Israel acorralado

Nunca ha sido Israel tan poderoso como en la actualidad. Jamás ha tenido unas fuerzas armadas tan potentes y bien pertrechadas. Su población ha crecido más allá de los pronósticos más optimistas. Su tecnología es puntera a nivel mundial. Su industria exporta a todo el mundo y es mayor que la de todos los países árabes juntos. Su alianza con Estados Unidos parece inquebrantable y además posee armas nucleares.

Al mismo tiempo, sus adversarios jamás de los jamases han parecido tan impotentes. Todos los países árabes juntos no pueden ni soñar en atacar a Israel. Sus ejércitos son inoperantes. Su equipamiento, generalmente soviético, está obsoleto. La Rusia actual, pese a las bravuconadas de Putin, nada puede hacer por sus antiguos aliados. Gaza ha sido arrasada y lo único que han hecho ha sido elevar tibias protestas verbales, y en algún caso romper las relaciones que mantenían con Israel desde los Acuerdos de Oslo. Ni siquiera se han atrevido a insinuar un embargo petrolífero como el de 1973; no con las tropas norteamericanas en Irak y en media docena de países más de la zona.

En cuanto a los palestinos, la única baza que les queda es la obstinación. Las tácticas de guerrilla funcionan cuando los ocupantes están mezclados con los ocupados, pero los israelíes se sitúan casi siempre en compartimentos estancos, totalmente separados de sus víctimas. La estrategia israelí de compartimentación territorial ha funcionado estupendamente. Los palestinos se ven despojados de su territorio hectárea a hectárea, y son confinados en zonas cada vez más reducidas. Les quitan unas hectáreas para levantar un muro de separación, para construir una carretera, para ampliar un poquito un asentamiento ya existente, para instalar un puesto de control... De esta forma pierden cientos e incluso miles de hectáreas cada año. La insurgencia palestina no ha sabido romper este acorralamiento geoestratégico y su única respuesta ha sido el ataque de represalia contra la población civil, es decir, el terrorismo.

Los líderes palestinos han demostrado su incompetencia. Mahmud Abás es una figura casi decorativa. La cúpula dirigente de la OLP está devorada por la corrupción. Los líderes de Hamás parecen más honestos, organizados y enérgicos, pero han demostrado estar dispuestos a sacrificar sin un parpadeo al grueso de su propia población civil en batallas que carecen de un propósito estratégico claro. Sus injustificables ataques contra civiles inocentes e indefensos sólo sirven para justificar las masivas represalias israelíes, que les devuelven la jugada multiplicada por cien o incluso por mil.

Sin embargo, pese a todo lo expuesto, Israel está a la defensiva y se comporta como una guarnición sitiada que de vez en cuando hace salidas para intentar aliviar el cerco. Los cohetes de Hamás y de Hezbolá, militarmente irrelevantes, demuestran que, pese a su enorme poderío bélico, Israel es incapaz de garantizar la seguridad de sus civiles. El muro de separación, que tanto dinero ha costado y tantísimo daño ha hecho al buen nombre de Israel en todo el mundo, ha resultado ser inútil para impedir los ataques terroristas (aunque ha servido para arrebatarles más tierras a los palestinos).

Desde hace 60 años Israel consigue una victoria tras otra. Lo que nunca consigue es 'la victoria' porque sus adversarios se niegan a rendirse. Esto sucede por dos razones: en primer lugar, los métodos de los israelíes crean un resentimiento feroz entre sus víctimas, haciendo que el afán de revancha obnubile cualquier cálculo racional sobre las fuerzas enfrentadas, las oportunidades reales de victoria y la ponderación costes-riesgos-beneficios, que llevaría a los países árabes a negociar el mejor tratado posible y firmar la paz, no un simple armisticio, sino la Paz. En segundo lugar, nunca se insistirá lo suficiente en que esta guerra es una lucha por el territorio y por ninguna otra razón. Los palestinos pelean por sus tierras y por sus hogares, para no perderlas o para recuperarlas si ya las han perdido. El terrorismo es el resultado de la desesperación. Por eso los atentados, además de ser deleznables moralmente, suelen ser totalmente irracionales e incluso contraproducentes desde el punto de vista político y militar.

l final, el tamaño importa. Israel es demasiado pequeño para obtener la victoria definitiva, destruyendo por completo a sus adversarios o forzándoles a hincar la rodilla y someterse. Algunos creen que la solución es crear por la fuerza un mini imperio judío étnicamente puro que abarcaría Gaza, Cisjordania, el Golán, el Sinaí, la ribera Oeste del canal de Suez, el tercio sur de Líbano y la cuenca Este del Jordán. El problema es que este super-Israel, de poco más de 140.000 km², tendría una cuarta parte de la extensión de España o Francia. Seguiría siendo por lo tanto un país pequeño rodeado de enemigos muchísimo más extensos y poblados, repletos de refugiados y fugitivos de las conquistas israelíes, amargados y decididos a vengarse aunque les cueste cien años.

Mientras tanto, en Israel sigue sin haber gobierno. Los resultados de las elecciones del pasado martes son espeluznantes. El partido más votado, Kadima, obtiene 28 escaños ¡en un Parlamento de 120! La alianza más lógica, Kadima y Likud, se ve dificultada por las rivalidades personales entre los dirigentes de ambos partidos, aparte de que necesitarían otros seis escaños para conseguir la mayoría absoluta. La atomización del espectro político israelí no es casual. La población percibe lo apurado de la situación y dispersa su voto porque nadie parece saber cómo escapar de este grave atolladero geoestratégico.

Israel lo tiene todo a su favor, salvo el futuro.

Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el Mundo Árabe.