Clima: nuestro mayor desafío

Enfrascados como estamos en asuntos de política doméstica, la mayoría de los cuales son de poca trascendencia o efímera importancia, no reflexionamos suficientemente sobre el mayor desafío al que se enfrenta nuestra civilización: evitar su colapso como consecuencia del cambio climático. No tengo ninguna atracción por el apocalipsis, pero cualquier persona informada sabe que estamos cabalgando en el filo del abismo. Leíamos estos días que 2015 fue el año más cálido desde que arrancaron los registros en 1880. La temperatura global terrestre y oceánica ronda un grado por encima del promedio del siglo XX, según la Organización Meteorológica Mundial. Año tras año se alcanzan nuevos registros récord en diversos puntos del planeta.

Existe un gran consenso entre la comunidad científica de que la causa de estas alteraciones, sobre todo en el último medio siglo, es la acción humana como consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero. El ciudadano mínimamente informado lo sabe y la concienciación es creciente en todo el mundo, incluso el Papa le ha dedicado una encíclica. El Nobel de química Paul Crutzen ha propuesto el término Antropoceno para designar una nueva era geológica, que sustituiría al Holeoceno, que reflejaría el cambio ambiental producido en la Tierra desde la revolución industrial. Sin embargo, las respuestas globales son insuficientes y estamos atrapados en dos lógicas que invitan a la inacción: la incertidumbre y la irreversibilidad.

Por un lado, predomina aún entre la inmensa mayoría de los gobiernos la actitud de tratarlo como un problema a muy largo plazo, a veces con la excusa de que no existe la certeza absoluta de enfrentarnos a un hecho ineludible, plenamente confirmado. El futuro es por definición incierto. El estudio del clima se enfrenta a numerosas incertidumbres. Según Nicholas Stern, la principal figura internacional en esta materia, la posibilidad de un cataclismo para la humanidad entera, como sería un aumento de seis grados a finales de este siglo, es estadísticamente bastante improbable, lo que permite a los escépticos sobre el cambio climático eludir la cuestión. Incluso la posibilidad de que el incremento sea entre tres y cuatro a partir de los actuales niveles de emisión de CO2, con consecuencias medioambientales igualmente catastróficas, se sitúa casi a la par entre lo que podría acabar ocurriendo o no. Vemos, pues, que la incertidumbre científica es un pésimo aliado para estimular una acción preventiva decidida, que es costosa, compleja y exige la unanimidad de las principales economías, además de superar la férrea oposición de los productores de petróleo y carbón.

El acuerdo alcanzado en París, vendido como un éxito político cuando tiene mucho de fracaso, refleja parte de esta incertidumbre como excusa para no encarar un problema que no admite dilaciones ni medias tintas. Josep Borrell exponía en Clima: todo queda por hacer (EL PERIÓDICO, 27/12/2015) los principales puntos débiles del acuerdo. No se ha avanzado en la fijación de un precio a las emisiones de carbono para estimular las energías renovables. No existen objetivos vinculantes ni sanciones. Cada Estado hace lo que puede y se compromete en la medida de sus posibilidades. Los deseos expuestos en el acuerdo no alcanzan a contener el aumento de la temperatura, que con las proyecciones actuales podría superar los tres grados a final de siglo. Y lo peor es que los compromisos no se revisarán hasta dentro de una década. Para entonces la actual incertidumbre, tan confortable para la inacción o el mínimo esfuerzo, dará paso a otra lógica perversa: la irreversibilidad del cambio climático. Cuando la estadísticas certifiquen que el desastre es inevitable (con amplias regiones del planeta inhabitables, migraciones masivas y hundimiento de la producción agrícola), no habrá tiempo para hacer nada y reaccionaremos con un sálvese quien pueda.

El profesor David Runciman concluye en un artículo, en la revista Letras Libres, que el cambio climático es hoy el más intratable de los problemas ya que la política, particularmente en EEUU, bloquea el camino de la acción. Por eso, «la tentación de abandonar la política está por todas partes». Sin embargo, no deberíamos fiarlo todo a las soluciones tecnológicas, que pueden llegar o no. Aún estamos a tiempo de evitar con decisiones globales que nuestra civilización se juegue su futuro a la ruleta rusa. El cambio climático es ya una realidad. Los ciudadanos hemos de exigir a nuestros gobiernos que dejen de refugiarse en un cortoplacismo suicida. De lo contrario no dejaremos a las próximas generaciones margen de actuación frente a un desastre irreversible. Revertir el cambio climático es nuestro mayor desafío como civilización.

Joaquim Coll, historiador.

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