Adictos al trabajo

En los últimos tiempos ha aparecido con fuerza una nueva enfermedad psicológica: la adicción al trabajo. Es un concepto relativamente reciente que aparece hacia 1970, y fue Oates el primero que habló de Workaholism, que se define como una necesidad incontrolable de trabajar, en donde el sujeto va dedicando cada vez más horas a su actividad profesional sin tiempo para nada más. Es un trabajar incesante que como una mancha de aceite se va extendiendo en la vida de la persona y no puede hacer nada por frenarlo.

He comentado con alguna frecuencia que el proyecto de vida debe albergar en su interior cuatro grandes argumentos: amor,trabajo, cultura y amistad. Los dos grandes acompañantes de la vida son amor y trabajo. Entre todos ellos debe haber una armonía y un equilibrio que cada uno debe encontrar en el arte de vivir.

Aquí aparece el amor por el trabajo y la vocación por las tareas que tiene entre manos, pero se va colando poco a poco de forma sinuosa, zigzagueante e imprecisa un amor desordenado al trabajo. Hay una frontera poco clara en sus comienzos entre trabajar mucho, por un lado, y no tener tiempo na da más que para trabajar. De tal manera que se va produciendo un cambio cuantitativo y cualitativo en esa persona: se vive para trabajar.

Voy a tratar de hacer un inventario de los principales síntomas que se hospedan en esta enfermedad:

1. Se trata de sujetos que son buenos profesionales, pero que por un afán de mejorar y de ascender en su tarea van dedicando cada vez más horas a esa actividad, para terminar siendo personas que viven por y para el trabajo. Su trabajo se convierte en una cárcel de oro de la que no pueden salir. Uno de los síntomas más importantes es que estas personas están siempre agotadas, desbordadas, cansadas, pero no saben decir que no, ni poner freno a demandas profesionales que van surgiendo.

2. No suelen tener conciencia de enfermedad. O dicho de otra manera: no aceptan ese diagnóstico, se resisten a él, y piensan que los comentarios de familiares cercanos o amigos son exagerados, y recuerdan que a mucha gente cercana le pasa más o menos lo mismo.

3. Tienen gran dificultad para delegar. Y esto es por miedo a que no se hagan las cosas tal y como ellos quieren que se lleven a cabo. Uno de los éxitos de las personas que trabajan en equipo es el arte de delegar: saber distribuir las funciones de forma equilibrada, estimulando a cada uno de ese equipo para que haga la tarea de la mejor manera posible.

4. Esto suele darse en un terreno abonado que suele ser el siguiente: personas bastante perfeccionistas, exigentes, obsesivas, con un ansia desbordante de ascender, de mejorar en ese trabajo. Lo que en un principio es positivo, trabajar bien y trabajar mucho, se va convirtiendo en un activismo incesante y esa persona se ve envuelta en un bucle en donde el trabajo se lo come todo y no hay resquicio ni espacio para nada más. Esto se da especialmente en el mundo de los abogados, los periodistas y los hombres de negocios… pero no están exentas otras profesiones que se apuntan al carro de esta adicción.

5. Aparece el estrés. Es el ritmo trepidante de vida profesional sin tiempo para nada más que para trabajar. Estas personas están siempre quejándose, y aparece ansiedad, inquietud, desasosiego, nerviosismo… con cambios frecuentes de humor y oscilaciones del ánimo. Un buen amigo mío me dijo de un abogado de Madrid conocido de ambos: «A nuestro amigo se lo ha comido el trabajo». 6. Son personas que han perdido el sentido del descanso. Y el tiempo libre se puebla de relaciones y contactos profesionales. Ahí aparece el móvil. La gran mayoría de adictos al trabajo hablan muchas horas por el teléfono. Todos justifican esta conducta como un elemento más en su vida laboral y no llegan a ser conscientes de que cualquier conversación familiar o con amigos se ve interrumpida una y otra vez por el teléfono; no hay continuidad, ya que no saben hacer una administración inteligente del mismo.

7. Uno de los síntomas mas característicos de esta curiosa enfermedad moderna es que esas personas se llevan trabajo a casa en el fin de semana. Esto quiero subrayarlo. Esto lo justifican con razonadas sinrazones: se trata de un tema apremiante, una cuestión de urgencia… con lo cual también el tiempo libre se puebla de actividades profesionales.

8. Como consecuencia de todo eso se produce un distanciamiento de la relación conyugal y de los hijos. En nuestro medio la gran mayoría de los que padecen profesionalitis son hombres. En ese caso, la esposa se va volviendo una persona desencantada, que ve la distancia psicológica que hay con su marido, la falta de diálogo, de comunicación, de sintonía, de complicidad, y aparece de forma magistral la figura de el padre ausente. Que tiene una realidad física, pero que no tiene una actividad educativa ni de cercanía, que no tiene tiempo para su mujer ni para sus hijos.

Hago un alto en el camino para hacer esta observación: un buen padre vale más que cien maestros. Muchas personas adictas al trabajo tienen tres amenazas en su evolución: la posible ruptura conyugal, el estrés con manifestaciones psicosomáticas y alguna enfermedad física que pueda ir asomando… como el infarto de miocardio o la úlcera de estómago.

9. En muchos casos, si uno bucea en la ingeniería de la conducta de estas personas, descubre que son egocéntricos, con un amor desordenado a sí mismos y con una ambición desmedida. Se entra de este modo en una espiral competitiva, voraz y trepidante, de la que va siendo cada vez más difícil salir… Asoman ahí el afán enfermizo de éxito, la pasión económica… olvidándose de que la vida es un arte entre trabajo y descanso, entre amor y cultura, con una pincelada hacia la amistad.

10. La adicción al trabajo se puede curar. Pero es condición sinequanon que esa persona tenga conciencia de lo que le ocurre con todas sus consecuencias. Los psiquiatras y psicólogos sabemos muy bien que los alcohólicos niegan su adicción al alcohol o la minimizan o le quitan importancia… Mutatis mutandis aquí sucede lo mismo.

Trabajar bien es una noble aspiración. Dice el Eclesiástico: «Ama tu oficio y envejece en él». En la catedral de Burgos, que fue construida durante varios siglos, en la parte alta hay unas blondas de piedra trabajadas por los canteros medievales, que son una obra de artesanía arquitectónica. No se ven desde abajo, sino que hay que subir a la parte alta de la ciudad para poder contemplarlas. Ese era un trabajo de categoría. Amor y trabajo conjugan el verbo ser feliz. Aprender a trabajar con profesionalidad pero sin adicción es un reto al que hay que aspirar.

Enrique Rojas

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