La salida es ahorrar

Llevamos ya cinco años de crisis. Y todo apunta a que todavía nos quedan otros cinco para recuperar la normalidad, entendida no por la vuelta a la euforia de los años previos, sino por la recuperación de una senda de crecimiento sano y razonablemente estable y sólido.

Y ello es así por varias razones. Debemos recuperar competitividad, y eso sólo es posible si conseguimos los efectos de una devaluación sin poder devaluar el tipo de cambio. Es decir, si reducimos precios y salarios en términos reales. Ya se está haciendo, pero es un proceso necesariamente lento, además de doloroso. Pero a través de él, mejoraremos, como ya está sucediendo, nuestras cuentas con el exterior y reduciremos nuestras necesidades de financiación. Y reduciremos nuestro endeudamiento global.

El problema principal de la economía española es la deuda acumulada durante años como resultado de políticas monetarias excesivamente expansivas, con el resultado de una enorme abundancia de crédito a tipos de interés reales negativos, y de políticas fiscales –de gasto– asimismo excesivamente expansivas y que han elevado la deuda pública a una gran velocidad.

Pero el problema tiene su origen en la deuda privada. De familias y empresas. Canalizada desde el exterior por el sistema financiero, gracias a la existencia de ahorro externo en determinados países, ávidos, pues, de colocarlo en activos exteriores. Por ejemplo, en el sector inmobiliario español, creando una ingente burbuja que, al explotar, ha supuesto enormes problemas de balance –es decir, de solvencia– en buena parte de nuestras entidades financieras. Por ello, cuando han fracasado las políticas de saneamiento internas (propiciando procesos de concentración que han sido claramente insuficientes, y que se han llevado por delante a las cajas de ahorros, o forzando provisiones no asumibles por muchas entidades), no ha habido más remedio que pedir ayuda: el rescate bancario. Esperemos que su puesta en marcha sea el principio del fin de la crisis financiera. Y cuando antes llegue mejor. Y si llega directamente a las entidades financieras sin castigar aún más nuestro endeudamiento público, también mejor para todos.

Aunque insisto, la recuperación de la solvencia de nuestro sistema financiero es condición necesaria. Pero no suficiente en sí misma. Necesitamos reducir significativamente la deuda del conjunto de la economía, porque la apelación al ahorro exterior para seguir financiándola es cada vez más difícil. Y sin duda más cara. Es obvio que tenemos aún acceso a los mercados para financiarnos, como lo demuestra la colocación de las subastas del Tesoro. A precios insostenibles a medio plazo ya que los tipos de interés superan con creces la tasa previsible de crecimiento nominal de la economía. Y con una clara imposibilidad, en términos generales, de acceder a dichos mercados por nuestro sector privado, cada vez más afectado por la ausencia de crédito, ya que nuestro sistema financiero ha invertido su papel tradicional: canalizar ahorro hacia la inversión y financiar la actividad económica. Ahora, en cambio, está drenando financiación de la economía para poder avanzar en su propio saneamiento.

Por ello, necesitamos que nos ayuden. No en términos de rescate global como ha sido el caso de Grecia, Portugal o Irlanda. Estos países vieron cegada completamente su capacidad de obtener financiación externa, salvo la procedente de la troika. Y por ello, han tenido que ceder su soberanía a la hora de formular sus políticas. No es el caso de España ni de Italia. Pero necesitamos que nos ayuden para seguir financiándonos a precios asumibles, mientras vamos reduciendo nuestro endeudamiento. Y eso puede hacerse si simultaneamos la actuación del BCE, comprando ilimitadamente deuda soberana en los mercados secundarios, con la posibilidad de acudir al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), en el caso de que, en las emisiones primarias, los tipos de interés requeridos sean excesivamente altos.

Esta combinación presionaría a la baja los costes de financiación y sería de enorme ayuda. Cuanto antes se produzca esta petición por el Gobierno, mejor para todos. También para la estabilidad del euro y para el crecimiento del conjunto de la eurozona. Con las condiciones que sean necesarias y razonables, pues, al igual que ha sucedido con nuestra banca, no podemos resolver nuestros problemas sólo con nuestros propios recursos.

Y, mientras, seguir desend eudándonos y reduciendo el déficit público hasta recuperar una tasa de ahorro público positiva, en términos de saldo primario, y seguir reduciendo el de las empresas no financieras, que ya lo están haciendo, e invertir el proceso en las familias que, a pesar de la crisis, siguen reduciendo su tasa de ahorro. Por ello, es imprescindible, en mi opinión, cambiar la fiscalidad. Justo en la dirección contraria a las medidas que ha adoptado el Gobierno en ese terreno. Aunque es de justicia admitir que subir los impuestos indirectos favorece la contracción del consumo a corto plazo y, por consiguiente, va en la dirección correcta. Pero no por las razones aducidas, que son de carácter presupuestario. Y, en cambio, aumentar la carga fiscal sobre el ahorro y sobre las rentas, como se ha hecho, es, en las actuales circunstancias, absolutamente contraproducente.

Voy concluyendo: reducir, hasta invertir su signo, nuestras necesidades de financiación externa pasa inevitablemente por el aumento del ahorro interno. Y a ese fin debe dirigirse la política económica. Si no es así, seguiremos en un círculo vicioso que nos aleja del objetivo final: volver a ser capaces de crecer y de crear empleo.

Josep Piqué, economista y exministro.

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