Los conflictos pasan por las urnas

En los últimos 15 años, se ha ido reproduciendo un fenómeno siempre vinculado a situaciones de conflictos de cierta o de gran intensidad. Conflictos de geometría muy variable, en los que los actores implicados, o la propia comunidad internacional (con todas las cautelas en relación al significado de tal denominación) han concentrado toda su atención en procesos electorales. Esto no es malo en sí, pero en diversas ocasiones se ha incurrido en lo que se puede denominar "una sobrecarga de expectativas y de responsabilidades" sobre el proceso electoral, como si este, por sí solo, hubiera de tener la capacidad de resolverlo todo de golpe. Es decir, todos los problemas de construcción de la paz, de reconstrucción material de un país, de reconciliación entre gentes que han padecido en primera fila los efectos del conflicto. Podemos añadir la reconstrucción (en muchos casos, construcción desde cero) de instituciones públicas, leyes, sociedad civil. Francamente, algo de balance deberíamos hacer de estos 15 años. El método es relativamente simple: se trata de no poner todo el peso en las elecciones, y sobre todo, no hacerlo de forma reduccionista, es decir, con la exigencia de resultados muy inmediatos.

La razón es bien simple, el día de las elecciones como tal puede ser tranquilo (en términos relativos), pero de ello no podemos deducir ni garantizar que las élites que salen del sufragio se vayan a comportar de modo constructivo y acorde con los fines de la convocatoria electoral. Por ejemplo, en la extinta Yugoslavia, y sobre todo en Bosnia Herzegovina, hemos podido asistir a años y años de contorsiones políticas por parte de los cargos electos, cuya agenda consiste en no cumplir con sus funciones. Luego, por razones políticas muy complejas, en unos sitios la normalización institucional se consolida más rápidamente que en otras. Eslovenia, Croacia, Serbia o Macedonia son casos interesantes de comparar. Pero en todos ellos, de un modo u otro, el hecho de que haya habido elecciones sustantivas (abiertas), a largo plazo han tenido o están teniendo efectos positivos en comparación con el escenario contrario, a saber: nada de elecciones hasta que esté todo resuelto.

Por ejemplo, hubo elecciones en Irak después del 2003 y ahora (las elecciones provinciales, hace unos días). Los medios internacionales consideraron, con razón, que estas han ido bien, porque el punto de partida eran las anómalas condiciones electorales de hace cuatro o cinco años, tan anómalas que eran imposibles de certificar a nivel internacional. A la vez, la participación ha sido más baja (el 50%), pero la incorporación del electorado suní, sustancialmente más alta. Por tanto, este último dato y la ausencia de incidentes significativos son lo más positivo del proceso. Pero solo a medio plazo, con varias elecciones sucesivas en la misma dirección, se podrá considerar que la tendencia se consolida.

En otras ocasiones, por el contrario, que las elecciones sean abiertas, limpias, internacionalmente validadas, no resuelve lamentablemente el problema, y son la antesala (no la causa) de una crisis mayor, por ejemplo las elecciones palestinas del 2005 y del 2006. Se tardará tiempo en tener de nuevo una oportunidad parecida y, a la vez, no sería necesariamente una buena idea forzar unas nuevas elecciones, si no están acompañadas o precedidas por otras medidas de resolución del conflicto, intrapalestinas y con Israel. Europa y Estados Unidos tienen ahí un reto monumental.

Ello lleva a otra consideración paradójica, y es que el mismo conflicto, en un sistema político de elecciones abiertas y de democracia representativa como es Israel, condiciona hoy totalmente la campaña electoral, pero lo hace en sentido contrario a como lo hizo hace casi 20 años. En la actualidad, y muchos analistas israelís coinciden en ello, el conflicto ha escorado a todas las fuerzas políticas relevantes --menos a alguna testimonial de la izquierda y los partidos árabes-- hacia posiciones más beligerantes, menos negociadoras, más radicales en suma. ¿Se hacen eco los partidos del sentir de la población, o la correlación es más complicada? El problema es que desde el final del proceso de paz, en septiembre del año 2000, las elecciones que se han sucedido han derivado en la misma dirección. Con lo cual, han sancionado democráticamente unas opciones de gobierno probablemente más intransigentes.

Hay más casos, más ejemplos. Por citar uno: ¿qué nos depararán las próximas elecciones libanesas (que están previstas para junio de este año)? Serán un indicador sólido de la reincorporación de todos los grupos políticos libaneses a las instituciones estatales, al espacio público, empezando por Hizbulá. De ser así, será positivo desde todos los puntos de vista, porque es indispensable un Gobierno y un Estado sólidos e integrados en Líbano para que se pueda pensar en una mayor estabilización regional, y para que la misión de la Organización de las Naciones Unidas --Finul-- pueda cumplir sus funciones.
Se trata en suma de ponderar la importancia de los procesos electorales, mantenerlos como exigencia política, pero no sobrecargarlos con responsabilidades que unas elecciones por sí solas no pueden resolver.

Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política y analista en el Ministerio de Defensa.