¿Resurgimiento religioso?

En nuestro mundo crecientemente globalizado se detecta la existencia de una voz insistente - cuyos ejemplos frecuentes pueden advertirse tanto en titulares de prensa como en artículos de revista e imágenes de televisión alusivas a actos de violencia inspirada por fanatismos religiosos- que exclama "¡Dios se alza con la victoria!" de forma y modo que, según tal perspectiva, la laicidad de hecho habría concluido sus días. Además - se razona- el soplo confesional en la política es una guía mejor, más positiva y segura para el presente y para el futuro. No obstante, considero que al actual resurgimiento religioso se le dispensa una atención desproporcionada al tiempo que los medios de comunicación deforman y tergiversan la propia realidad en la que la perspectiva en este caso laicista - definida aquí como indiferencia o rechazo de las creencias o convicciones religiosas- ha ido ganando terreno permanentemente.

Por otra parte, una perspectiva más amplia y con sentido histórico indica de hecho que los despliegues y manifestaciones de gran fervor religioso que presenciamos casi a diario son precisamente resultado de un creciente proceso de laicización en lugar de ser atribuibles, por el contrario, a su declive y decadencia. Presenciamos, en efecto, una reacción contra la amenaza encarnada por la modernización y la globalización que remite a la actitud de quienes sienten que están perdiendo la partida y, de forma desesperada, intentan volver a la fe tradicional;sólo que, en la cuestión que nos ocupa, una reformulación radical ha suplantado la dimensión tradicional de la religión (como, por lo demás, ya ha ocurrido otras veces).

¿De qué indicios o pruebas disponemos de un resurgimiento de lo laico a largo plazo?

China, país donde vive una quinta parte de la población mundial, no experimenta actualmente un renacimiento religioso (el movimiento Falun Gong, de hecho, no prospera allí notablemente); el nacionalismo disfrazado de comunismo parece satisfacer las necesidades de las autoridades como también de la mayoría de la población.

Rusia, aunque presencia un renacimiento religioso, no es en esencia una sociedad religiosa. Lo propio puede decirse de Japón aunque por razones muy diferentes (dejando aparte el sintoísmo, una fe secular).

Europa, por su parte - hogar de otros quinientos millones de habitantes de la población mundial- se ha secularizado de forma creciente pese a esporádicas llamaradas de espíritu religioso. El tributo más reciente prestado a las fuerzas laicas ha sido el reconocimiento de que el verdadero enemigo de la Iglesia católica en Occidente estriba en una sociedad crecientemente laica y secularizada.

El problema de referencia se plantea más bien en Oriente Medio y África así como, específicamente, en el caso de las confesiones musulmana y cristiana. Estados Unidos constituye un caso aparte, en cuyo seno una sociedad laica muestra la impronta de elementos religiosos que reaccionan combatiendo para conservar una posición de predominio que se les escapa entre sus dedos.

De hecho, la religión en el contexto de la problemática a la que aquí me refiero es en realidad religiosidad, entendida en este caso como una expresión ritualizada de la fe o el sentimiento religioso, por una parte, e incluso un sucedáneo del nacionalismo, por otra. Se trata de una auténtica transmutación de la religión en política porque debe decirse que no presenciamos una búsqueda de espiritualidad, ni siquiera de un mundo más pacífico; podemos, en cambio, detectar un auge de religiosidad así entendida en países que aspiran a un mayor grado de poder e influencia en el panorama internacional por diversos medios y cuyos líderes autoritarios no ofrecen precisamente estabilidad ni desarrollo económico.

En pocas palabras, el renacimiento religioso en este caso es señal de opciones laicas fracasadas que no han podido alcanzar sus objetivos, incapaces de generar una sociedad próspera y justa en el plano político y social. Irán es un ejemplo de ello y Rusia, otra pálida versión de cuanto acontece ante nuestros ojos.

Sin embargo, la inclinación laica crece incluso en áreas que dicen asistir a un renacimiento de la religión. La perspectiva laica se filtra en todas las culturas por mil rendijas. Se desliza en ordenadores y vídeos, a caballo de una globalización que obra como excelente vehículo de transmisión del hedonismo occidental. Digan lo que digan los mulás o predicadores, su grey se ve constantemente expuesta a imágenes mundanas que suscitan su indignación. Sin embargo, quienes fomentan la presencia de la religión en la vida política y social recurren a los mismas herramientas de la globalización para difundir sus mensajes: teléfonos móviles, correo electrónico, televisión, etcétera. La llamada a la oración del muecín ya no sólo se efectúa desde lo alto del alminar sino también desde la antena parabólica. ¿En qué momento el medio se convierte en el mensaje?

En cualquier caso, la combinación de religión y política dista de ser una novedad; algunos, apoyados en sus renovadas energías y ayudados por el factor de la globalización, se sienten facultados para afirmar que Dios gana la batalla. Como ya se ha dicho en diversos tiempos y lugares, el recurso a la religión es una reacción natural en tiempos de aflicción, temor y desasosiego. Lo que atiza el fuego de la situación actual estriba en el hecho de que las estructuras estables de la vida social y de la propia autoridad se hallan resquebrajadas en muchas partes del planeta. Añádase a ello que los políticos y los líderes - o aspirantes a líder- avivan la hoguera con notable oportunismo de forma que el humo que despiden sus llamas carga aún más las sombrías tintas de nuestra época.

De hecho, y empleando un lenguaje religioso, Dios procede de distintas maneras... Por ejemplo, podemos vislumbrar (aunque tenuemente) tímidos indicios de actitud crítica en el seno de la religión islámica. Es menester recordar que la cristiandad ya pasó por semejante trance en el siglo XIX. La fe cristiana de la que habían hecho profesión de fe monarcas reaccionarios sufrió el acero de la crítica en las facultades de Teología (lugares donde empezaron sus estudios Hegel y Feuerbach). Los jóvenes hegelianos eran creyentes que empezaron a cuestionar su fe sobre la base de la razón. Fue desde dentro - como también desde las fuerzas y enfoques laicos del Estado moderno- desde donde la cristiandad empezó a verse falta de contenida. Pues bien, cabe vislumbrar un proceso similar en el caso de los centros y faros académicos del mundo islámico. Incluso en el caso de las teocracias de Irán y Arabia Saudí, las mil y una facetas de la vida pública (en cuyo seno el ciudadano de a pie presiona a veces hasta el límite de lo permisible) escapan, paso a paso, del control de los mulás.

Se trata, si se quiere, de un lento proceso de dos pasos adelante, uno atrás.La modernidad conlleva el elemento laico de tal forma que desenraíza sociedades enteras y trastorna a millones de personas: sus consecuencias se multiplican debido a la globalización. El propio Estados Unidos no es inmune ni mucho menos a las fuerzas actuantes en la cuestión a la que me estoy refiriendo. Numerosos sacerdotes y predicadores, sintiéndose asediados por las fuerzas de la razón y la ciencia - preocupadas por la amenaza del terrorismo- y apoyándose en casi tres siglos de fundamentalismos religioso, temen, en una palabra, que su voz y autoridad se vea usurpada por otras instancias.

En definitiva, la formación o adoctrinamiento de las masas - dígase como se prefiera- está escapando a su alcance.

Es menester retroceder aunque sea un instante y abandonar la inmediatez del momento histórico para reconocer la fuerza y el vigor de las energías que recorren en todas direcciones el amplio panorama de nuestro mundo globalizado, potenciadas por los enormes niveles de intercomunicación e interdependencia y por los vínculos comerciales. El factor resultante es una suerte de compresión de carácter espaciotemporal. La ciencia y la tecnología, como el ejercicio de la razón en la que se fundamentan, se destacan nítidamente sobre el horizonte, para bien o para mal. No debería sorprender, en consecuencia, que muchos - ante la coyuntura de procesos a largo plazo tendentes a un mundo más laico y secular- busquen abrigo en el que consideran el partido (vencedor) de Dios. Sin embargo, su éxito es de vuelo corto, aunque de gran peso e influencia allí donde se impone, en la senda - zigzagueante y errática- hacia un mundo laico y secular.

La política basada en una comprensión incompleta de las realidades existentes resulta en decisiones imperfectas. Propicia, además, que pasemos por alto los objetivos políticos que subyacen en la retórica religiosa fundamentalista y que enfoquemos el conflicto de civilizaciones de forma reduccionista, adscribiendo la noción de civilización a una determinada opción religiosa en lugar de a las rivalidades por el poder que la primera encarna. Si se consideran las cuestiones y conflictos desde un prisma laico, cabe la posibilidad de alcanzar acuerdos y compromisos de difícil o imposible conclusión en el caso de las riñas y disputas de signo confesional radical. Cuando se recurre a exclamar "¡Dios se alza con la victoria!", es indicio de que la humanidad como tal está perdiendo la partida. Ello, no obstante, no equivale a negar la importancia de la religión. Simplemente la sitúa en el contexto adecuado, donde y cuando la religión - encubriendo en este caso sus verdaderas metas políticas- libra sus batallas contra una laicidad en auge.

Bruce Mazlish, profesor emérito de Historia del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y autor de La nueva historia global, Routledge, 2006. © Yale Center for the Study of Globalization. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.