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JUEGO DE PELOTA
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Además de las pirámides y los palacios, uno de los elementos arquitectónicos característicos de los centros urbanos de Mesoamérica es el juego
de pelota, que solían practicar los pueblos precolombinos de todas las regiones comprendidas entre las selvas de Petén y los altiplanos mexicanos. Su presencia queda ya atestiguada entre los olmecas,
en La Venta, hacia el 1000 antes de nuestra era. Lugar de enfrentamiento entre dos equipos, el juego obedece a unas reglas muy complejas. Se practica con un gran «balón» de caucho relleno, que
pesa entre uno y tres kilos. Consiste en lanzar la pelota con el torso y la cintura sin la ayuda de brazos y piernas. El cuerpo de los jugadores está protegido por un cinturón —fuerte y ancho— hecho de tela, madera y relleno de algodón. La pelota tiene que alcanzar unos «blancos» representados por postes o argollas enclavadas en los muros laterales del recinto. El partido termina a
veces con la ejecución del vencido, mediante un ritual ligado al calendario y a los ciclos astrales.
Desde el punto de vista arquitectónico, el campo para el juego de pelota se presenta como un espacio abierto, limitado lateralmente por dos terraplenes paralelos, más o menos
inclinados, y por unos muros que rodean la zona de enfrentamiento. En los dos extremos, unos espacios más anchos destinados a los equipos conforman, junto con la parte central, una planta en forma
de «H» aplastada.
El juego de pelota representa, dentro del urbanismo de las ciudades mayas, un elemento importante, que supera el aspecto meramente lúdico para adquirir un carácter religioso,
inscribiéndose dentro del ritual de los sacrificios. Por este motivo la importancia de este espacio colectivo no debe ser infravalorada.
Existen, claro está, otros tipos de edificios mayas: observatorios, baños de vapor, aras para los sacrificios, etc., que completaban el escenario urbano. En las plazas, se erigen
unas estelas que tienen la misma función que los altares al aire libre. Además, aunque no tenían carruajes —ignoraban el uso de la rueda— ni animales de carga, los mayas unieron sus ciudades por
medio de grandes calzadas rectilíneas y elevadas: los sacbeob (plural de sacbé) o «carreteras blancas», que podían llegar a medir varias decenas de kilómetros de largo y parecen
haber sido dedicadas tanto a manifestaciones religiosas como al despliegue del ceremonial. Estos caminos procesionales eran construidos y nivelados con la ayuda de pesados rodillos de piedra accionados
por cuadrillas de obreros. |
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