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Las grandes ciudades mayas surgieron gracias a un proceso lento que empieza a finales de la época preclásica, hacia el 200 o 100 antes de
nuestra era. Pero para seguir la formación de los primeros centros de culto y de poder, hay que remontarse mucho más atrás: los asentamientos levantados por los olmecas del golfo de México hacia
el 1200 o 1000 a.C. constituyen el origen de los centros ceremoniales precolombinos, que incluyen unas construcciones dotadas de esos dos elementos constitutivos que son, por un lado, la pirámide,
y por el otro, el juego de la pelota. [FIGURA 1]
En La Venta [FIGURA 2], en la zona pantanosa de Tabasco, los olmecas levantaron una pirámide de tierra en forma cónica, de 125 m de diámetro
y 31,5 m de alto, con unas 20.000 toneladas de materiales. Es aquí también donde la primera gran cultura del antiguo México acondiciona una monumental zona de juego entre dos terraplenes paralelos,
que miden 80 m de largo. En el extremo norte de este conjunto se encuentra una plaza en forma de cuadrilátero. Los tres elementos —pirámide, patio para el juego de pelota y cuadrilátero— están
ordenados sobre un eje rigurosamente orientado norte/sur, que ocupa el centro de un islote situado sobre un afluente del río Tonala. El conjunto está formado además por túmulos y una serie de
monolitos colosales, en particular altares [FIGURA 3] y estelas, así como por unas enormes cabezas de piedra, admirablemente esculpidas, que representan a jugadores
de pelota tocados con cascos [FIGURA 4]. Estas obras, que pueden llegar a pesar 25 toneladas, marcan la eclosión del gran arte plástico de México.
Éste es el legado que heredan las primeras tribus mayas, además de los rudimentos de un sistema de glifos que les permite consignar nombres y apuntar cifras por medio de puntos
y de barras que sirven para recordar las fechas de un calendario sagrado, basado en complicados datos astronómicos. |
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