Demasiado tarde

El bárbaro asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo es un atentado contra la libertad de expresión. Y por tanto contra la libertad de cada uno. Todos somos Charlie. Aunque algunos pensemos que publicar dibujos de Mahoma con el culo al aire es una provocación de mal gusto que exacerba la rabia de los ofendidos. Pero no puede haber excepciones al ejercicio libre del periodismo, fundamento de una sociedad democrática. Sin embargo, el ataque yihadista de París tiene un significado más profundo: es una escalada en una guerra iniciada hace dos décadas y que ha cambiado el mundo. La estrategia diseñada por Bin Laden está dando resultados en gran parte por la falta de inteligencia de los países occidentales que caen en todas las trampas.

El principio es muy sencillo: hurgar en las llagas de la injusticia social, la humillación cultural y los enfrentamientos religiosos hasta desencadenar la violencia entre los bandos resultantes de esa división. Ese fue el objetivo del ataque a Nueva York: provocar a Estados Unidos a llevar la guerra a Afganistán, una guerra de la que no saldrán victoriosos. El genio de Bush añadió un regalito extraordinario a la nueva yihad: ocupar Iraq y destruir el régimen baasista que era enemigo del islamismo. Una vez Iraq en guerra, la táctica de Al Qaeda, inexistente antes de la invasión, fue organizar matanzas de chiíes en nombre de los suníes y de suníes achacándoselo a los chiíes. Y como Estados Unidos confió el gobierno a la mayoría chií que utilizó el ejército contra los suníes, se crearon condiciones para el surgimiento de diversos grupos yihadistas en el origen del Estado Islámico. Algo semejante ocurrió en Siria, una vez que el movimiento democrático contra El Asad se enfrentó a una feroz represión llevada por la minoría alauí dominante contra la mayoría suní. La espiral de violencia entre milicias prooccidentales, el Frente al Nur (cercano a Al Qaeda), el Estado Islámico y las tropas del dictador forzó a miles a definirse buscando protección. Paralelamente, la estrategia en Europa consistió en aprovechar la discriminación de las minorías musulmanas y el no respeto a su cultura para fomentar la rebelión entre los jóvenes hartos de humillaciones y exclusiones aunque fueran ciudadanos. La hostilidad creciente entre jóvenes musulmanes y la mayoría de los ciudadanos se alimentó recíprocamente. Y ahí incidió eficazmente la propaganda yihadista, tanto desde algunas mezquitas como mediante internet. Lo que llevó a estigmatizar las mezquitas (en Suiza se prohibieron los minaretes).

Las restricciones a su culto religioso agravaron el resentimiento musulmán de tal forma que contribuyó a la radicalización de círculos vinculados con las mezquitas. Tal fue el caso de Chérif Kouachi, que empezó sus andanzas en la mezquita Addawa, en uno de los lugares de concentración musulmana en París. Internet, que no tuvo ningún papel en la preparación de atentados hace una década, ahora sí se ha convertido en el lugar de encuentro de yihadistas de todo el mundo, no en términos organizativos sino como soporte de relaciones sociales, de información, de debate, de proyectos. No son circuitos secretos sino webs abiertas a las que todo el mundo puede acceder y en las que se expresan todo tipo de quejas, protestas, ideas y propuestas de acción. Así como expresiones musicales, sobre todo rap, con contenidos directamente violentos que encienden el entusiasmo de los jóvenes guerreros.

La otra dimensión clave de la estrategia yihadista ha sido la expansión mundial de los grupos terroristas en forma de red con casi total autonomía de cada nodo en esa red, porque se generan espontáneamente. De ahí la importancia de internet para mantenerse informados y sentirse parte de un movimiento global. La estructura en red hace muy difícil su represión. Porque aunque se destruyan nodos importantes, por ejemplo Bin Laden y la mayor parte de la primera generación de líderes de Al Qaeda, surgen otros líderes (como Al Bagdadí) y otros nodos que acumulan recursos, experiencia y capacidad de reclutamiento. Ahora bien, la forma de red requiere nodos territoriales donde se pueda recibir, entrenar y adoctrinar a los reclutas. Ese fue el nacimiento de Al Qaeda (que quiere decir La Base) en Afganistán contra la Unión Soviética, con apoyo de la CIA. Y luego en Afganistán con los talibán, apoyados por Pakistán. Y en Iraq en alianza con los resistentes suníes. El Estado Islámico es la culminación de esa territorialización del yihadismo. Controlar un territorio al que puedan acudir los candidatos al martirio de todo el mundo. Y en último término, de esa experiencia de las brigadas internacionales yihadistas surgen los combatientes que retornan a sus países para sembrar el terror en base a su propia iniciativa.

Así se ha establecido un canal permanente de comunicación entre sectores de la juventud musulmana (o conversa) marginada y humillada en Occidente y la tierra liberada en el Oriente Medio. Lo cual conduce a una guerra interminable en los territorios que van cayendo bajo control yihadista por la incompetencia y corrupción de gobiernos como el de Iraq. Y a un estado de alerta permanente en Europa y EE.UU. Poco a poco nuestras sociedades se están israelizando, es decir, viviendo en el miedo cotidiano y en el imperativo de la seguridad por encima de todo. Y una parte de los ciudadanos europeos empieza a adoptar la islamofobia (una forma extrema de racismo) como bandera identitaria, como demuestra el auge de Pegida en Alemania.

Por eso el ataque a Charlie Hebdo representa un paso decisivo y ominoso en el proceso de hostilidad recíproca que se retroalimenta con cada acto de violencia. Claro que la solución es la tolerancia cultural y religiosa, la integración social de los jóvenes, la cooperación internacional. Pero es demasiado tarde. Hemos entrado en la barbarie.

Manuel Castells

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