No me parece mal que se recuerde

Querido J:

El asesinato del industrial José María Bultó Marqués, el 9 de mayo de 1977, fue aquello que se llama un crimen de época. En la frase hay subsumido un juego de palabras, que sólo he advertido al escribirlo. Tal vez recuerdes que el único condenado en firme por este crimen fue un dirigente del llamado Exèrcit Popular Català (Epoca), como con una cierta pompa de acrónimo preferían llamarse. Pero la verdad es que no pretendía jugar, sino subrayar la extraña capacidad de algunos crímenes para iluminar un tiempo. Fue el de nuestra juventud y el de la Barcelona de la Transición, de pronto estremecida por un salvajismo inédito.

Aquel día de mayo, tres hombres asaltaron una vivienda de la calle de Muntaner y adosaron al cuerpo del industrial Bultó una bomba. Él estaba comiendo, como acostumbraba, en casa de un familiar. Le exigieron 500 millones de entonces y le advirtieron que si intentaba desprendérsela, la bomba explotaría. Cuando los terroristas huyeron, dejando la bomba y un pliego de instrucciones, el industrial decidió volver a su casa. El chófer le esperaba abajo. Durante el camino le fue contando lo que había pasado y aún le animó a que palpara la bomba. En cuanto llegó a la casa dio instrucciones nerviosas, pero precisas, al servicio: la primera que avisaran a su hijo, y luego subió por la escalera interior hasta sus habitaciones

El hijo, Manuel, estaba en su despacho. Descolgó el teléfono y sólo oyó los gritos y lágrimas de una criada, que le urgía a venir, porque había pasado algo terrible. Preguntó el qué, pero era imposible entenderse. Estaba a pocos minutos de la casa, que era también la suya. Su padre, viudo desde muchos años antes, vivía con el matrimonio en una torre del barrio de Pedralbes. Cuando llegó, las criadas repitieron el llanto. «Ha explotado», alcanzó a entender. Dedujo que su padre estaba arriba y que algo había pasado allí. Ninguna de las mujeres había subido al oír el estruendo. El hijo subió. Se fijó que había algunas manchas indeterminadas en la pared y entró en la habitación sin saber qué iba a encontrarse.

Su padre estaba tumbado boca arriba en el dintel que separaba la habitación estricta del cuarto de baño. Medio cuerpo en cada pieza. Iba vestido con chaqueta y corbata y tenía el pecho abierto, mostrando las entrañas. El hijo vio que el brazo izquierdo estaba en un rincón de la habitación y que el otro permanecía en el cuerpo, sin trauma aparente. En las paredes había trozos de vísceras y cuajarones y del techo del baño caían gotas de sangre. Los periódicos dirían que el industrial Bultó Marqués murió al intentar desprenderse la bomba. Una de esas hipótesis rápidas, con su grieta de exculpación, que permanecen durante siglos. Lo cierto es que antes de que se lo llevaran, su hijo se fijó en las manos. Tanto la del brazo que yacía suelto como la del otro estaban intactas.

El estremecimiento barcelonés se produjo cuando el crimen de la bomba en el pecho se repitió meses después con el matrimonio Viola y, en especial, cuando se supo que uno y otro habían sido cometidos en nombre de la independencia de Cataluña por su ejército popular. Dos hombres lo mandaban. Uno de ellos era Jaume Martínez Vendrell (1915-1989), y es la espita de esta carta. Porque la otra mañana, en la Colonia Güell del municipio de Santa Coloma de Cervelló, el Ayuntamiento homenajeó y puso placa a la memoria de este hombre.

Ya sabes que tengo un criterio algo diferente del común sobre las placas y los lapidarios homenajes urbanos. No creo que en las calles de una ciudad deba constar sólo el Bien. Al cabo del tiempo, las calles y los muros no homenajean: sólo recuerdan. Por lo tanto no me parece mal que se recuerde a Martínez Vendrell en su pueblo. Ahora bien: espero que conste en la lápida el rasgo principal y más nítido (en términos, digamos, colectivos) de su paso por el mundo. Es decir, cabe esperar que la lápida ponga: Jaume Martínez Vendrell, terrorista. He llamado esta mañana al Ayuntamiento de Santa Coloma para preguntar por ésta y otras cuestiones relacionadas con el caso, pero el alcalde, el señor Josep Comellas i Marín, había salido de fin de semana. Martínez Vendrell fue el único condenado por el asesinato. Doce años, que no cumplió, por complicidad en el crimen. Algún día te explicaré la historia judicial y política de los presuntos asesinos del industrial Bultó. Pero ahora estamos en la plaqueta de Martínez Vendrell. Ha producido un cierto sobresalto el homenaje. El hijo, Manuel, ha hecho lo que ha de hacer un hijo: querellarse contra el Ayuntamiento de Santa Coloma. Y los periódicos han levantado algunas exclamaciones. Lo comprendo.

Sin embargo, si uno mira bien al fondo de los asesinatos de Bultó y Viola encuentra muchos otros motivos de exclamación. Te explicaré uno de ellos. Trata del otro jefe del Ejército Popular. El 16 de marzo de 1978, los periódicos dieron publicidad a una larga nota de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona donde se detallaba la detención de Jaume Martínez Vendrell y de otras personas vinculadas con los asesinatos. El diario La Vanguardia publicaba la nota completa. Una de las grandes noticias estaba en estos párrafos: «En 1967 Jaime Martínez Vendrell (según sus propias manifestaciones) es requerido por José María Batista Roca, quien le encarga la creación de una organización que mediante la lucha armada pudiese llegar a conseguir la independencia total de los Países Catalanes [...] El visto bueno para llevar a cabo la acción contra el señor Bultó la dio en principio Jaime Martínez Vendrell y, en última instancia, José María Batista Roca».

Estos párrafos provocaron una insólita nota adjunta de la redacción del periódico. La leo y reconozco en su punta seca la voz de Manuel Ibáñez Escofet, que era entonces el director práctico del periódico. Después de un aseado reconocimiento a la labor de la Policía, la nota continuaba: «Pero nos resistimos a aceptar la culpabilidad de don Josep Maria Batista i Roca [1895-1978], profesor ilustre y hombre de recta trayectoria, porque no puede defenderse de las acusaciones. Es corriente que los detenidos culpen a una persona que no puede hablar y la muerte de Batista i Roca, en agosto del pasado año, cerró para siempre sus labios».

Se resistían. Pero tanto Martínez Vendrell como otro de los acusados ratificaron en el juicio ante la Audiencia la implicación de Batista i Roca en la actividad de Epoca. Precisaron, incluso, que Batista i Roca estaba por una lucha armada «responsable». Ninguno de los dos estaba endosando su responsabilidad al muerto. Sólo estaban orgullosos de haberle servido. Se resistían: Ibáñez Escofet, La Vanguardia y, seguramente, hasta Tarradellas, entonces presidente de la Generalitat, que fue su amigo durante mucho tiempo y que, probablemente, estaba al fondo de la nota de la redacción del diario. Se resistían, pero la implicación del etnólogo en la lucha armada es hoy un lugar común aceptado por el independentismo catalán.

Y siguen resistiéndose, como es natural. En Santa Coloma de Cervelló homenajean a Jaime Martínez Vendrell. Pero Batista i Roca tiene calles en media Cataluña, monolitos y un premio que lleva su nombre. El premio es a la proyección exterior de la cultura catalana, concretamente.

Sigue con salud

A.

Arcadi Espada