Chubasquero por si acaso

El cloud computing (o computación en la nube) consiste en usar programas informáticos en línea, sin tener que descargárselos, y en depositar en internet toda clase de documentación, sin necesidad de ocupar espacio físico en ordenadores y servidores ni gastar dinero en energía y mantenimiento. Quienes lo preconizan, tanto particulares como empresas, lo presentan como un sistema de gestión eficiente, sencillo, económico y seguro. ¿Seguro?

Se trata de una innovación que parece pensada para combatir con imaginación los rigores de la crisis, aunque también para alegrar la vida a los piratas y espías industriales, ávidos de información sensible con la que traficar y de oportunidades para perpetrar sus boicots.

Los antecedentes de la nube digital se hallan en el uso del correo electrónico como almacén de datos y en las tiendas virtuales, auténticos inventarios de artículos que sólo se convierten en tangibles cuando han sido adquiridos por alguien. El reto del cloud computing estriba ahora en trascender estos ámbitos e introducirse de un modo masivo en el terreno mercantil.

Y es que cualquier ciudadano que guarde fotografías en internet o que consulte su cuenta corriente mediante esta plataforma, a través del ordenador, el teléfono móvil u otro dispositivo, ¿por qué tendría que resistirse a archivar en la web la documentación de su despacho y tramitar desde el ciberespacio los pedidos y las ventas?

El cloud computing no debe confundirse con el hosting, la actividad de otro tipo de compañías que albergan en su espacio las páginas y los contenidos digitales de los internautas. Comparten atributos - los programas, la red, el pago por utilización-, sin embargo son diferentes en esencia.

Muchos de los responsables de estos servicios rehúsan referirse a sus firmas precisamente como nubes,puesto que la palabra recuerda a algo etéreo, vaporoso, conceptos de dudoso atractivo en un entorno tan materialista como este, en el que sólo cuentan los resultados patentes.

Pero esta denominación inglesa ha hecho fortuna y se ha convertido en tema de debate en congresos académicos, encuentros profesionales y ferias sectoriales como el Mobile World Congress, celebrado en la ciudad de Barcelona entre los pasados días 14 y 17 del recién finalizado mes de febrero. Por eso los gigantes de la informática (Microsoft, IBM, Google y demás) luchan por hacerse con este mercado, porque ha dejado de ser una curiosidad. Según ellos, las ventajas de la nueva fórmula son enormes.

En el pasado, un emprendedor que quisiese montar un negocio se veía obligado a levantar su correspondiente infraestructura tecnológica y a contratar a personal especializado. En cambio, la nube virtual evita los quebraderos de cabeza que comportan esas instalaciones y el coste de su conservación. Los expertos calculan que el ahorro oscila entre el 30% y el 70% en electricidad, refrigeración y reparaciones. Se supone que nada es comparable hoy a la flexibilidad que ofrece la red en este aspecto.

Para empezar, hay una versión pública de la nube,es decir, software estándar, y otra privada, de acceso limitado a los consumidores que encargan sus productos. Pero los meteorólogos cibernéticos alertan de que este cielo encapotado anuncia unos chubascos que, si arrecian, pueden desencadenar tempestades y hasta huracanes.

Los servidores que dan cobijo a estos datos suelen situarse en Estados Unidos y en Hong Kong. A partir de esa constancia, el usuario sabe qué leyes se aplican sobre aquello que ha confiado a su proveedor. Esa es la razón por la que es tan importante que, antes de cerrar un acuerdo, las compañías o los sujetos interesados averigüen quién, cómo y dónde se custodiarán sus ficheros. Si considera que no hay suficientes garantías de seguridad, lo realmente sensato es que la parte más vulnerable - o sea, el cliente-aborte el proceso.

Directivos y representantes de firmas de cloud computing insisten en que el próximo decenio será suyo. Lo hacen con un entusiasmo que mezcla su convicción con las ganas de vender. Con todo, es casi imposible que esta nube y sus precipitaciones, por muy intensas que sean, borren en breve las modalidades tradicionales de trabajo. Es previsible, por tanto, que las antiguas y las modernas convivan en paz.

Los escépticos señalan que las consecuencias de un apagón eléctrico o de una interrupción de la conexión en un momento clave de una transacción comercial podrían ser fatales. Esos accidentes, comunes y aparentemente inocuos, desharían la nube en un segundo. Es lo que podría pasar, por ejemplo, por culpa de un aguacero otoñal. He aquí un desenlace que contrasta con la robustez de una caja fuerte a prueba de goteras con un dossier impreso en su interior.

Josep Lluís Micó, codirector del Digilab. Laboratori de Comunicació Digital de Catalunya.

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