Política y política ficción

Es extraño que en un país civilizado como es España, en un país que vive la democracia con normalidad, una cuestión como la educación en valores democráticos y cívicos pueda ser controvertida. También es extraño que en una democracia que vive desde su inicio bajo la presión del terrorismo, y que además ha sufrido la sacudida de la masacre del terrorismo de inspiración islamista, no se acierte a ver que la mejor manera de acercar a las jóvenes generaciones los valores de la democracia y de la cultura constitucional es a través del significado del Estado de derecho que todo terrorismo intenta destruir, y no tratando de modelar las conciencias en las visiones que informan algunas leyes positivas que pueden perder su significado.
Lo que el terrorismo pone en peligro es el Estado de derecho. Este se basa en el monopolio legítimo de la violencia: solo el Estado, y solo el Estado sometido al imperio del derecho y de la ley, puede ejercer violencia, puede constreñir la libertad, puede imponer exacciones dinerarias. El terrorismo es negar tanto el monopolio de la violencia por parte del Estado como su legitimidad. El terrorismo vasco, el de ETA y sus adláteres, nunca ha tenido dificultades para condenar la violencia, siempre que se añada toda violencia, incluida la del Estado de derecho.

Ha habido quien ha creído necesario recurrir a la ética para trazar una línea de distinción entre los terroristas y los partidos democráticos. Pero ese recurso ha tenido consecuencias indeseables. La ética no es la política. Una política restringida a la defensa de principios éticos puede resultar es- téril. La política exige compromisos. La política democrática vive de la renuncia a verdades definitivas, funciona en el nivel inferior al de las verdades últimas, si es que quiere seguir siendo política aconfesional.

La ubicación en el plano de la ética --con plena convicción o como simple instrumentalización táctica-- ha llevado al PP, especialmente al PP vasco, a renunciar a la política democrática. Es imposible hacer política si alguien se ubica en el plano de la resistencia ética. La pureza absoluta no es compatible con la política democrática. Para hacer frente a la violencia terrorista basta con recurrir a los principios de la política democrática, a la defensa del Estado de derecho, al principio del monopolio legítimo de la violencia. La ética estorba, induce a confundir los planos, esteriliza la vida política.

Pero también puede conducir a lo contrario: condenada en el plano ético la violencia terrorista, cualquier proyecto político es legítimo, incluso si obvia y oculta el principio del monopolio legítimo de la violencia, el principio constitutivo del Estado de derecho, incluso si deja de lado las consecuencias que se derivan del hecho de que no puede haber democracia si no es como gestión del pluralismo. No hay democracia sin reconocimiento del pluralismo como condición necesaria de la libertad.

El PNV ha creído que es posible escudarse en el plano ético, en la condena ética de la violencia terrorista para seguir con el plan Ibarretxe, que implica el no reconocimeinto del Estado de derecho como monopolio legítimo de la violencia, y que implica el desconocimiento de la democracia como reconocimiento y gestión del pluralismo como condición de la libertad.

Parece que el PP vasco, a rebufo de los cambios que a trompicones puede haber en el PP en su conjunto, está dispuesto a recuperar la capacidad de hacer política, de superar el estado de estatua de sal plantada en la eternidad ética a la que le había llevado María San Gil. Sin perder un ápice de la capacidad de criticar al nacionalismo vasco, pero con la disposición a hacer política, a hacer valer su peso electoral en la política vasca, sin ubicarse ni dejarse ubicar en la marginalidad estéril e insignificativa.

Lo que sigue sin estar claro es si el PNV va a poder proceder a un cambio similar. Los más de cien años de historia de los que se ufana el nacionalismo vasco empiezan a ser más una hipoteca que un valor. Especialmente si esa referencia histórica va acompañada de la proclamación de que mantiene intactas sus esencias, que no ha cambiado en nada el mensaje original.

De nada le va a servir al PNV su último eslogan, Think gaur Euskadi 2020 (Piensa hoy la Euskadi del 2020), si no se enfrenta a su problema fundamental, a su homologación democrática: Euskadi, la sociedad vasca, no es homogénea en el sentimiento de pertenencia. Es compleja y plural. No puede haber un proyecto democrático para Euskadi que obvie esa realidad. No puede haber un proyecto político para Euskadi exclusivamente nacionalista. No se puede seguir soñando con la ficción de una Euskadi en Europa sin España, porque el pluralismo estructural vasco implica que España-Estado y España-nación cultural son elementos integrantes de la sociedad vasca, tan legítimos como el nacionalismo.

El PNV no encontrará el camino de vuelta de su apuesta fracasada de Estella/Lizarra mientras no se avenga a reconocer que España no es algo exterior a Euskadi, sino elemento integrante de ella. Europa como referencia única para la sociedad vasca, como si España no existiera, es política ficción.

Joseba Arregi, presidente de la asociación cultural Aldaketa.