Sin arrugas en el cerebro

El pasado día 22 de abril la neuróloga italiana Rita Levi-Montalcini cumplió cien años. Hija de Adamo Levi, un acaudalado ingeniero, y de Adele Montalcini, pintora con talento, Rita creció en una atmósfera familiar muy especial. A pesar de ello, la neuróloga reconoce que su padre imponía en casa el estilo de vida victoriano, donde todas las decisiones las debía tomar el cabeza de familia. Según ella, su padre era de la opinión de que una carrera profesional interfería en los deberes de esposa y madre. Por ello, decidió que sus hijas no iniciaran estudios que supusieran el acceso a la universidad. Pero Rita tenía otros planes.

«Con veinte años me decidí por fin a decirle a mi padre que no tenía ninguna gana de ser esposa y madre, sino que prefería estudiar medicina. Mi niñera acababa de morir de cáncer, y un año después murió también mi padre de un ataque al corazón. Eso me llevó inevitablemente a la medicina», dijo en una entrevista concedida tras la obtención del Nobel. Se convirtió así en una de las siete mujeres, junto con 150 compañeros masculinos, que en los años treinta estudiaron medicina en Turín. En 1936, consiguió la licenciatura; tras ella, comenzó tres años de especialización en neurología y psiquiatría.

Ese mismo año, Mussolini dictó el 'Manifiesto para la defensa de la raza', que impedía el desarrollo de la carrera profesional a los ciudadanos italianos no arios. «Mussolini me prohibió trabajar en el ejercicio de la medicina. Él me privó, por sus leyes raciales, de la decisión de si debía ejercer o prefería investigar; no hubiera podido ejercer jamás, incluso aunque lo hubiera deseado: no podía ni siquiera firmar mis propias recetas», decía en la misma entrevista. Por suerte, sus trabajos de investigación eran conocidos, y ese hecho le llevó a Bruselas, en cuyo Instituto de Neurología pasó dos años. Cuando los alemanes invadieron Bélgica, regresó a Italia. Tenía dos alternativas: emigrar a Estados Unidos o iniciar alguna actividad que no requiriera ninguna conexión con el mundo ario. Eligió la segunda, y decidió montar un pequeño centro de investigación en su casa. En sus experimentos, inoculaba células cancerosas en los embriones y veía cómo evolucionaban. La inspiración para ello le vino a raíz de la lectura de un artículo del bioquímico norteamericano Viktor Hamburger sobre los efectos de la extirpación de un miembro en los embriones de pollos, pero su proyecto había empezado a gestarse varios años antes, cuando comenzó a trabajar como ayudante del famoso histólogo italiano Giuseppe Levi.

En 1941, abandonó Turín y se instaló en una casa de campo, con su laboratorio a cuestas. Más tarde, abandonó su refugio del Piamonte y se trasladó a Florencia. Durante los últimos años de la guerra trabajó como enfermera y médica en los campos de refugiados.

Cuando acabó la guerra, Rita volvió con su familia a Turín, y empezó a reunir los resultados de su investigación. Viktor Hamburger, que había leído sus textos, le invitó al Departamento de zoología de la Universidad de Washington.

Ese hecho cambió su vida por completo, puesto que la inicial estancia de unos meses se prolongó durante treinta años. Fue allí donde descubrió el Factor de Crecimiento Nervioso (NGF), que juega un papel esencial en la multiplicación de las células. Después de conseguir la cátedra en la Facultad de Zoología de la Universidad de Washington, estableció una unidad de investigación en Roma. A partir de ahí, repartió su tiempo entre Saint Louis y Roma, hasta que se jubiló, en 1977. Tras su jubilación, se instaló en el laboratorio de Roma.

En una entrevista realizada el pasado año decía: «Mi cerebro pronto tendrá un siglo, pero no conoce la senilidad. El cuerpo se me arruga, es inevitable, pero no el cerebro». Y así es, porque, a pesar de algunos achaques propios de la edad, Rita Levi-Montalcini sigue trabajando a sus cien años. Continúa colaborando con el Instituto Europeo de Investigación Cerebral, es senadora vitalicia en el Senado italiano y presidenta de la fundación que lleva su nombre, que trabaja para el acceso a la educación de las niñas africanas.

Rita Levi-Montalcini no sólo ha realizado un trabajo pionero en biología celular, sino que es una de las mujeres más brillantes en el mundo de la ciencia. Junto con Stanley Cohen, recibió, el año 1986, el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, y ha sido la décima mujer elegida para la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Además, ha recibido numerosos premios: la Medalla Nacional de Ciencias de Estados Unidos; el premio Louisa Gross Horwitz de la Universidad de Columbia, el doctorado Honoris Causa de la Universidad Complutense de Madrid, etcétera.

La mujer que decidió a los veinte años que no iba a ser esposa y madre, no ha cambiado mucho su opinión acerca de las relaciones entre hombres y mujeres: «Siempre pensé que la mujer estaba destruida porque el hombre imponía su poder por la fuerza física y no por la mental. Y con la fuerza física puedes ser maletero, pero no un genio. Lo pienso todavía», aseguraba en una entrevista reciente. Pero en lo relativo a su profesión, siempre ha manifestado que no se ha sentido discriminada. Es más, ha reconocido que siempre ha sido bien acogida por sus colegas masculinos. Por ello, su consejo a las jóvenes científicas o a aquellas que quieran serlo es muy simple: «No temas jamás a nada, tampoco al futuro. Cuando hagas algo, hazlo del todo y no a la mitad, y además piensa bien con quién quieres compartir tu vida. Entonces conseguirás, si así lo quieres, ser esposa, madre y científica a la vez».

Estoy convencida de que gracias a mujeres como Rita Levi-Montalcini, hoy es más fácil para las mujeres de los países desarrollados acceder al mundo de la investigación científica. Y quizás en África, muy pronto, alguna de esas niñas llegue a ser una investigadora de prestigio.

Begoña Muruaga