La suerte de los Rothschild

Confieso que lo que más me interesa del Salón del Automóvil son las espectaculares azafatas que posan delante de los coches. Y no lo digo por las piernas o los escotes, aunque reconozco que no me desagradan ni los unos ni los otros. Lo digo por las divertidas controversias que levantan. Una de ellas tuvo lugar en Els matins de TV3 cuando el experto de tráfico, Espartac Peran, dijo estar horrorizado por la presencia de esas "mujeres objeto" en el salón. Mónica López, la presentadora del tiempo, saltó irritada y espetó: "¡Si las azafatas fueran hombres, no dirías eso!

¡Tu actitud es machista y estoy hasta las narices de que nos sobreprotejáis!".

¡Bravo!, señorita López. Esto es lo más inteligente que se ha dicho en TV3 desde noviembre del 2003. El feminismo trasnochado beligerantemente antimasculino que condenaba cualquier signo de belleza y feminidad está pasado de moda. Las mujeres han evolucionado por más que los devotos de la corrección política sigan anclados en unos tópicos que las propias mujeres ven como machismo disfrazado.

Que mujeres u hombres intenten ser guapos y utilicen su belleza para abrirse camino es tan digno como que utilicen su inteligencia, talento o laboriosidad. Nunca he entendido por qué quien ha nacido con unas mayores ganas de trabajar o una mayor aptitud para estudiar es más respetable que quien ha nacido con más atractivo físico. Al fin y al cabo, todos son atributos asignados por Dios..., suponiendo, eso sí, que sea Dios y no las leyes de Mendel el encargado de repartir características genéticas.

Otra cosa es que haya discriminación contra la gente menos atractiva. Eso sería inaceptable..., y la verdad es que numerosos estudios documentan que, a igualdad de educación, experiencia y edad, los feos tienden a cobrar salarios inferiores. Esa diferencia, conocida como la paradoja de la prima de belleza, ha sido interpretada por muchos como señal de discriminación.

Antes de acusar a los empresarios de discriminar, sin embargo, recordemos que el hecho de que los feos cobren menos no significa necesariamente que estén discriminados. En este sentido, los economistas Mark Mobius y Tanya Rosenblat, de Harvard, han realizado el siguiente experimento: se presenta un problema complicado a un gran número de individuos agraciados con diferentes grados de hermosura. Antes de resolver el problema, se pide a cada uno que prediga cuánto va a tardar en resolverlo. Un jurado evalúa el atractivo físico de cada uno de ellos y se comparan soluciones.

Resultado: feos y guapos solucionan el problema a la misma velocidad, pero antes de resolverlo los guapos aseguran que lo harán mucho más rápidamente. Es decir, los guapos son igual de listos, pero tienen mayor confianza en sí mismos. En la medida en que el mercado laboral valore la autoconfianza como un atributo deseable - y eso pasa en puestos de responsabilidad, gestión y liderazgo-, los feos tenderán a cobrar menos porque tienen menos autoconfianza.

Otro estudio de Pietro Cipriani y Angelo Zago, de la Universidad de Verona, llega a resultados distintos: tras comparar las notas obtenidas por centenares de jóvenes en exámenes escritos, resulta que los feos sacan peores notas.

Si esto es así, la gente atractiva cobra más, no por discriminación (en un examen escrito el profesor no sabe la cara que tiene el estudiante) o porque tiene más confianza, sino simplemente porque es más lista y, por tanto, más productiva.

Pero ¿cómo? ¿Los guapos son estadísticamente más listos? ¡Si siempre nos habían dicho que era al contrario! Una posible explicación la encontramos en el patriarca de la dinastía Rothschild, don Mayer Rothschild, quien a finales del siglo XVIII fue famoso por dos cosas. La primera, por el imperio financiero que lo hizo enormemente rico. La segunda, porque era espantosamente feo. ¡Oh! ¡Qué feo era el tío! Miren si era feo que para evitar que sus descendientes tuvieran su repugnante físico, utilizó su vasta riqueza para conseguir que sus cinco hijos se casaran con las mujeres más bellas de Viena. Su esperanza era que, al cruzar sus genes con los de la de gente guapa, sus nietos serían un poco menos desagradables a la vista. Parece que el hombre consiguió su objetivo, porque, pasados los siglos, los Rothschild siguen siendo ricos..., pero ya no son famosos por su peculiar monstruosidad.

El efecto Rothschild está muy generalizado: por todas partes hay mujeres guapas que se casan con hombres feos pero listos (o al menos, lo suficientemente listos como para acumular riqueza y poder, dos características muy valoradas en el mercado matrimonial). Si los hijos de estas parejas son listos como el padre y guapos como la madre, las estadísticas mostrarán que la gente guapa es más inteligente, cosa que explicaría la prima de belleza. El problema es que, para que esta teoría funcione se necesita que el hijo de un señor listo y una señora guapa salga con la inteligencia de él y la belleza de ella, pero las leyes de la genética no funcionan así. Cuando a Albert Einstein se le propuso tener un hijo con Marilyn Monroe para crear el niño perfecto, él exclamó: "¡Cómo será el pobre chaval si sale con su cerebro y mi cara!".

Pues eso. La clarividencia de Einstein hace que la paradoja de la prima de belleza siga sin estar resuelta, pero demuestra que don Mayer tuvo mucha suerte, porque sus herederos podrían haber salido tontos y feos.

Lo siento. Hoy no tengo conclusión. Bueno, quizá la lección es que, más que ser listo o guapo, lo importante es tener la suerte de los Rothschild.

Xavier Sala i Martín, Fundació Umbele, Columbia University y UPF.