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Los Mayas: palacios y pirámides
I. Introducción
         
 
  INDICE  
  I. INTRODUCCION  
Introducción
Lagunas y avances
El entorno
La arquitectura
Inscripciones
Formas expresión
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  TABLA CRONOLOGICA  
  GLOSARIO  

 

EL SEÑOR DE LA JUNGLA

El señor de la jungla

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La civilización maya —la más avanzada de las grandes culturas de toda América Central— produjo una arquitectura espectacular. Decenas de ciudades, centenares de monumentos, salpican la gran selva tropical de Guatemala, Honduras, Belice y México, así como la floresta de Yucatán.
     En Quintana Roo, Campeche y Chiapas, en Petén y en las tierras altas de la sierra volcánica guatemalteca, las tribus de los mayas crearon entre el comienzo de nuestra era y el siglo XII un número considerable de impresionantes monumentos. Este legado, que equipos de arqueólogos nativos y eruditos enviados por las grandes universidades americanas o europeas se dedican a estudiar, restaurar y excavar, constituye uno de los principales testimonios del extraordinario dinamismo de las sociedades amerindias. Estas creaciones demuestran el sentido artístico que floreció en el Nuevo Mundo, en una época en la que Europa conoció el apogeo romano, las grandes invasiones y los comienzos de la Edad Media.

Pero el carácter excepcional del arte y de la arquitectura precolombina radica en un hecho paradójico que desconcierta al historiador y al antropólogo: estas obras surgieron en sociedades que no tenían ningún contacto con el Mundo Antiguo. En vísperas de la Conquista española, los pueblos de América Central no estaban influenciados ni por las civilizaciones occidentales ni por las de Extremo Oriente. Entre los habitantes de Europa y Asia, por un lado, y las sociedades amerindias, por el otro, las relaciones ya se habían cortado antes del neolítico.

El asentamiento del hombre en el continente americano es relativamente reciente: llegó al Nuevo Mundo en las postrimerías del paleolítico. Entre 70.000 y 10.000 años antes de nuestra era, unas tribus de cazadores siberianos, que vivían aún en estado nómada, penetraron en sucesivas oleadas en Alaska durante la última glaciación, la wurmiense o, como dicen los americanos, de Wisconsin.

Gracias al descenso del nivel de los océanos por la acumulación de hielos en las regiones árticas y antárticas del globo, los recién llegados —cazadores-recolectores— cruzaron por tierra el paso que entonces existía entre Asia y América. Este puente natural ocupaba la zona situada entre el actual estrecho de Bering y el archipiélago de las Aleutianas. A lo largo de los siglos —o, mejor dicho, de los milenios— sus tribus errantes, en busca de caza, recorrieron todo el continente americano, de norte a sur. Varios milenios antes de nuestra era alcanzaron América Central, la cuenca del Amazonas y los Andes, hasta la Tierra de Fuego.

Sin embargo, aproximadamente hacia el año 10.000 a.C., las relaciones entre el continente asiático y América cesaron, debido al recalentamiento general del clima: el nivel de los océanos se elevó y el puente terrestre volvió a sumergirse. Por lo tanto, este pueblo de cazadores, que sólo disponía de piedra tallada, abandonó el Viejo Mundo incluso antes de que se produjera la gran revolución neolítica, en la que se inició la domesticación de los animales y la agricultura, que fue acompañada por el sedentarismo y el invento de técnicas revolucionarias, como el tejido, la cerámica y, a continuación, la metalurgia y la escritura.

Los amerindios tuvieron, pues, que recorrer solos su propio camino hacia el desarrollo. Tuvieron que forjar por sus propios medios un patrimonio cultural. Descubrieron por sí mismos todo su saber y se pusieron a la altura de las grandes culturas agrícolas con unas experiencias absolutamente originales.

 

 

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