Razón y sinrazón de Cataluña

Existimos las personas pero también las colectividades, con voluntad y vida psíquica propia. Cataluña existe y está viviendo un momento de confusión, se siente despreciada y humillada. Cree que España no la reconoce, la niega y la encierra ahogándola. Pero también se siente insegura, la imagen que tenía de sí misma se ha resquebrajado completamente y desconfía de sus propias capacidades.

Cataluña ha sido sujeto en los últimos años de ataques tremendos y directos, campañas de boicot, acusaciones contra ella como pueblo, campañas contra operaciones financieras legítimas invocando su condición de catalanas... No se puede explicar todo eso simplemente como ataques de esta derecha nacionalista a políticas de un Gobierno de izquierdas. Es la derecha quien conduce todos esos ataques pero para ello utiliza la ideología de gran parte de la sociedad española. Es significativa la geografía del boicot al cava, secundado de forma clara en Madrid, Comunidad Valenciana, Andalucía y Extremadura. No todo es barrio de Salamanca.

Hay un debate político explícito en España entre el nacionalismo unitarista central y los otros nacionalismos, y ese debate, conducido por una derecha sin límites, pone en peligro el sistema político español. De hecho, lo que el PP ha introducido en el Tribunal Constitucional es una bomba política, todo depende de que el propio sistema político tenga defensas internas para desactivarla. Pero una victoria del nacionalismo españolista ahí, la impugnación del Estatuto catalán por medios espúreos, ocasionaría la ruptura del consenso dentro de la compleja y diversa ciudadanía española y entre los partidos que lo aceptaron explícitamente al sentarse en las Cortes. Al hacer trampas quien da las cartas, se acaba la partida y todos se levantan de la mesa.

Por debajo de ese debate político explícito de los partidos hay un debate ideológico en sordina en la sociedad española misma. Es un debate desagradable pues hay una parte que recibe los golpes y no se puede defender, se acusa a Cataluña directamente o de modo insidioso de todo y ésta no se puede defender en España. Esa es la situación actual, Cataluña está encerrada en sí misma y afronta con amargura su incapacidad para expresar sus razones al conjunto de España. Las causas de esta situación son varias, una de ellas es que la construcción del Estado de las autonomías fue fundamentalmente benéfica pero contradictoria, en ese proceso Cataluña consolidó su espacio político y cultural propio pero se encerró. En parte porque las autonomías se crearon dentro de un Estado que siguió siendo centralista e ideológicamente nacionalista. Todos los medios de comunicación de ámbito estatal son madrileños y reflejan la visión de España propia de esa ciudad, has-ta el punto de confundir la ciudad con España misma. Además, en estos años, como un correlato a los nacionalismos catalán y vasco especialmente, ha ido surgiendo una reformulación del viejo españolismo que llega a ser un "madrileñismo".

La posición de fondo de ese nuevo y viejo discurso es que sólo en Madrid pueden residir los instrumentos políticos, mediáticos, económicos españoles. Conocer eso nos ayuda a entender cómo un banco vasco deja de serlo y se traslada a la capital del Estado; a comprender las resistencias a trasladar la sede de la comisión del mercado de las telecomunicaciones a Barcelona; que el entonces ministro Rato obstaculizase la OPA de Gas Natural a Iberdrola, o la campaña para impedir la OPA de Gas Natural a Endesa, prefiriendo que cayese en manos alemanas antes que catalanas. No se equivocó Esperanza Aguirre cuando declaró que Endesa no podía salir de territorio "nacional", refiriéndose a Madrid, para tener su sede en Barcelona. El boicot a los productos y empresas catalanas sólo es la cara más obscena de una lucha voraz por privilegios e intereses enmascarados en ideologías y en el centralismo.

Pero lo que permitió el Estado de las autonomías fue que hubiese varios sujetos políticos, además del poder político central. Y también esos nuevos sujetos, el Gobierno vasco, la Generalitat..., han actuado políticamente estos años conduciendo sus propios procesos y estableciendo sus relaciones con el Gobierno central. Unos tienen más responsabilidad que otros, pero cada uno tiene las suyas.

La dialéctica entre el nacionalismo centralista y los de las nacionalidades hizo que se creasen un par de espacios, la burbuja o pecera catalana y vasca, dentro del Estado. El resultado es que hoy Cataluña está menos presente entre el conjunto de la ciudadanía española que durante el franquismo o la transición. Se consolidó como país, sí, pero el modo en que fue conducido ese proceso por el nacionalismo catalán ayudó a que aparezca como un país "aparte". Cataluña no tiene medios de expresarse en España, hoy ya nadie espera que una emisora de radio o televisión española en castellano programe música en catalán (¡antes en chino cantonés o swahili!). Pero es que también en Cataluña en estos años se han abandonado los proyectos que vayan más allá de los límites de la comunidad y sobre la sociedad ha ido cayendo, lenta pero pesadamente como un manto, una ideología que niega la evidencia de los lazos con el resto de la ciudadanía española y hace ver que el único proyecto natural es mirar hacia el norte. Una mirada desinteresada a su realidad social, cultural y económica mostraría que es un error, pero la ideología vive en un mundo autónomo y es voraz, puede devorar la realidad tangible.

La minorización a que estuvo y está sometida Cataluña condujo al nacionalismo catalán a un infantilismo y frivolidad que han metido a esa comunidad en un verdadero jardín de laberintos. Una inmadurez egocéntrica que se mostró de un modo penoso recientemente en una manifestación el día siguiente del asesinato de un guardia civil en Francia. Es lo de menos que la manifestación fuese convocada por los problemas habidos en las comunicaciones de Cataluña y acabase siendo para reclamar independencia, eso es un asunto a negociar entre los propios manifestantes; tampoco importa que marchasen en cabeza quienes han tenido parte de responsabilidad en la situación de las comunicaciones, eso también es un asunto a negociar entre los manifestantes y el sentido común. Lo que sí importa es que esa muerte, ese asesinato, no mereció ni un minuto de silencio. ¿No es falta de humanidad y de civismo? ¿Viven en un mundo caprichoso aparte donde no les afecta lo humano? El nacionalismo catalán no está expresando las mejores virtudes del pueblo catalán; al contrario, empobrece su imagen.

El caso es que hoy Cataluña ha interiorizado que España la odia y que salir de Cataluña es ir a jugar a un campo hostil. Es algo profundo, lo resumía con amargura el ex presidente Maragall: "Es una ingenuidad pretender un entendimiento profundo. Seguramente, lo único posible, como dicen Pujol y los nacionalistas catalanes y españoles, es la convivencia en sentido menor de la palabra. Soportarse educadamente". Decía esto luego de que tras muchas incidencias se hayan ido diluyendo ideas como que Barcelona fuese reconocida como una segunda capital del Estado. Se trata de lo que el presidente Montilla ha expresado con el "desapego" de Cataluña hacia España, una forma cortés de expresar el regusto de rabia y humillación; o lo que es peor, de derrota. Sobre las derrotas no se construye nada bueno. Y, aunque hay responsabilidades varias, tienen razón los catalanes al señalar que no se hace juego limpio con ellos. La prueba es la resistencia a hacer públicas las balanzas fiscales, que negarían las acusaciones de insolidaridad que se les hacen y harían callar la demagogia anticatalana.

Cataluña está haciendo cuentas consigo misma, analiza sus propios fallos y las ofensas recibidas. Su sentido común le dice que tiene lazos fuertes con el resto de España, también se siente insegura de sí, pero también sabe que es perfectamente capaz de existir por sí misma. Quien subestime el poder de las ideologías y, sobre todo, de los sentimientos colectivos y crea mezquinamente que sólo existen razones económicas, no entiende a Cataluña, no entiende la historia y no entiende nada.

Suso de Toro, escritor.