La historia contra Europa

La Historia tiene importancia, pero de diversas formas. En algunos lugares y para algunas personas, la Historia significa conflictos eternos modelados por fuerzas geopolíticas profundas: hace cuatro siglos lo mismo que ayer. En otros lugares y para otras personas, la Historia indica la necesidad de encontrar formas de escapar de antiguos conflictos y prejuicios trasnochados. Esa división es la que caracteriza la batalla intelectual que se está riñendo ahora en Europa y cerca de ella.

Con el centenario en este año del estallido de la primera guerra mundial, docenas de nuevos análisis de “la guerra para acabar con todas las guerras” han salido de las imprentas y resulta tentador ver paralelismos contemporáneos en la autocomplacencia de la Europa imperial, en particular su firme convencimiento de que el mundo estaba tan interconectado y próspero, que ningún retroceso era concebible. Actualmente, pese a los supuestos efectos civilizadores de las cadenas mundiales de suministro, lugares convertidos en polvorines como Siria o el mar de la China Meridional podrían hacer estallar el mundo... exactamente como lo hizo el conflicto de Bosnia en 1914.

La de reflexionar sobre la herencia de la Gran Guerra ha sido también una ocasión para resucitar las mentalidades de aquella época. En el Reino Unido, el Secretario de Educación, Michael Gove, inició recientemente una polémica contra los historiadores que subrayaron la futilidad de la guerra, al calificarla de “guerra justa” dirigida contra el “despiadado darwinismo de las minorías selectas alemanas”. Parece una alusión levemente velada a las luchas de poder de la Europa contemporánea.

Pero 1914 no es el único punto de comparación posible o atractivo para interpretar el pasado de Gran Bretaña. El año próximo será el bicentenario de la batalla de Waterloo y la derrota final de Napoleón. El político británico derechista Enoch Powell solía afirmar que el Mercado Común Europeo era la venganza que los alemanes y los franceses imponían a Gran Bretaña por las derrotas que ésta les había infligido.

Las celebraciones y conmemoraciones estarán cargadas de simbolismo relacionado con disputas contemporáneas. Ya el Primer Ministro británico, David Cameron, ha tenido que cambiar el emplazamiento propuesto para una cumbre con el Presidente de Francia, François Hollande, el Palacio de Blenheim, porque los diplomáticos franceses se dieron cuenta de que se había construido para celebrar a John Churchill, duque de Marlborough, quien aplastó las fuerzas de Luis XIV en 1704, cerca de la pequeña ciudad bávara que dio nombre al palacio.

El año 1704 está muy cargado de significado. La victoria sobre Francia puso los cimientos para el Acta de Unión entre Inglaterra y Escocia de 1707. Dicha unión es el tema de un referéndum decisivo que se convocará este año en Escocia.

En el otro extremo del continente europeo, se están usando de forma similar fechas históricas evocadoras –o se está abusando de ellas– para traer al presente imágenes de enemigos que resuenan en los debates políticos contemporáneos. Hace unos años, una película rusa sencillamente titulada 1612 evocó la “época de los percances", en la que, por culpa de unos dirigentes débiles, Rusia fue invadida y subvertida por aristócratas y capitalistas polacos insidiosos. El director de la película, Vladimir Jotinenko, dijo que era importante que su auditorio “no lo consider[ara] algo propio de la historia antigua, sino un acontecimiento reciente... que not[ara]n la vinculación entre lo sucedido 400 años atrás y hoy”.

Cuando Rusia se esfuerza por atraer a Ucrania a su órbita, otra fecha antigua cobra relevancia: 1709, momento en el que el zar Pedro el Grande aplastó a los ejércitos suecos y cosacos en la batalla de Poltava. Aquella batalla fue también el tema de una película rusa reciente, El servidor del soberano. Los comentaristas rusos de televisión dicen que los países más comprometidos con el apoyo a la Ucrania orientada hacia Europa –Suecia, junto con Polonia y Lituania, que han quedado bajo la órbita sueca– buscan la venganza por la derrota de Poltava.

Los extremos occidental y oriental de Europa están obsesionados con fechas que recuerdan sus luchas con el centro: 1914, 1815, 1709, 1707. 1704 y 1612, entre otras. En cambio, el centro europeo está obsesionado con trascender la Historia, con la creación de mecanismos institucionales para superar los conflictos que dejaron marcada a Europa en la primera mitad del siglo XX. El proyecto de integración europea es como una liberación respecto de las presiones y las limitaciones del pasado.

Después de la segunda guerra mundial, Charles de Gaulle desarrolló una complicada metafísica para explicar la relación de su país con su pasado problemático. Todos los países europeos habían sido traicionados. “Francia sufrió más que otros, porque fue más traicionada que los otros. Ésa es la razón por la que Francia debe hacer el gesto del perdón... Sólo yo puedo reconciliar a Francia y Alemania, porque sólo yo puedo levantar a Alemania de su decadencia”.

Winston Churchill (descendiente directo del duque de Marlborough) tuvo una visión similar en la posguerra para superar las divisiones pasadas y las peleas nacionalistas. “[E]ste noble continente (...) es el venero de la fe y la ética cristianas”, afirmó. “Si Europa se uniera en algún momento para compartir su legado común, no habría limite a la felicidad, la prosperidad y la gloria que sus trescientos o cuatrocientos millones de personas disfrutarían”.

¿Es el centro europeo actualmente demasiado ingenuo o demasiado idealista? ¿Es posible de verdad escapar de la Historia? O, al contrario, ¿hay algo extraño en la forma como los extremos europeos recurren obsesivamente a hitos históricos? En Gran Bretaña y Rusia, esa obsesión no parece ser sólo una forma de afirmar sus intereses nacionales, sino también un mecanismo para hacer un llamamiento a una población desencantada con las realidades contemporáneas de la decadencia posterior al pasado imperial.

De Gaulle y Churchill sabían mucho sobre la guerra y querían transcender el legado empapado en sangre de Poltava, Blenheim y Waterloo. Consideraban que la Historia ofrecía enseñanzas sobre la necesidad de escapar del pasado. Hoy, los extremos de Europa, parecen, en cambio, decididos a escaparse a ella.

Harold James, a senior fellow at the Center for International Governance Innovation, is Professor of History and International Affairs at Princeton University and Professor of History at the European University Institute, Florence. A specialist on German economic history and on globalization, he is the author of The Creation and Destruction of Value: The Globalization Cycle, Krupp: A History of the Legendary German Firm, and Making the European Monetary Union. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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