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El juego de pelota más hermoso que jamás hayan edificado los precolombinos es seguramente el de la Chichén Itzá maya-tolteca
[FIGURA 1]. Se trata de un complejo de 160 m de largo y 75 m de ancho, que está orientado en dirección norte/sur. El terreno de juego propiamente dicho cubre
7.000 m2. Su planta tradicional en forma de «H» aplastada [FIGURA 2] está bordeada por taludes y muros de 8 m de alto, cuya parte superior plana
servía de tribuna destinada a los espectadores. Incluye, además, una serie de edificios: al este, un santuario llamado Templo de los Jaguares, que se abre hacia el exterior; lo remata el Templo
de los Tigres, que está vuelto hacia el interior y domina el lugar de enfrentamiento de los equipos [FIGURA 3]; finalmente, en cada extremo, unas tribunas abovedadas
posiblemente acogían a las «autoridades» político-religiosas de la ciudad [FIGURA 4].
Los taludes bajos que bordean el área de juego presentan unos instructivos bajorrelieves [FIGURA 5], en los cuales podemos observar la ceremonia
que se celebraba después del partido. El interés iconográfico de estos documentos consiste en mostrar a los capitanes de los equipos, vestidos con su traje de gala o de lucha, la decapitación
del vencido, unos chorros de sangre que saltan de su garganta seccionada, y luego el cráneo del ajusticiado, con su tocado y sus adornos. Toda la escena está centrada en una enorme calavera de
perfil que destaca sobre un disco situado en el centro de cada talud que bordea el área de juego. Arriba, a 7 m del suelo, sobresale un aro de piedra [FIGURA 6],
tanto a la derecha como a la izquierda, perpendicularmente a la pared de los muros laterales: es por la abertura de estas «porterías» por donde tiene que pasar la pelota de caucho. El aro está |
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Respecto al Templo de los Tigres [FIGURA 7], que domina el área de juego en el extremo sur
del talud oriental, presenta un santuario con dos salas: al fondo, un sanctasanctórum oscuro, cuya bóveda estaba cubierta por escenas de batallas de una gran animación. En la parte anterior, el
vestíbulo se abre en tres vanos. Este pórtico está subdividido por dos serpientes emplumadas, con la boca abierta en el suelo, el cuerpo cilíndrico —se trata, esta vez, de dos verdaderas columnas
redondas, y no de pilares cuadrados— y la cola levantada, provista de los anillos del crótalo [FIGURA 8]. Estas esculturas anuncian, mediante un tratamiento
todavía grosero, el tema al que la entrada del Templo de los Guerreros, probablemente posterior, dará su perfecta expresión plástica.
Al pie de este edificio, en su fachada oriental, el umbral del Templo de los Jaguares [FIGURA 9] cuenta con un trono de piedra que tiene la
forma de una jaguar estilizado, al que debe su nombre [FIGURA 10]. Está adornado por hermosos bajorrelieves que cubren sus paredes internas de escenas mitológicas
relacionadas con el ritual que se practicaba en este recinto consagrado.
La relación de los templos con los juegos de pelota no deja ninguna duda respecto al carácter religioso de este «deporte» maya: el área de enfrentamiento no es otra cosa que la
representación del universo, el espacio sagrado en el que se desarrolla el eterno combate entre la luz y las tinieblas, donde se desplazan los astros, el Sol y la Luna, bajo el arbitraje del amo
de Xibalba, el Señor del Más Allá. |
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