Keynes, un economista único

La obra de Skidelsky –recién publicada en versión española por RBA, con buena traducción de Javier San Juan y Anna Solé–, constituye un monumento sobre el economista quizá más incisivo e ilustrado del siglo XX: John Maynard Keynes ( JMK). Un libro que es fruto de la más ingente labor del biografiante; iniciada en 1976 y que sólo finalizó en 2003: 27 años para redactar, primero, una trilogía y, al final, un resumen. Que en su edición española abarca 1.366 páginas, longitud que no es óbice para que el lector se sienta apresado en la lectura desde su mismo comienzo.

Nacido en 1883 y muerto en 1946, el grueso de la vida profesional de Keynes se vio enmarcado entre las dos guerras mundiales. Y como manifiesta Skidelsky, siguiendo una apreciación un tanto marxiana, su biografiado fue un producto de su clase y su formación; y por tanto, tendió a considerar el problema económico desde el punto de vista de una burguesía educada, inquieta, por muchas razones, en el centro de un imperio en declive.

JMK fue un filósofo individualista, defensor del capitalismo a reformar; frente a la amenaza por entonces más que evidente del comunismo y el fascismo. Como también se opuso al sindicalismo militante, y a la creciente concentración monopólica de los negocios. Distinguiendo entre la estructura central del sistema, que debía ser defendido a ultranza, y sus anexos. A los que debía renunciarse a través de una vía intermedia e inteligente, favoreciendo ciertos principios de interés colectivo, en la idea de salvaguardar así la estructura central del propio sistema.

Keynes, que tanto disfrutó de los dulces encantos de la burguesía, fue un economista de formulaciones radicales. Desde su primer libro, Indian Currency (1913), en el que sostuvo la idea de que una colonia virreinal de las dimensiones de la India necesitaba de un sistema monetario propio; y por ello mismo de un Banco Central… y al final, de la independencia misma del inmenso país.

Poco después, JMK elevó el nivel de sus posicionamientos, abordando el problema clave de un mundo en el que los aliados de la Primera Guerra Mundial pretendían exprimir la riqueza de la Alemania derrotada; con una desmesurada exigencia de indemnizaciones de guerra. Pretensión de la que, según Keynes, indefectiblemente surgirían problemas económicos y sociales muy graves y, a la postre, un vivo espíritu de revancha por parte de los alemanes. Ese fue su gran alegato profético en el opúsculo Las consecuencias económicas de la paz (1919). Un auténtico manifiesto contra el Tratado de Versalles en ciernes; escrito por un todavía joven JMK, que no vaciló en dimitir de su puesto de representante del Tesoro en la delegación británica que estaba negociando la paz draconiana para la nueva Alemania de Weimar.

Con su obligado retorno a las actividades académicas (siempre en Cambridge), Keynes escribió A Tract on Monetary Reform. Un tratado en el que se manifestó claramente en contra de cualquier pretensión de restaurar el patrón oro en Inglaterra y en el mundo. Y en 1925 patentizó esa misma postura del modo más rotundo, en su también célebre artículo Las consecuencias económicas de Mr. Churchill; en el que advirtió al entonces Canciller del Exchequer (ministro de Hacienda) sobre las graves secuelas que tendría la vuelta al patrón oro. Y que efectivamente se hicieron realidad: con la libra esterlina otra vez dorada, y sobrevalorada, el Reino Unido entró en depresión en 1926, tres años antes que el resto de los grandes países occidentales.

Las claves económicas keynesianas precipitaron en una formalización magistral, ya en plena Gran Depresión: la Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). Con la tesis central de luchar contra el paro y la caída de la actividad económica; a base de inversión pública (multiplicador de inversiones), garantizando un cierto nivel de demanda agregada, para luego ampliarla (acelerador del consumo); y manejando para ello todos los instrumentos de las políticas públicas: impuestos, seguridad social, etc. Con el propósito final de recuperar el pleno empleo.

Desde ese mismo enfoque, JMK hizo una ardua defensa del NewDeal, en el que pudo influir a través del epistolario que mantuvo con el presidente Roosevelt; y también, después de 1936, merced a la difusión de la Teoría General en el inquieto mundo de los economistas y think-tanks norteamericanos.

Habrá que recordar igualmente que en 1940 –en un Londres asiduamente atacado desde el aire por los Messerschmitt y los Junkers—, Keynes polarizó su atención en los problemas de la propia guerra en curso, y de la esperable postguerra. Derivando de esos trabajos otro de sus celebrados ensayos: How to pay for thewar. En el que, en 1942 ya propuso una unión de clearing, para crear un nuevo sistema monetario internacional sustitutivo del viejo patrón oro.

Esa fue la idea que JMK planteó en 1944 en la Conferencia de Bretton Woods, el gran momento de diseñarse el orden económico anglosajón de la postguerra. Aunque al final, prevaleció el Plan White sobre el de Keynes, que proponía establecer un Banco Central de alcance universal para emitir una moneda común (el bancor). Propuesta que fue combatida por E.H. White, el representante de EE.UU. en la Conferencia, pues para Washington DC estaba claro que el keynesiano banco central del mundo ya existía (la Reserva Federal de EE.UU.), y lo mismo pasaba con la pretendida moneda universal (el US Dollar).

La amargura de Keynes por su relativo fracaso en Bretton Woods, le acompañó hasta su propia muerte. Que se produjo el domingo de Pascua de 1946, al volver de la primera reunión formal del recién constituido FMI en Washington DC, que le hizo sentir la más viva desazón. Sin embargo, aunque fuera a título póstumo, ese mismo año de 1946 comportó el pleno reconocimiento internacional del keynesianismo con la Ley General de Empleo de EE.UU. Y al año siguiente, 1947, se inició la más vasta operación keynesiana conocida hasta ahora: cebar la bomba de la muy destruida economía europea con el Plan Marshall. Lo que marcaría un punto de inflexión definitivo en la historia del siglo XX.

Ramón Tamames, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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