Palestina: una cuestión de existencia

En Oriente Próximo queda muy poco margen para la sorpresa, y la mayoría de los acontecimientos que allí tienen lugar son previsibles.No se trata de ningún determinismo ancestral insuperable ni de ninguna turbia supeditación congénita, pretenciosamente religiosa y antropológica, a un destino cruel e inevitable, como muchos individuos simples y acomodaticios preferirían pensar. No, se trata de algo mucho más terrestre, material y estrictamente imputable a la condición y responsabilidad humanas: la actuación de la lógica misma inherente a las circunstancias y a los hechos que allí se acumulan, a partir de sus propios principios, bases y desarrollos. Es cuestión de ambiciones y miserias humanas y no de hipotéticos mensajes y dictados divinos, aunque con frecuencia se trate odiosamente de mezclar ambos aspectos y hasta de justificar aquéllas con éstos.

Lo que está pasando ahora en Gaza en esa franja atrozmente ensangrentada y ultrajada de la Palestina irredenta y ocupada desde hace tanto tiempo, es una nueva prueba, singularmente cruel y representativa a la vez, de ello. Como en cualquier otro hecho, coinciden y se entrecruzan en el actual planos y ámbitos diversos; entrecruzados, como afirmo, pero diferenciados y diferenciables. Me referiré aquí seguidamente, y con la concisión inevitable, a los que considero en este caso primordiales. En Oriente Próximo, el único margen de sorpresa existente es la dimensión y magnitud que en cada caso alcanzan los acontecimientos, pero no que éstos se produzcan.Ahora vuelve a cumplirse esta norma no fijada ni escrita, pero sí siempre actuante.

Seguramente el mejor ejemplo de esa diferencia existente entre el hecho en sí y la dimensión que alcanza entre el qué y el cómo, es la ofensiva israelí. No constituye sorpresa ni novedad alguna que el Gobierno y el Ejército de Israel actúen nuevamente con impunidad absoluta ni al margen por completo del Derecho Internacional como han vuelto a denunciar prestigiosos especialistas en la materia, pero sí está sorprendiendo a muchos la magnitud y la dimensión de esa ofensiva. Quiero dejar muy claro desde un principio, sin embargo, que a mí no me ha sorprendido en absoluto.

El Gobierno y el Ejército de Israel han vuelto a actuar con impudicia, con brutalidad, con soberbia y con cobardía. Nadie puede discutirle ni negarle a Israel el qué: es decir, el hecho de que se defienda, pero sí el cómo: es decir, cómo lo hace, y ese cómo le despoja de razón en cualquier tentativa de explicación, de defensa o de justificación de sus actos.

Hagamos no obstante varias precisiones al respecto. No cabe hablar, por ejemplo, en lo que sería deseable correspondencia, de Ejército palestino, ni siquiera de Gobierno palestino soberano. Palestina, además, no sólo tendría pleno derecho a defenderse de un lanzamiento de cohetes (¡qué más quisieran los palestinos que así fuera!), sino que tiene derecho a hacerlo de las realidades mucho más aplastantes, dañinas e ilegítimas, que la agobian, que son además cotidianas y no circunstanciales: la ocupación permanente, el bloqueo inhumano, la proliferación planificada e interminable de asentamientos de colonos judíos, el mantenimiento de millares de presos en situación de desamparo jurídico absoluto, el muro de separación humillante... Ese muro que no les ha quitado definitivamente la vida, pero que no les deja vivir. Vuelvo a preguntar: ¿no tiene derecho Palestina a defenderse de tantas provocaciones y agresiones, que son además inhumanas, diarias, permanentes y, al parecer, interminables? ¿No tiene derecho Palestina a seguir resistiendo?

Los responsables israelíes -y los numerosísimos amigos, palmeros y seguidores entusiastas que tiene el Israel sionista, y que son muchísimo más poderosos que los que tiene Palestina- se irritan siempre al máximo cuando sus ofensivas son calificadas de «desproporcionadas» o «desmesuradas». Ahora vuelven a reaccionar de la misma manera.Dejémonos de emplear algo tan lábil, variable, intencionado con frecuencia y finalmente subjetivo, como es la terminología, vayamos al lenguaje de las cifras, que resulta enormemente más claro, realista, contundente y preciso, y hagamos un simple y siniestro ejercicio necrológico comparando los resultados ocasionados: las personas muertas por parte israelí, durante los meses de la pasada tregua, fueron una quincena, y bastantes más de 300 por parte palestina; añádanse a ellos los provocados por la actual ofensiva israelí: 13 entre los israelíes, más de 1.000 entre los palestinos -más de la mitad, víctimas civiles, entre los que hay más de 300 niños-.

Estos son datos, cifras, además de palabras. ¿No está absolutamente justificado, por consiguiente, calificar la actuación de Israel, al menos y como poco, de «desproporcionada» y de «desmesurada»? ¿Es ésta una auténtica ley del talión, la del ojo por ojo y diente por diente? ¿Hasta qué número y en qué proporción una sola de las partes puede permitirse multiplicar a su antojo y en beneficio propio las cantidades? Insisto: los responsables israelíes y todos sus fervorosos seguidores deberían alegrarse de que la mayoría de las veces, y como máximo, su acción merezca sólo los calificativos de «desmesurada» y «desproporcionada». En realidad, se les está haciendo un favor, teniendo con ellos una consideración y prudencia de la que no son dignos. Su acción, como digo, merece que se emplee un vocabulario mucho más realista, preciso y de denuncia.

El otro protagonista del conflicto es Hamas. No seré yo quien exima al grupo islamista palestino de la parte de responsabilidad que le corresponde en el desarrollo del conflicto, y no sólo en su fase actual. He considerado siempre el mensaje de Hamas, y sigo considerándolo así, particularmente anacrónico y reaccionario, y sumamente perjudicial para la sociedad palestina y, por extensión, para todas las sociedades árabes, y en especial y ante todo la dimensión social y cultural de ese mensaje. Pero atribuirle a Hamas la responsabilidad única y la culpabilidad total de lo sucedido es no sólo un falseamiento unilateral e interesado de la realidad sino también una muestra patente de fariseismo político y de mezquina deformación moral. ¿Qué tregua ha roto Hamas, si la tregua ya había llegado a su final? ¿Es, además, Hamas el único responsable de que la tregua no se renovara? ¿Es que existía algún proyecto claro y concreto de nueva tregua que aliviara a los palestinos, al menos en parte, de algunas de esas muchas penalidades aplastantes y permanentes?

El hecho más grave que se ha producido últimamente en el campo palestino es su profunda escisión interna, y de ello si es en buena parte responsable y culpable Hamas, pero no el único. La Autoridad Nacional Palestina, y el principal grupo que la mantiene, Fath, son también responsables y culpables no menos directos y principales de este hecho. Lo cierto es que el movimiento nacional palestino está prácticamente liquidado, y que se ha ido procediendo a su liquidación pretextando que había que construir el Estado.Pero este Estado no era nada más que una promesa inconcreta e insegura, una solución ficticia y estrictamente hipotética por carecer en realidad de los apoyos sólidos y firmes necesarios para su consecución, una entelequia. Liquidar el movimiento nacional palestino con la excusa de construir el Estado palestino ha sido un error político monumental cuyas nefastas consecuencias se están pagando durante esta última fase y se seguirán pagando durante mucho tiempo todavía. Los grandes errores políticos son muy difícilmente subsanables y, si llegan a subsanarse, es a costa de más esfuerzos, tragedias y dolores. De toda esta nueva catástrofe palestina sí es en parte responsable y culpable Hamas, pero repito que no ha sido el único. La ruptura de la unidad palestina solamente puede ser remediada mediante la reconstrucción de la unidad. Y esta es una tarea que incumbe ante todo a los palestinos, aunque no es menos cierto que las ayudas que reciben desde fuera para la recomposición de esa unidad totalmente necesaria, y para la construcción de un Estado que merezca tal consideración, siguen siendo mínimas, totalmente insuficientes, y en gran parte hipotecadas y engañosas. Nada de esto tampoco es nuevo, sino nueva repetición de lo practicado tantas otras veces con anterioridad.

Estos son los protagonistas internos en la actual fase de desarrollo.Junto a ellos están los externos, a los que no me queda margen para referirme con un mínimo detalle. Uno de esos protagonistas, seguramente el principal es la Administración estadounidense, pero ésta es en realidad cómplice de Israel y su papel y su credibilidad, por consiguiente, están invalidados. La Unión Europea y el bloque árabe llamado moderado con Egipto a la cabeza, tienen razón al afirmar que no existe una solución militar al conflicto, y siguen insistiendo, por consiguiente, en la vía política y diplomática.Nada habría que objetar al respecto en teoría, pero sí totalmente en la práctica, porque la vía política y diplomática no ha sido hasta ahora sino una sarta inagotable de iniciativas ineficaces y evasivas, carentes además de una auténtica equidad en el tratamiento de las partes del conflicto, y finalmente han favorecido siempre mayoritariamente a Israel.

Un importante escritor palestino contemporáneo excelente conocedor y exponente además de su pueblo, Rashad Abu-Sháwir, ha afirmado con sumo acierto que «la cuestión palestina no es preferentemente una cuestión de fronteras sino una cuestión de existencia». Aquí está el quid fundamental del problema: Palestina también tiene derecho a seguir existiendo. Se ha puesto de moda últimamente distinguir entre «palestinos buenos» y «palestinos malos». Esta abominable distinción les resulta sumamente grata a los dirigentes sionistas de Israel -lo que ya es de por sí enormemente significativo- y a muchos de los alineados en el bando de los falsamente equidistantes.Hay sólo palestinos y palestinas, hay sólo Palestina. Y hay que dejarles vivir. Con honra, definitivamente, con soberanía plena en el trozo de tierra y de patria que les han prometido durante tanto tiempo sin que se haya cumplido hasta ahora esa promesa.

Pedro Martínez Montávez, arabista y catedrático jubilado de la Universidad Autónoma de Madrid.

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