¿Cuánto gasta un piso?

¿Cuánto gasta un piso? Nadie lo sabe. Todo el mundo sabe cuánto gasta su coche, pero no cuánta energía consume la casa en que vive. Hice la pregunta en un seminario sobre arquitectura y construcción sostenibles. Los asistentes, aún siendo jóvenes arquitectos llenos de inquietudes, pusieron cara de pasmo.

El consumo de combustible de un automóvil depende de la conducción y de la carga, claro, pero el fabricante declara el consumo basal del vehículo a 90 km/h y descargado. Más que declararlo, lo publicita, porque el bajo consumo es ahora argumento de venta. Los haigas americanos de los cincuenta, aquellos deslumbrantes armatostes que compraban los estraperlistas, tragaban 20 o 25 litros cada 100 kilómetros. Hoy, no los querríamos ni regalados.

Los motores actuales no son peores ni menos potentes porque consuman solo seis o siete litros cada cien kilómetros. Al contrario, son mejores. Como quiera que sea, sabemos cuánto gastan y lo valoramos. Pero ignoramos que nuestros edificios demandan entre 100 y 150 kilowatios/hora por metro cuadrado y año, algunos incluso 200. Son como los haigas, pero no nos percatamos de ello y, pues, no nos preocupa.

El consumo energético de un edificio, por otra parte, empieza mucho antes que nadie lo ocupe. Se inicia con la obtención de los materiales constructivos y con la manera de llevar a cabo la obra. Hace ya 10 años que el Informe MIES, efectuado por la Universitat Politècnica de Catalunya, determinó que en la construcción del edificio de la Escola d'Arquitectura de Sant Cugat se había consumido una tercera parte de toda la energía que el edificio demandará a lo largo de su vida útil, estimada en unos treinta años. Sobre eso, tampoco suele haber cálculo previo alguno.

Y menos aún sobre las emisiones de dióxido de carbono que la construcción comporta. La pose sostenibilista en boga --demasiado ateo de comunión diaria-- se extasía ante los paneles fotovoltaicos o supuestas circulaciones miríficas del aire con arreglo a unas flechitas dibujada en los planos y jamás verificadas en la realidad, pero no se pregunta por el costo energético y las emisiones de CO de los materiales y de los procesos constructivos. No es lo mismo recurrir al cemento armado que a los materiales cerámicos, al vidrio, a la madera o al acero. Las emisiones pueden multiplicarse por 100 o incluso más.

El caso es que sabemos hacer casas con bajas emisiones de CO y con discreta demanda energética, entre cuatro y seis veces menor que la de los edificios convencionales. Sabemos cómo hacer pisos que se las arreglen con 25-35 kilowatios/hora por metro cuadrado y año. O sea, pisos que, perfectamente climatizados en invierno y en verano, reducen a una cuarta o quinta parte la factura de la electricidad o del gas. Me pregunto por qué nadie lo exige aún, y más cuando la vigente Certificación Energética de Edificios ya establece un escalado que va de la G a la A, como en los electrodomésticos (el nivel D es el mínimo obligatorio en obra nueva, según el Código Técnico de la Edificación).

También me pregunto por qué no se acometen rehabilitaciones de obra antigua para mejorar el rendimiento energético. Podríamos empezar por edificios de uso público, por su valor ejemplarizante. En épocas de crisis y de fomento de la inversión pública para la reactivación de la actividad económica, sería una medida doblemente oportuna. Invertir para ahorrar y ser más eficiente y competitivo es una jugada redonda.
Igualmente se puede mejorar, y mucho, el rendimiento hídrico. El consumo medio de agua en España es de 160 litros por persona y día. En zonas de vivienda unifamiliar con jardín y piscina es más alto, del orden de 300 o 400 litros diarios por residente. Pero, más que en el consumo, hay que fijarse en la demanda a la red, porque el agua de lluvia puede capturarse a nivel doméstico y la misma agua se puede recircular más de una vez en cada hogar.

En el área de Barcelona, tras las últimas zozobras, la demanda por persona y día no llega a los 120 litros. Pero el centro que la Fundació Catalana de l'Esplai tiene en el Prat de Llobregat, un edificio de oficinas con 250 trabajadores y un albergue de juventud con 334 camas, está por debajo de los 70. Gracias al diseño de su circuito (recogida de agua de lluvia, rescate de las aguas grises de duchas y lavabos, que se tratan y reenvían a los depósitos de los WC), la demanda de agua potable a la red se reduce a la mitad. Lleva más de un año funcionando, de modo que estos datos no son especulaciones, sino constataciones. ¿Por qué no se generaliza esta práctica, ya?

Las rehabilitaciones energética o hídrica exigen obras, cierto es. Pero no más que las que debieron hacerse con ocasión del cambio de gas ciudad a gas natural (hubo que substituir todas la conducciones, ya se nos ha olvidado). Pero no más que las correspondientes a la instalación de fibra óptica o cable. O las de instalar teléfono o antenas de televisión donde no había. No más que las hechas para dotar de cocinas o baños modernos a las casas con retrete o cocinas de carbón. Se hizo en las últimas cuatro décadas y ahora toca poner al dia la eficiencia energética e hídrica. Respóndase: ¿cuánto gasta su piso, el antiguo de toda la vida o el nuevo que piensa comprarse?

Ramon Folch, socioecólogo, Director general de ERF.