El discurso de Hollande del 27 de agosto

Francia, modesta potencia mundial, pasa su vida buscando acomodo entre los grandes. Reino Unido también, aunque sea distinto. Francia mantiene unos gramos de independencia, verdadera independencia. Ejemplo, la intervención del entonces ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, en el Consejo de Seguridad, en 2003. España no es una potencia mundial, pero tiene un territorio parecido al de Francia y es su vecino, aliado y socio. El PIB francés casi dobla al español. Además de su puesto permanente en el Consejo de Seguridad, Francia tiene una respetable fuerza nuclear desplegada en sus submarinos. Hoy Francia lo está pasando regular mientras España lo pasa francamente mal.

El 27 de agosto, en el Elíseo, François Hollande se dirigía a sus embajadores. Además del primer ministro, los presidentes de las cámaras, el comisario Barnier, los parlamentarios, había muy pocos invitados. El presidente de la República señaló algunas cosas sabidas, aunque necesarias de recordar:

En el mundo ha aumentado la inestabilidad. Hay una acumulación de nuevas amenazas.

Pero hay también trabajos bien hechos: líneas que se mueven, dictaduras que caen. Avances de la democracia, de la igualdad entre hombre y mujer, de respeto a las minorías. La sociedad civil no ha retrocedido sino que, mal que bien, se ha afirmado.

Francia quiere mantenerse como un puente entre las naciones. Lo demuestra, con España e Italia, en Líbano, mientras hace sus pruebas en Malí, Costa de Marfil, Gabón o en el conflicto turco-armenio. Después hablaremos de Siria. El empeño por mantener ese papel de puente no es nuevo, data de los Valois, en torno al 1500.

Pero hay otras claves, económicas, jurídicas, culturales, en este discurso, el más ambicioso de Hollande en sus primeros tres meses. El presidente busca nuevos aliados para avanzar en la regulación financiera. Sabe que ese avance es inútil sin un acuerdo previo con Alemania. En la vida en general y en este preciso punto, nada se puede hacer sin aliados. En Europa, Hollande y Merkel se enfrentan a Gran Bretaña. Pero tienen el apoyo de los nórdicos, de Canadá y de decenas de estados más. Además, dicen los colaboradores de Barack Obama, cuentan con Estados Unidos.

Europa es una fuerza en busca de posiciones nuevas y plazos largos. Veremos la dimensión y el alcance de esos plazos en los próximos acuerdos de defensa. Francia necesita firmarlos en primer lugar con británicos y alemanes. En este punto, sígase el próximo libro blanco coordinado por Jean-Marie Guehenno. Atención al nuevo ministro de Defensa, JeanYves Le Drian, anterior responsable de la región de Bretaña. También en la Francia de Hollande, Estados Unidos será el primer aliado de los europeos.

Laurent Fabius, ministro de Asuntos Exteriores, se responsabilizará de un plan de diplomacia económica. Las embajadas francesas defenderán a las empresas francesas, empezando por las empresas de servicios. Eso incluye telecomunicaciones, agua y energías renovables, incluyendo el nuclear civil. Francia tiene un déficit comercial de 70.000 millones, unos 35.000 millones si se resta el petróleo. Este plan, emprendido y tantas veces rehecho, debe convertirse en un asunto europeo. Por ejemplo, prestemos atención a Desertec donde alemanes, franceses, españoles, suecos, finlandeses, italianos, británicos, trabajan codo a codo con marroquíes y argelinos en programas de energía a partir de industrias solares y eólicas del Sáhara. E uropa es, no hace falta decirlo, el primer desafío de los europeos. Los años de imprevisión han servido para fortalecer sobre todo a los populismos. Pero la Europa más innovadora tiene 120.000 millones de euros para apoyar su política industrial y tecnológica. Tampoco se avanzará aquí sin una unión bancaria en la que algunas deudas nacionales puedan ser mutualizadas. Grecia tiene que quedarse en el euro.

Nada de esto se hará sin una unión económica y fiscal con una verdadera base, la unión política. También aquí es indispensable el acuerdo previo con Alemania.

Hay un punto crítico en este discurso, el Mediterráneo. Que un presidente francés dedique tres largos párrafos a este asunto crucial debe alertar a Italia y España. Italia mantiene una potente industria de defensa, España está hoy más apagada, aunque mantenga con alemanes y franceses una gran empresa aeroespacial, EADS, rival de Boeing, primera del mundo. Francia, dice Hollande, quiere que el Mediterráneo deje de ser un espacio de tensión para convertirse en espacio de cooperación. Los intercambios económicos deben enriquecerse con intercambios humanos. Esto no es un lugar común. En los países de la orilla sur crece la preocupación por la seguridad general. Pero la seguridad reclama también una dignidad general. A diferencia, digamos, de sus vecinos marroquíes o argelinos, Francia mantiene desde hace siglos el respeto a las minorías, a la libertad de prensa, a la defensa de la oposición, a el esfuerzo por participar, insiste Hollande, en la vida pública.

Las ideas no son elucubraciones. Pero las verdaderas ideas deben circular. Hace doscientos años, añadimos nosotros, Norteamérica se hizo grande gracias a su capacidad para debatir, discutir, ventilar ideas a la intemperie. No se avanza si no hay debate de ideas, entre ideas, sobre ideas. Desde hace años, Francia defiende un Mediterráneo de proyectos: nombrará para ello un coordinador interministerial. Hollande quiere comprometer a la Unión Europea y a la Comisión en el éste relanzamiento y embarcar en él a los países del Magreb, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. Pero al otro lado, en la costa oriental del Magreb, la Siria de Bachar al Assad sigue matando a sus rebeldes, a quienes tienen derecho a sublevarse. El ejército ha matado casi a 20.000 sirios. El espectáculo es insoportable para la conciencia humana. Francia no regateará esfuerzos para defender el derecho de los sirios a la libertad. Apoyará los avances hacia una transición rápida e impulsará un gobierno provisional inclusivo y representativo. Turquía, reconocía Hollande el 27 de agosto, ha prestado un gran servicio al asegurar zonas tampón en su frontera sur. Si el régimen de Assad recurriera a las armas químicas, de inmediato Francia intervendría militarmente.

Darío Valcárcel, director de la revista «Política Exterior»

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