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El imperio aqueménida desde Ciro el Grande hasta Darío III (550-330 a.C.) |
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...viene de la página anterior La política de consolidación y seguridad de los territorios fronterizos sufrió un duro golpe con las revueltas de las ciudades jonias en el año 498 a.C. Gobernadas por el tirano Aristágoras de Mileto —que se había comprometido con los persas a lanzar un ataque contra Naxos, que fracasó—, se sublevaron poniendo de su lado a Caria y a parte de Chipre, y llegaron a conquistar e incendiar Sardes con la ayuda de tropas atenienses y eretrias. Fueron necesarios enormes esfuerzos por parte de los persas y las desavenencias entre los mismos jonios para conseguir sofocar la revuelta. En los años siguientes, los persas se ocuparon de establecer en las ciudades y regiones recuperadas reglamentos políticos de distinta índole que prometieran lealtad en el futuro. Se dedicaron a medir de nuevo los territorios urbanos y establecer los nuevos tributos a partir de esta base, a prevenir litigios fronterizos entre las poleis y, por último, a vengarse de Eretria y Atenas por su apoyo a la rebelión —en el caso de Atenas, también por la ruptura de su acuerdo—. La derrota persa en Maratón (490 a.C.), tras las campañas de Datis y Artafernes en la región de las Cícladas, dio por terminada de un modo nada glorioso la expedición del Egeo que, por lo demás, había tenido éxito, pese a que también fracasara el intento de someter Grecia e incluso Europa. Pero más que este revés sufrido por los persas, fueron decisivas las consecuencias de la victoria ateniense en la política interior de la ciudad —eliminación de los aliados del tirano y de los persas— y la consolidación de una identidad política ateniense. En cierto modo, Darío también intervenía activamente en Egipto, donde al comienzo de su reinado había sido eliminado el sátrapa persa y donde no se había logrado una estabilidad real durante el breve período de reinado del conquistador Cambises. Entre las numerosas medidas de Darío para garantizar el gobierno en los territorios del Nilo destacan la retirada de las disposiciones fiscales de Cambises y la recuperación de los antiguos privilegios para templos y comunidades de sacerdotes, la finalización del canal de Necao y el envío de expediciones marítimas a través de Egipto. De poco servía esto último a los intereses económicos de Egipto, más bien se trataba de emular las hazañas faraónicas y demostrar la excelencia del dominio persa. Estas dos facetas del rey —la del faraón egipcio al servicio de los dioses y la del gobernante de un vasto imperio son evocadas en representaciones e inscripciones de Darío en Egipto, por ejemplo, en los relieves del templo del oasis El Charga, en imágenes e inscripciones sobre las estelas del canal de Suez y, sobre todo, en los textos grabados en la gigantesca estatua del rey hallada en Susa, pero originariamente ubicada en Heliópolis [FIG. 17]. Bajo el reinado de Darío se inicia la construcción de las dos residencias aqueménidas más importantes, primero en Susa y después en Persépolis [FIG. 18] [FIG. 27] [FIG. 28] [FIG 29]. Las tablillas económicas elamitas de Persépolis (núms. cat. 127 - 128 - 129; [FIG. 9]) y la «inscripción del palacio» de Susa (DSf) constituyen un claro testimonio de la importancia de estos proyectos. El rey hizo traer mano de obra, materiales y proyectos artísticos de todos los confines del imperio para expresar arquitectónica, gráfica y textualmente su particular concepción del reino y del gobierno aqueménida. Corresponden igualmente a esta tradición las inscripciones (DNa; DNb) y los relieves de la tumba del rey en Naqs-i Rustam [FIG. 31] [FIG. 32], construida siguiendo el nuevo modelo de tumba rupestre cruciforme. Desde su subida al trono, Jerjes (486-465 a.C.), hijo y sucesor de Darío, tuvo que asumir la difícil tarea de consolidar y mantener la hegemonía persa, ampliada, reformada y legitimada
por su padre. Durante los últimos años se ha podido constatar que sus empresas tuvieron mucho más éxito de lo que los testimonios griegos pretenden, que le representan como un déspota intolerante,
aburrido y fracasado en el terreno político y militar. Estos estudios recientes liberan a Jerjes de la acusación de haber destruido templos babilonios y de arrebatar la estatua de Marduk, también
queda libre del reproche de haber impuesto una «dependencia intelectual» imitando la ideología de gobierno de su padre y de haber dado muestras de cobardía, crueldad e incapacidad estratégica
por su comportamiento en el escenario bélico de Grecia. Tampoco es lícito afirmar que con Jerjes se inició un proceso irreversible de decadencia del poder persa y de corrupción moral y ética,
como sugerían principalmente los autores griegos del siglo IV a.C. De hecho, en el reinado de Jerjes se produjo un verdadero apogeo cultural. |
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