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¿Cuál sería el aspecto de una obra en una metrópolis como Tikal, inmersa en la selva virgen? Para hacernos una idea hay que tener en cuenta,
por un lado, que la ciudad tenía varias pirámides grandes, que se alzaban a 45-70 m de altura, y por el otro, que amplios palacios alternaban con las construcciones de carácter religioso. El volumen
de trabajo era, por tanto, considerable. Para la construcción de edificios de fábrica, seguramente se necesitaron durante años cientos, puede que miles de obreros. Alrededor, el pueblo maya seguía
viviendo —tanto en el perímetro urbano como en las zonas agrícolas circundantes— en simples chozas hechas con materiales perecederos.
El reparto del trabajo era bastante sofisticado, ya que las tareas requerían distintos grados de especialización: preparar grava de caliza, recoger combustible para obtener la
cal o picar piedras en las canteras y transportarlas, lo podía hacer mano de obra poco cualificada, es decir, un «proletariado» rural que estaba desempleado durante determinadas estaciones del
año; pero para los trabajos más finos, como el corte de los bloques que iban a servir para el aparejo, el montaje de las paredes de mampostería, la cuadratura de la madera para los dinteles y
los paramentos internos de los santuarios, etc., se necesitaban obreros especializados; finalmente, hacía falta todo un equipo de artesanos hábiles: escultores, estucadores encargados de la ornamentación
con estuco, pintores que se hicieran responsables de la policromía y escribas capaces de cincelar inscripciones.
Todo esto, sin tener en cuenta el proyecto arquitectónico, el diseño y la realización de los planos, la orientación y la evolución de los edificios, que eran renovados periódicamente
(superposiciones) [FIGURA 1]. Hemos aludido sólo al trabajo material, pero también estaban los rituales del culto y el funcionamiento de los complejos religiosos,
que necesitaban un número elevado de sacerdotes, a cuya cabeza estaba el soberano que detentaba el poder absoluto. |
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