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Lenguas iranias
 
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Figura 9
Tablilla de arcilla
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  Introducción  

Las lenguas iranias

           
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Los primeros indicios del paso del período iranio antiguo al período iranio medio (siglos IV/III a.C.-VII d.C.) ya son perceptibles en las inscripciones aqueménidas más tardías, pero los testimonios más antiguos son las dos inscripciones de Khung-i Nauruzi (Khuzistán, Irán sudoccidental; h. 140 a.C.), que muchos consideran los documentos más antiguos escritos en lengua parta —aunque están prácticamente recubiertas de heterogramas arameos—, anteriores incluso a los ostraka de Nisa (Turkmenistán) que en su mayoría pertenecen al siglo I a.C. De hecho, se discute si realmente están escritas en parto o si se trata más bien de una forma de arameo oriental tardío y corrompido. A este mismo período pertenecen las monedas del soberano Darew II, rey de Fars (Persia, siglo I a.C.), cuyas leyendas son consideradas mediopersas por parte de W. B. Henning (3). Con la caída del imperio sasánida y la consecuente y progresiva expansión del islamismo, finaliza el período lingüístico iranio medio. Sin embargo, las lenguas medioiranias individuales se extinguieron primero en el mismo Irán y bastante más tarde en las regiones fuera de Irán y en Asia central. Así nos encontramos con que los textos zoroástricos redactados en persa medio (siglos IX-X d.C.) están escritos en un lenguaje arcaico por unos autores cuya lengua era sin duda más moderna; sin embargo, el archivo del soberano de Samarkanda Dewashtich da fe de que al inicio del siglo VIII el sogdiano todavía era una lengua viva. ¿Y qué decir de los principales documentos khoresmios, que muestran una lengua a punto de entrar en la fase neoirania pese a que fueron escritos en el siglo XII-XIII de nuestra era? De las lenguas iranias modernas sólo el persa está documentado, si bien ocasionalmente, a partir del siglo VIII d.C.

En el período iranio antiguo las dos lenguas mejor documentadas, el avéstico y el persa antiguo, conservan en los nombres, pronombres y verbos las estructuras del protoiranio y, si las comparamos con el védico, también las estructuras del indoiranio (4). Por el contrario, en la fonética se registran desarrollos significativos, sobre todo en el persa antiguo.

Los primeros testimonios del persa antiguo son las inscripciones realizadas durante el imperio aqueménida en muchos y muy variados materiales, pero principalmente en piedra. Las más importantes son las inscripciones reales redactadas en el período comprendido desde Darío I(522-486 a.C.) hasta Artajerjes III (359-338 a.C.), sobre todo las de Darío y su hijo Jerjes (486-465 a.C.). Existen muchos otros testimonios lingüísticos cuya vastedad e importancia se debe a su estatus de lenguas imperiales, compartido sucesivamente por el persa antiguo y el medo. La más extendida fue la lengua elamita, representada concretamente por los miles de tablillas administrativas encontradas en los edificios conocidos como la Fortaleza y la Casa del tesoro en Persépolis, que nos han transmitido más de 8.000 antropónimos [FIG. 9] (núms. cat. 127 - 128 - 129). Otros testimonios paralelos son los escritos en acadio, anatolio, arameo, hebreo, egipcio, griego y latín.

Sin duda alguna, la inscripción aqueménida más extensa, majestuosa y mejor conocida es la que Darío I mandó realizar [FIG. 2] a sesenta metros del suelo en la pared de roca cercana a la actual población de Behistún (Kurdistán, Irán occidental), que conserva el antiguo topónimo βαγαστανον (*baga-stāna «lugar de los dioses») que nos ha llegado a través de Diodoro Siculo y Ctesias. Sus tres versiones en persa antiguo, neobabilonio y elamita, esta última repetida, narran la conquista del trono por parte de Darío y los acontecimientos del primer año de su reinado. Están dispuestas alrededor de un relieve que representa a Darío con un pie encima del cuerpo del destronado Gaumata y nueve rebeldes prisioneros al frente. También es importante la inscripción de conmemoración del rey Jerjes, llamada «Daiva», sobre varias losas procedentes de la Fortificación del Este, el cuartel general de la guarnición, junto a la Casa del tesoro en Persépolis [FIG. 8] (núm. cat. 112). Tres de estas losas nos han llegado en persa antiguo —una de ellas en elamita— y un cuarto ejemplar con texto babilonio. El pasaje más interesante narra la represión del culto de los daivas en uno de los pueblos sojuzgados. Es importante tener en cuenta que en las inscripciones aqueménidas más antiguas la única divinidad mencionada es Ahura Mazda, y hasta el reinado de Artajerjes II (405-359 a.C.) no se mencionan otras dos divinidades: Anahita y Mitra.

La lengua avéstica debe su nombre al Avesta (persa medio: abestāg), el libro sagrado de los zoroástricos, cuya parte más antigua, las Gathas, se atribuye al propio Zoroastro. A diferencia de lo que sucede con el persa antiguo, los manuscritos del Avesta que se han conservado hasta nuestros días son relativamente recientes: los más antiguos se remontan al siglo XIII d.C.

El Avesta, compuesto oralmente en una lengua particularmente arcaica a partir del siglo VI a.C. —si se acepta la datación más antigua de Zoroastro—, fue transmitido por escrito utilizando un alfabeto ad hoc. Se trata de un sistema de probable inspiración griega, compuesto por cincuenta y dos signos, quince de los cuales son vocálicos. Las letras son en parte inventadas, en parte derivadas del alfabeto pahlevi cursivo con algunas modificaciones; en tres casos coinciden con una forma más antigua del alfabeto pahlevi documentada en un salterio mediopersa encontrado en Turfan, mientras que para otros casos se baraja la hipótesis de un origen griego.
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