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  Introducción  

Las religiones del Irán antiguo

         
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Así pues, nos encontramos ante un ciclo cósmico de 12.000 años dividido en dos grandes fases de 6.000 años cada una —una fase menog y otra getig—, que se dividen a su vez en dos subperíodos de 3.000 años. Encontramos también una división ternaria en la cosmología zoroástrica —que podría haber influido en la cosmología maniquea-: la primera fase bundahishn (la «creación») se sitúa antes de la confrontación; la segunda gumezishn (la «mezcla») o el momento de la confrontación; la tercera frash(a)gird (del avéstico frasho.kereti—, femenino, literalmente: «el acto para hacer brillar [la existencia]») o etapa de la «renovación» final.

La historia de la humanidad se entiende, pues, como la historia de la «mezcla», del dolor producido por la irrupción del mal. Se acompaña del movimiento del Sol, la Luna y las estrellas, pertenecientes a la creación «buena», pero también de los planetas, que se consideran seres diabólicos. El tiempo histórico en este contexto no representa una dimensión de decadencia ni una expulsión del paraíso perdido, sino un lugar de combate que conduce a la salvación y al rescate final. Podemos afirmar, por tanto, que el sistema mazdeísta considera absolutamente positivo lo existente, todo «lo que se encuentra en la historia», la existencia en suma, en cuanto instrumento operativo esencial para conseguir la victoria total sobre Ahriman.

Esta interpretación, según la cual dios crea el tiempo finito después de identificar el mal, posee una importancia central en el pensamiento iranio arcaico y medieval y, en cierto sentido, es de una modernidad impresionante. Es la alteridad negativa, el antagonismo, quien provoca la interrupción del infinito y conduce al desarrollo de una creación estructurada principalmente como un sistema limitado en el espacio-tiempo. Ésta es la base de la historia humana, totalmente getig en la acepción positiva ya precisada, cuyo objetivo final está claro: la aniquilación del mal y de Ahriman. El final de la historia es, pues, el final de la propia historia, es decir, el fin del sufrimiento, la liberación de la dialéctica del conflicto entre el bien y el mal, el regreso del tiempo infinito en el que la humanidad vivirá finalmente la tan i pasen o resurrección carnal, que no anula ni desmiente el estado getig sino que lo devuelve a su dimensión arquetípica. Otro tema es el destino final de Ahriman, a quien los tratados filosóficos zoroástricos —de carácter marcadamente aristotélico— le asignan la suspensión en un estado de «impotencia» del que el maligno nunca podrá escapar ni reaparecer. También puede decirse algo sobre el tema de la apocalíptica mazdeísta en la era sasánida y postsasánida, que si bien está basada en teorías escatológicas arcaicas también está poderosamente influida —sobre todo en lo que se refiere a la creación de un «genero literario» claramente apocalíptico— por la literatura judeocristiana e islámica, según investigaciones recientes.

Cabe mencionar también otra versión teológica perteneciente a la tradición zurvanita, según la cual Ohrmazd y Ahriman son hijos de Zurvan, el dios del tiempo, una especie de deus otiosus primigenio que anhelaba tener un hijo y para ello ofrece un sacrificio de 1.000 años, pero encontrándose próximo al final de la ofrenda duda de la eficacia del rito consumado. Del seno de Zurvan nacen dos gemelos (seres que hubieron de ser concebidos de forma andrógina): Ohrmazd, el fruto de la ofrenda, y Ahriman, producto de la duda. Esta doctrina, que se encuentra en clara oposición a la tradición «ortodoxa», probablemente trate de responder al dualismo radical de la cosmología desarrollada en el ámbito del mazdeísmo postgático y sasánida, introduciendo un nuevo monoteísmo y un origen único en la dinámica del conflicto entre luz y tinieblas. El origen del mal es en este caso fruto de la casualidad, de la duda surgida en la mente. Para justificar el origen del antagonismo entre el bien y el mal, aquí se asume una evidente imperfección del dios, un ansia divina que genera la ofrenda pero también la duda sobre su eficacia. Será Ohrmazd, nacido antológicamente «bueno» en cuando vástago de la ofrenda, a quien corresponda enmendar esta imperfección y restablecer un orden nuevo y superior.

La actitud positiva del zoroastrismo, y de gran parte de las corrientes teológicas que de él se derivan, se manifiesta en la suerte final reservada a la humanidad. De hecho, si bien la literatura pahlevi prevé la existencia de un infierno (dushox), de una especie de purgatorio (hammistagan) y de un paraíso (garodman), la apocatástasis del hierro y el fuego desencadenada con la llegada del último hijo de Zoroastro, el Saoshyant, una especie de «redentor» por excelencia (Soshyans en pahlevi), restituye la situación original haciendo que a todos los seres humanos les sea concedida la resurrección de la carne —una doctrina ya documentada en los textos en avéstico reciente—, el perdón y la dicha eterna. Según la interpretación zoroástrica, sería inadmisible una condena definitiva y eterna por las culpas —por graves que éstas sean— cometidas en el tiempo histórico y por tanto limitado de por sí, pues se daría una objetiva desproporción entre falta y castigo. Por otro lado, tal interpretación es totalmente coherente con la doctrina de la libertad de elección, consumada por los fravashi (frawahr en pahlevi), una suerte de doble espíritu femenino preexistente en cada hombre y cada mujer, los cuales en la fase primigenia de la creación, menog, eligieron arriesgarse a la encarnación aun sabiendo que podrían incurrir en la seducción del mal, pero contando al mismo tiempo con la garantía de acceder a la salvación final.

Finalmente, cabe mencionar muy brevemente que la religión zoroástrica, pese a ser fuertemente reprimida tras la difusión del Islam en la meseta irania y la caída del imperio sasánida en el siglo VII d.C., sigue viva en la actualidad, principalmente en los alrededores de Yezd y Kermán, así como en India y Pakistán, donde sus seguidores se conocen como «parsis». En Europa y América también existen numerosas comunidades zoroástricas de origen persa o indio.

   
 
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