamar resistencia o guerra, por muy guerra asimétrica que digan algunos supuestos intelectuales que el terrorismo pueda ser -que no lo es-, es simple barbarie criminal. Hamas es una organización terrorista que se ha convertido en uno de los principales obstáculos para la paz en Oriente Próximo, y en un pesadísimo lastre para el pueblo palestino. Pero lo que cabe exigir a una democracia, lo que cabe exigir a una nación cuando se defiende, es que entienda cuáles son los intereses que a medio y largo plazo debe defender, cuáles son las consecuencias de sus actos, debiéndose plantear muy seriamente si la muerte de centenares de civiles inocentes es una consecuencia colateral aceptable de la legítima defensa. Yo creo que no, y creo además que no sólo -aunque sí principalmente- por razones morales y éticas, sino también por el inmenso, casi inconmensurable perjuicio que están causando a los intereses de su propio país. ¿Es que acaso nadie se ha dado cuenta en la casi mítica Inteligencia de Israel, de las gravísimas consecuencias que esta decisión sin duda va a acarrear para ellos, para toda la región y para el mundo entero? ¿Es que nadie era capaz de prever que los ánimos se iban a incendiar y desbordar en todo el mundo árabo musulmán? ¿Es que nadie vio que en un momento especialmente convulso, incierto y peligroso esta ofensiva tendría efectos desestabilizadores muy serios?

Ahora tenemos a todos, moderados y radicales, diciendo cosas muy parecidas. Los defensores de la paz y el entendimiento estarán amedrentados y callados, las voces que heroicamente preconizan la reconciliación desde la superación del odio por la pérdida y la muerte de seres queridos -como los ejemplares miembros del Parents Forum-Circle of Families (Foro de los padres-círculo de las familias)- no conseguirán colocar y extender su mensaje de paz y de reconciliación. Alí Abu Awad, hijo y hermano de destacadísmos miembros de Al Fatah -su hermano murió en el conflicto- y dirigente palestino de esta ONG que pasó años en cárceles israelíes, logró convencer a las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa que abandonaran la violencia y que se dedicaran a la resistencia pacífica. ¿Y ahora qué va a ocurrir con el mensaje de no violencia de Alí?

Es evidente que Hamas y sus cohetes, sus bombas y sus fusiles, no podrán acabar con el Estado de Israel, aunque hayan causado y puedan seguir causando muchísima muerte y dolor. Parece claro que perderán militarmente esta confrontación, pero no les quepa la más mínima duda de que saldrán extraordinariamente reforzados política y socialmente en los Territorios Palestinos, en el mundo arabo musulmán y en buena parte del mundo islámico no árabe.

No me cabe en la cabeza que algunos altos responsables de la Administración israelí llamen al combate con una organización terrorista «guerra». Esto no hace más que legitimarlos; otro error más -que también ha cometido Estados Unidos- de una larga lista con consecuencias otra vez graves a medio y largo plazo. No es una guerra en la que las bajas colaterales sean aceptables. Es la lucha contra el terrorismo que vive enquistado en medio de su población civil, lo que en consecuencia requiere de una táctica y estrategia bien distintas a las de una guerra abierta entre beligerantes legítimos.

Estamos sin duda ante la tragedia de las muertes, pero también ante la tragedia geopolítica, por lo que todo esto puede suponer de convulsión sin límites en la región; tragedia por el enconamiento y enquistamiento del conflicto; tragedia por el fortalecimiento de los más radicales, especialmente de Hamas; tragedia por alimentar el sangriento círculo vicioso del odio. Parece que en Oriente Medio todo lo que puede ir mal va a peor. Es la más terrible versión de la maléfica Ley de Murphy, es decir, que todo lo que puede ir mal, irremediablemente irá mal.

El remedio no es sencillo. Lo sabemos todos desde hace décadas. Es la solución de dos Estados, el reconocimiento y defensa al derecho de existencia del Estado de Israel en fronteras seguras e internacionalmente reconocidas, junto a un Estado Palestino, viable, estable, creíble para su opinión pública y para el mundo árabe e islámico y democrático. Esta es la mejor garantía de paz, estabilidad, bienestar, prosperidad y seguridad para Israel, para la futura Palestina, para el Oriente Próximo y para el mundo entero. Todos debemos entender la exponencial capacidad de desestabilización, como fuente de odio y de violencia, que tiene este conflicto. Y por ello, la comunidad internacional y la nueva Administración Obama deben comprometerse seria, inequívoca e intensamente en el relanzamiento urgente del proceso de paz. Pero esta vez con el firme propósito de llevarlo a buen fin. Las buenas intenciones ya no son suficientes.

Gustavo de Arístegui, diplomático y portavoz de Asuntos Exteriores del PP en el Congreso de los Diputados.