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I. Introducción
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Origen
Religiones
Lenguas iranias
 
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  Introducción  

Las religiones del Irán antiguo

         
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La literatura en avéstico reciente, sobre todo los himnos (Yashts), el Videvdad («la ley antidemoníaca») y los fragmentos más recientes del Yasna («ofrenda») atestiguan una especie de transformación en la base teológica del zoroastrismo. En estos textos aparece toda una serie de divinidades, algunas de procedencia evidentemente indoirania, como Apam Napat, Mitra, Verehtragna y Thystrya, otras probablemente elaboradas ya en un contexto iranio-zoroástrico, entre ellas Sraosha, Rashnu, etc., a las que se veneraba con ofrendas. Aquí reaparecen algunas de las tradiciones antiguas y ciclos mitológicos en toda su complejidad. De ahí que se pretenda deducir una especie de mediación entre la doctrina zoroástrica originaria y las tradiciones religiosas locales. En qué medida esta orientación religiosa pueda reflejar los cultos del período aqueménida, sobre todo las prácticas religiosas en el entorno directo de los aqueménidas, es algo incierto. Lo que está fuera de duda es que la dinastía persa pertenecía a la tradición mazdeísta.

Hay que resaltar que también en este contexto los daiva, como «falsos dioses», son definitivamente degradados al rango de «demonios»; en cambio las figuras divinas aceptadas en el culto reciben nombres diversos, tales como yazata—, «digno de respeto», baga—, «predestinado», y ratu—, «juez». Pero ninguna de las divinidades adoradas en el panteón zoroástrico es comparable a Ahura Mazda, que no sólo reclama la supremacía total, sino que designa a estos seres celestiales, como luchadores e instrumentos de sus acciones antidiabólicas. También es significativo que la figura del antagonista por excelencia, Angra Mainyu, originariamente enfrentado a Spenta Mainyu, aparezca ahora colocado directamente en el mismo plano que Ahura Mazda. Así pues, no sólo nos encontramos frente a un dualismo ético, sino ante un enfrentamiento radical y directo entre un dios y un demonio. Esta situación aparece de forma aún más palpable en el Videvdad y se impone en los textos pahlevi, donde el dualismo se vuelve estrictamente ontológico. En este nuevo sistema —que aparece plenamente desarrollado a partir de los textos en pahlevi, sobre todo en el primer capítulo del Bundahishn, pero cuyos orígenes seguramente son mucho más antiguos— la concepción del tiempo desempeña un papel importante. Nos encontramos con una fuerte diferenciación entre el tiempo «infinito» y el tiempo «finito», algo que en el Avesta reciente sólo aparece mediante breves alusiones. El tiempo «finito» comprende un ciclo de 12.000 años y se representa como un instrumento divino. Ohrmazd, dotado de «omnisciencia y bondad» absolutas, interrumpe el tiempo «infinito» en el momento en que percibe la existencia del principio opuesto. Este acto preventivo debe evitar que la confrontación de ambas fuerzas se produzca en el plano del espacio-tiempo infinito. De este modo el tiempo «finito» comienza con la creación como acto autónomo, fruto de la autoconsciencia de Ohrmazd en el momento en que se dispone a hacer frente al demonio, cuya existencia ha percibido. Bajo esta perspectiva, este tiempo aún no es el «tiempo histórico», aunque lo supone y asume por necesidad. Así pues, el duelo entre las dos fuerzas primigenias ha empezado con esta operación de interrumpir el tiempo infinito y con la primera fase del desarrollo de la creación en su estadio menog, es decir, un estadio mental y prototípico que simbólicamente abarcará un período de 3.000 años. Falta, sin embargo, un nuevo acontecimiento para establecer definitivamente las reglas del duelo entre los dos principios contrapuestos.

Según la dramatización elegida por la literatura pahlevi para la representación del primer encuentro entre los dos principios cósmicos, Ahriman viene a hablar con Ohrmazd, quien inesperadamente le propone hacer las paces. Debido a su ignorancia, Ahriman no interpreta este gesto como un acto desinteresado, su perturbado raciocinio le hace considerar esta propuesta de paz como un signo manifiesto de debilidad y aprovecha la oportunidad para dar rienda suelta a su irresoluta voluntad de destrucción. Ohrmazd, que ya había previsto esta reacción del espíritu malvado, le propone combatir, como harían dos guerreros, en un espacio y tiempo limitados, es decir, en un tiempo finito, precisamente el ciclo de 12.000 años, y en la creación terrenal. Siempre guiado por su ignorancia, Ahriman estúpidamente acepta este pacto para luego comprobar que ha caído en una trampa y que está condenado a luchar en un espacio-tiempo finito del que no podrá escapar, y que será destruido al finalizar el ciclo de 12.000 años. Además, en el momento de aceptar el pacto y gracias a la oración Ahunwar pronunciada por Ohrmazd, Ahriman queda fuera de combate y relegado a las tinieblas durante 3.000 años. Durante este período, Ohrmazd crea el cielo, el agua, la tierra, las plantas, los animales y los hombres, la creación divina (bundahishn) adquiere forma vital (getig) pero aún permanece inmóvil (un estado definible como getig suspendido en el menog). Al término de esta segunda fase de 3.000 años, se cierra la primera mitad del ciclo cósmico mazdeísta y se inicia la segunda, considerada como verdaderamente getig y que durará otros 6.000 años. Con la ayuda del demonio femenino Jeh, Ahriman despierta finalmente del letargo en que estaba sumido, rompe el exterior de la bóveda celeste, penetra en el mundo y ataca la creación. Su irrupción pone en marcha la realización física del tiempo finito, que se hará visible gracias al movimiento de las estrellas que empiezan a rotar para cerrar el agujero por el que Ahriman y su armada de demonios habían penetrado en el mundo. Según la cosmología zoroástrica, a partir de este punto transcurren los 6.000 años restantes de la creación, hasta que Ahriman es aniquilado y se restablece el tiempo infinito.
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