Presidencialismo quebrado

La elección directa del presidente de la República fue introducida por el general De Gaulle, tras su golpe de Estado contra la IV República multipartidista, para concentrar en su persona todos los poderes. El presidente recibiría toda "la autoridad indivisible del Estado", según sus propias palabras. Pero, después de De Gaulle, el pluralismo político ha resistido el intento. Contra el designio inicial, ha habido presidentes con una mayoría de partido en la Asamblea Nacional sólo en la mitad del tiempo total transcurrido desde el golpe de 1958 hasta hoy. Varios presidentes no contaron con un partido mayoritario en la Asamblea Nacional, por lo que tuvieron que formar gabinetes de coalición, y en tres periodos algunos de ellos tuvieron que "cohabitar" con una mayoría asamblearia y gubernamental ajena a su partido.

Los gobiernos de coalición y las cohabitaciones de los años ochenta y noventa indujeron la adopción de políticas de consenso y fueron valorados cada vez más positivamente por la mayoría de los ciudadanos franceses. Pero sólo existieron cuando se votó por la presidencia y por la Asamblea Nacional en elecciones separadas (ya que estas instituciones tenían términos diferentes, de siete y cinco años, respectivamente), lo cual dio mayores oportunidades a los ciudadanos de ponderar las ventajas de distintos partidos para distintos cargos.

En 2002 coincidieron las elecciones presidencial y asamblearia y los dirigentes de los partidos mayores redujeron el mandato presidencial a cinco años para que a partir de entonces tuvieran lugar casi al mismo tiempo. En rigor, la elección de la Asamblea tiene lugar unas pocas semanas después de la presidencial, de modo que el recién elegido presidente, en plena "luna de miel" con los ciudadanos, cuenta con ventaja para que su partido atraiga más votos y trate de conseguir una mayoría de escaños. Gracias a este calendario, el gobierno presidencial unificado que había concebido De Gaulle se reprodujo hace cinco años en manos de Chirac.

Sin embargo, el pluralismo político se está desarrollando ahora por otra vía: la proliferación de candidaturas presidenciales. Desde las elecciones de 1965 hasta las de 1995, el número de candidatos en la primera vuelta había estado entre seis y ocho. En cambio, en 2002 hubo 16 y ahora hay 12. La multiplicidad de candidaturas, que se mantiene en la subsiguiente elección asamblearia, hace más difícil, ciertamente, que un solo partido presidencial acapare una mayoría de escaños y concentre todo el poder.

Pero la proliferación de candidatos también aumenta la incertidumbre acerca del ganador. En general, mediante la elección por mayoría en segunda vuelta es posible que gane un candidato presidencial relativamente impopular que habría sido derrotado por mayoría por alguno de los candidatos eliminados en la primera vuelta. Así, es casi seguro que Chirac habría sido derrotado en 1995 si en la segunda vuelta, en vez de batirse con el socialista Jospin, hubiera tenido enfrente al más centrista Balladur. También habría podido perder en 2002 si su rival hubiera sido el centrista Bayrou y no el extremista Le Pen -lo cual obligó a muchos a elegir el mal menor de "un ladrón antes que un fascista", como decía un eslogan del momento-.

La regla electoral de mayoría con segunda vuelta no garantiza, pues, que gane el candidato que obtendría un apoyo mayoritario ante cualquiera de los demás (dicho técnicamente, el que ganaría siempre en votaciones por pares o "ganador Condorcet", por el académico francés que teorizó este criterio). En cambio, en un régimen parlamentario con representación proporcional -como el que quiso destruir De Gaulle-, el partido que ganaría a cada uno de los demás en votaciones de dos en dos suele ser capaz de formar gobierno o al menos de participar en una coalición multipartidista mayoritaria, ya que ocupa una posición central decisiva en el espectro político.

La única virtud de la segunda vuelta es que impide el desastre aún mayor que puede producirse con la elección presidencial por mayoría relativa en una sola vuelta: la victoria del candidato que perdería ante todos y cada uno de los demás en votaciones por pares, es decir, el candidato más rechazado por los votantes (o "perdedor Condorcet"). En varios países de América Latina, la elección de presidentes por mayoría relativa produjo en el pasado victorias de candidatos minoritarios y extremos que generaron amplios rechazos, numerosas crisis políticas y golpes de Estado. En cambio, en Francia, con la regla electoral actual, un Le Pen nunca podría ganar.

Hace cinco años, el florecimiento pluralista de candidatos presidenciales perjudicó sobre todo a la izquierda, que dispersó sus votos entre dos trotskistas, una sindicalista, un comunista, una radical de izquierda, un socialista, un verde y un jacobino. Pese al escarmiento de aquella elección, sigue habiendo ahora siete candidatos de izquierdas -sin la radical ni el jacobino, pero con un nuevo altermundista-. Esto ha inducido a la socialista Royal a acercarse a estas posiciones para atraer a sus simpatizantes, lo cual parece alejarla del centro y dar más oportunidades a Bayrou. En cambio, en el centro-derecha los tres candidatos que compitieron hace cinco años entre Bayrou y Chirac se han retirado y apoyan ahora a Bayrou o a Sarkozy.

Las encuestas parecen predecir cierta ventaja del conservador Sarkozy ante la socialista Royal, si éstos fueran los dos supervivientes en la segunda vuelta. Ante esta perspectiva, algunos votantes de izquierdas pueden considerar que, puestos a elegir el mal menor, podría ser mejor votar a Bayrou en la primera vuelta para que pase a la segunda y evite una nueva victoria de un candidato de derecha. Si así ocurriera, esta vez el ganador sí podría ser el "ganador Condorcet", es decir, el candidato menos rechazado por los votantes y el único capaz de ganar a cada uno de los demás. En cambio, cualquiera de los otros dos tendría apoyos sesgados y sería ampliamente rechazado.

Pero gane quien gane, el resistente pluralismo político de los franceses ha hecho ya inviable el objetivo inicial del sistema: forzar la concentración del poder en un solo partido presidencial.

Josep M. Colomer, politólogo del CSIC, autor de Grandes imperios, pequeñas naciones.