Los problemas a los que se enfrentará Obama en 2009

Quienes llevan años soñando con un periodo de calma tras ocho años de turbulencia y guerras se sentirán decepcionados. Desde John F. Kennedy ningún presidente estadounidense había despertado tanta esperanza, pero con una recesión galopante, un billón de déficit presupuestario y 11 billones de deuda, las grandes reformas prometidas -sanidad universal, independencia energética, energías renovables y educación para todos- tendrán que esperar.

Evitar que la recesión internacional se convierta en depresión y que el comercio global, por primera vez por debajo de cero desde los años 30 del siglo XX, provoque una estampida hacia la renacionalización o, lo que es peor, guerras generalizadas como hace un siglo, deberá ser la prioridad absoluta de todo líder responsable, empezando por Barack Obama.

Restablecer el prestigio perdido por los EEUU en los dos mandatos de George Bush será su segunda prioridad, pero el terrible legado que recibe limita mucho su margen de maniobra. La mayoría absoluta demócrata en el Capitolio es una ventaja, pero en las relaciones con los aliados se convertirá en un obstáculo en cuanto toque hablar de dinero y de comercio. Los sindicatos estadounidenses, que le apoyaron masivamente, le pedirán más proteccionismo desde el primer día.

«Mi objetivo es recuperar la política exterior de la Administración Truman [de los Marshall, Acheson y Kennan] y, en gran medida, también del presidente George Bush [el padre del presidente saliente], de Scowcroft, Powell y Baker», afirmó Obama en la principal entrevista sobre política exterior que concedió durante la campaña, el pasado 7 de julio, para la CNN a Fareed Zakaria, de Newsweek.

Se estrena en la Presidencia, según sus propias palabras, habiendo vivido en propia carne el islam moderado indonesio de los años 70 y el subdesarrollo del tercer mundo al que su madre dedicó media vida, convencido de que los principales retos del siglo XXI (globalización, terrorismo, proliferación nuclear, potencias emergentes, guerras regionales y locales, subdesarrollo, criminalidad internacional, genocidios, etcétera) sólo tienen solución con una política exterior bipartidista, mucha diplomacia y cooperación, y una fusión inteligente, como pide Joseph Nye, del poder duro y blando.

Por ello ha mantenido a Robert Gates al frente del Pentágono y ha nombrado a Hillary Clinton secretaria de Estado y al general James Jones jefe de Seguridad Nacional.

«Afganistán, en muchos aspectos, es un desafío a largo plazo aún más complejo y difícil que Irak», escribe Gates en un artículo enviado a Foreign Affairs para la edición de enero. «Irak ha transformado el ejército estadounidense en una fuerza contrainsurgente con un coste humano, financiero y político terrible (...), y Afganistán exigirá un compromiso militar y económico prolongado».

Con los acuerdos alcanzados en noviembre por la Administración Bush con el actual Gobierno iraquí, la retirada gradual de Irak ya está en marcha. En junio de 2009 las fuerzas estadounidenses deberán estar fuera de todas las ciudades, pero hasta 2011, la fecha fijada para completar el proceso, habrá muchas sorpresas. «Tendremos avances y retrocesos, no me ato las manos y tan sólo rechazo de lleno bases permanentes», declaró Obama a Zakaria. «He tenido sumo cuidado en no poner números a la fuerza residual que permanezca en Irak», añadió.

Con el aumento de fuerzas en Afganistán, también en marcha, no mejorarán las cosas si no se gana el apoyo de las tribus principales y ese apoyo, sin estabilizar la frontera afgano-pakistaní, ha sido imposible en la Historia. Sin controlar esa frontera, santuario desde 2002 de Osama Bin Laden y de la dirección talibán, no hay victoria posible contra Al Qaeda.

Los recientes atentados en Bombay complican el proceso, pues sin la colaboración de la India, Pakistán e Irán, los tres vecinos principales, la guerra de Afganistán -que en 2008 ha costado la vida de 300 soldados extranjeros, de 1.300 soldados y policías afganos, y de más de 2.000 civiles- seguirá siendo el primer conflicto internacional. Aunque Obama y los aliados europeos añadan otros 20.000 o 30.000 soldados a los 70.000 ya desplegados, como ha solicitado el general McKiernan, si no se avanza en el ámbito político servirán de poco.

Las elecciones previstas para 2009 en Afganistán e Irak son un problema añadido. En ninguno de los dos países se dan las condiciones para unas elecciones seguras y limpias, pero ¿qué dirigente occidental acepta hoy el precio de desconvocarlas?

Las elecciones del próximo 10 de febrero en Israel y las que deberían celebrarse en las próximas semanas en los territorios palestinos son dos de las causas que han llevado al primer ministro en funciones israelí, Ehud Olmert, a ordenar los ataques a Gaza a finales de 2008. Cualquier muestra de debilidad -piensan en Kadima y en el partido laborista-, aliados principales de la coalición actual, provocaría -temen- una victoria aplastante del Likud de Benjamín Netanyahu. Recuerdan el 96 y no quieren que se repita.

Que Barack se apellide Hussein no hará más fácil un acuerdo entre palestinos e israelíes y el diálogo que abrirá, seguro, con Irán y Cuba tardará en dar frutos. Con la ofensiva contra Gaza, Israel ha limitado el margen de maniobra de Obama en un conflicto en el que pretendía involucrarse desde el primer día.

Anunciando, como ya ha hecho, el cierre de Guantánamo, Obama ha enviado un mensaje positivo al mundo, pero se necesitan reformas legales para saber qué hacer con los detenidos de Al Qaeda a partir de ahora. La reforma de Kioto llevará más tiempo -hay demasiado dinero en juego- y la entrada de los EEUU en el Tribunal Penal Internacional no está en el programa.

La Administración elegida, empezando por Hillary Clinton, es una garantía de centrismo, excelencia, inteligencia y prudencia, pero su éxito o fracaso dependerá de que logre trabajar en equipo y establezca una relación estratégica nueva con Rusia, la UE, China y Latinoamérica.

¿Actuará Hillary Clinton, a las órdenes del hijo de un keniata en la Presidencia de los EEUU, con más responsabilidad y eficacia en conflictos tan destructivos como los actuales de Darfur, la República Democrática del Congo (RDC) y Somalia que Bill Clinton en los años 90? A 31 de diciembre, la ONU reconoce que sólo se ha desplegado a la mitad de los 26.000 cascos azules previstos para la misión de Darfur (Minuad), donde desde 2003 han muerto al menos 300.000 personas y han perdido sus hogares más de dos millones.

La crisis económica y financiera en los países más ricos está provocando recortes drásticos en la ayuda internacional cuando más necesaria es para afrontar los principales desafíos internacionales recogidos hace ocho años en los objetivos del milenio. La ONU está teniendo graves dificultades para mantener la fuerza de 17.000 cascos azules en la RDC, imprescindibles si queremos evitar otra guerra continental.

La UE, que debería llevar la iniciativa, al lado de Obama, en el liderazgo necesario para afrontar los nuevos retos, está atrofiada por la parálisis institucional y la crisis financiera. La Presidencia hasta junio de la República Checa, el único país de los Veintisiete -con Irlanda- que todavía no ha ratificado el Tratado de Lisboa y fuera del euro, no invita al optimismo. Si todo va bien, el referéndum irlandés para salvar el nuevo tratado se celebrará en septiembre u octubre, de modo que las elecciones europeas del 7 de junio seguirán las normas de Niza, y España presidirá la UE en el primer semestre de 2010.

Como señala John Micklethwait en el anuario The World in 2009 del Economist, «cuando termine sus dos mandatos en 2017, si es reelegido, la Presidencia Obama se juzgará probablemente por el nuevo orden que haya logrado construir con las grandes potencias emergentes: China, India y Brasil. Hoy ninguna está en el G-8 y sólo China tiene un lugar en el Consejo de Seguridad». Si no encuentran su sitio en el nuevo orden, montarán sus propios clubes y todos viviremos un siglo XXI mucho más inestable y conflictivo que el siglo XX.

Ocurra lo que ocurra, los EEUU de Obama serán menos poderosos que los EEUU de Bush, pero seguirán siendo la potencia indispensable.

Felipe Sahagún, profesor de Relaciones Internaciones en la Universidad Complutense y miembro del Consejo Editorial e EL MUNDO.