Alianza frente a fanatismo

Europa sufrió una profunda consternación a finales de agosto de 1572 por la matanza de San Bartolomé de París. La demonización de las creencias entre católicos y protestantes hugonotes propició una escalada de violencia que culminó con esta masacre y profundizó en las guerras de religión. En aquel entonces, Enrique IV de Navarra supo entender el destino último de Francia y apostó por la reconciliación de su pueblo. Si París bien vale una misa y esta permitió el primer paso para alcanzar el entendimiento y la paz entre las comunidades religiosas enfrentadas, el Edicto de Nantes fue el que selló ese compromiso de paz en Francia y en toda Europa y muchos autores lo consideran inspirador de los derechos humanos. Escenas de matanzas como la de Oslo y la de isla de Utoya interpelan a la comunidad internacional y a los europeos este verano, 439 años más tarde, para que cerremos definitivamente las puertas a la barbarie, así como a la pretendida justificación política, cultural o religiosa de actos terroristas como los de Noruega.

Desde las páginas de este periódico quiero expresar mi más sentido afecto y solidaridad por las familias de las víctimas y por los noruegos que dan muestras de su consabida tolerancia y respeto a los valores democráticos, mientras ahuyentan el fantasma del pánico y reafirman su apertura.

La Europa del siglo XXI es por naturaleza democrática y multicultural, y no debe admitir la amenaza del extremismo trufado de xenofobia y nacionalismo. La dinámica política europea, globalización versus nacionalismo, no debiera permitir la influencia de partidos que ganan representación parlamentaria a costa de chivos expiatorios y emociones espurias. La Gran Recesión, unida a la escasez de empleo y al empobrecimiento de las sociedades desarrolladas, generan malestar ciudadano y desapego político, y son el caldo de cultivo de nuevos y viejos extremismos que comparten el uso de la violencia contra civiles.

En nombre de las víctimas de Noruega y en el de muchas otras pertenecientes a países que han sufrido ataques terroristas o viven bajo su amenaza, tenemos que poner freno a los extremismos y a las espirales de violencia declarativa en la esfera política. La historia europea contemporánea sabe adónde conducen estas prácticas político-partidarias y hoy, junto al antisemitismo, debemos combatir a su vez la islamofobia, principal blanco de la propaganda del odio, como escribió Stieg Larsson. Me he manifestado enérgicamente y en distintas ocasiones en contra del antisemitismo y seguiré combatiendo sus nuevas y viejas formulaciones, al igual que debemos luchar con firmeza y sin fisuras contra la islamofobia.

Frente al odio, la mentalidad sectaria o la exaltación de la violencia, y como reafirmación del devenir de la historia, el presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero propuso en la 59ª Asamblea General de Naciones Unidas, en 2004, la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones, posteriormente copatrocinada con Turquía con el compromiso del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan. El presidente del Gobierno español, y yo mismo, fuimos conscientes de la necesidad de ir más allá de un diálogo estructurado y eficaz para evitar confrontaciones y violencia en nombre de opciones ideológicas, culturales o religiosas, para pasar a planes concretos que establecen acciones para promover la convivencia y la amplitud y extensión de los derechos humanos y ciudadanos.

Los atentados de Noruega reafirman la vigencia y actualidad de la Alianza de Civilizaciones, iniciativa consolidada en el seno de Naciones Unidas, que cuenta hoy con más de un centenar de países y de organismos regionales y multilaterales. La Alianza de Civilizaciones, que se articula a través de sus foros y de medidas concretas recogidas en planes nacionales, debería ser un medio eficaz para combatir la exclusión de la diferencia y para asegurar nuestros márgenes de libertad y seguridad.

El futuro de la Alianza pasa por profundizar en sus cuatro ejes de acción: juventud, educación, migraciones y medios de comunicación, así como por la optimización que de sus potencialidades deliberativas y proactivas. Frente a lo que opinan algunos sus detractores, la Alianza es un medio político de alcance con incidencia directa en los ámbitos de la paz y la seguridad. Si el monarca francés Enrique IV de Navarra antepuso la paz y la convivencia a sus creencias, bien vale hoy en día que la comunidad internacional apoye y refuerce la Alianza de Civilizaciones.

Por Miguel Ángel Moratinos, ex ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *