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II. Historia de Irán
II. Historia de Irán: de la prehistoria a la época meda
II. Historia de Irán: de los aqueménidas al Islam
El imperio aqueménida desde Ciro el Grande hasta Darío III (550-330 a.C.)
Persia en tiempos de Alejandro y los seléucidas (330-140 a.C.)
Los partos desde Arsaces I hasta Artabanos IV (247 a.C.-224 d.C.)
Los sasánidas desde Ardashir I hasta Yezdigerdes III (224-651 a.C.)
Irán durante los primeros siglos de dominación musulmana
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  II. Historia de Irán: de los aqueménidas al Islam  

Irán durante los primeros siglos de dominación musulmana

Durante un siglo Irán estuvo regido por gobernadores árabes que dependían de los califas omeyas de Damasco. Estos gobernadores utilizaron los servicios de los dekhan persas (miembros de la baja nobleza feudal) para la administración de la meseta irania. Durante este período el mundo iranio fue uno de los principales objetivos políticos de los califas por la influencia que podía ejercer en el desarrollo del nuevo imperio. Esta situación cambió con la insurrección de los abbasíes en Jurasán, a mediados del siglo VIII, cuyo éxito se debió en gran medida a los nuevos musulmanes de Irán. Una vez consolidado el poder de la nueva dinastía —que fijó su capital en Bagdad— y tras asesinar el califa al-Mangur al que fuera «arquitecto» de la revolución abbasí, Abu Muslim, surgieron numerosos disturbios y revueltas, cuya causa debe buscarse en la decepción de los iranios al contemplar cómo su patria volvía a convertirse en una simple provincia de un imperio árabe. Este descontento desembocó, por un lado, en una serie de movimientos socio-religiosos y, por otro, en el nacimiento de dinastías iranias locales que conscientemente restablecerían, en cierta medida, las tradiciones preislámicas iranias. La primera dinastía fue creada por los tahiríes (821-873) que, desde Nishapur, en el noreste de Irán, hacían la función de iure de gobernadores de los abbasíes. Aunque sometidos a los califas, mantenían de facto una política bastante independiente en tanto que primeros soberanos islámicos en Irán.

Durante este período tuvo lugar la revuelta iniciada en Adzerbadján por Babak al-Churrami, quien reinstauró la ideología mazdeísta del período sasánida, y no fue sofocada por las tropas abbasíes hasta el año 838. A diferencia de los tahiríes, que fueron derrocados por los abbasíes, los saffaríes —que al mando de su líder Ya´qub habían sometido desde Seistán a Jurasán, Kermán y Fars a partir de mediados del siglo IX— intentaron derrocar al propio califato por sí mismos, pero su ataque al centro abbasí fue rechazado en el 876, poco antes de llegar a Bagdad.

Esta dinastía basó su legitimación esencialmente en sus orígenes pretendidamente sasánidas. Poco tiempo después, hacia el 900, 'Amr, hermano y heredero de Ya'qub, fue capturado por los samaníes y conducido a Bagdad. Los samaníes eran una familia de origen zoroastriano que por encargo de los tahiríes de Samarkanda había organizado la administración de la Transoxiana. Tras esta victoria se convirtieron en la fuerza política más importante de Irán. Nombrado por los califas gobernador de todo Irán oriental, Isma'il, que residía en Bujara, representó a partir de entonces gran parte de los intereses de su superior aunque, al igual que sus sucesores o por lo menos en la misma medida, persiguió sus propios intereses, cercando y protegiendo su propia zona de poder frente a los saffaríes y los turcos.

La importancia histórica de los samaníes no sólo reside en el hecho de que fomentaran la fusión de la cultura arabigo-islámica con la irania, sino también en que, a partir de ese período, la cultura neopersa se convirtió en uno de los vehículos más importantes del pensamiento islámico. Por lo menos así fue desde el momento en que el historiador iranio e intérprete sunnita del Corán, at-Tabari (fallecido en el 923), en su búsqueda de precursores históricos de los líderes políticos del mundo islámico, se encontró con los reyes sasánidas e incluyó el saber del pasado sasánida y de la historia presasánida, dentro de la cultura general del oriente islámico. De todos modos, es preciso evitar el calificar estas tentativas de soberanos e historiadores como antiárabes, antiislámicas o nacionalistas, lo cual podría llevarnos a emitir juicios erróneos. El hecho es que el persa, por su flexibilidad semántica y por su alcance supraregional, se convirtió en la segunda lengua más importante de transmisión del pensamiento islámico. La historia del antiguo Irán llegó a tener igual repercusión porque —a semejanza de la función que cumplieron los profetas con los israelitas— sirvió para introducir en la historia sagrada islámica el concepto de monarquía como institución emanada de Dios. Esta visión histórica quedó reforzada por las revisiones persas de las «sagas sasánidas», fundamentalmente la realizada por Firdusi (h. 936-1020) en el «Libro de los reyes». Tales adaptaciones no tuvieron una interpretación nacionalista hasta los siglos XIX y XX. Conviene señalar que la obra de Firdusi da cuenta de las luchas de los soberanos y héroes iranios contra sus enemigos turanios en Asia central, y que Firdusi la dedicó, con bastante ironía, precisamente a Mahmut de Gazni, un soberano de origen turco que a finales del milenio había acabado con el dominio de los samaníes.

Mientras que las dinastías regionales iranias mencionadas hasta ahora deben incluirse en la tendencia sunnita del Islam, los soberanos de las dos dinastías procedentes de la zona del mar Caspio, los ziríes y los buyíes, simpatizaban con los chiítas.

La historia de los buyíes se inicia con el dominio común de los tres hermanos al-Hasan, Ahmad y 'Ali, que prosperaron durante el corto reinado de Mardawidj b. Zijar y que después utilizaron para sus propios objetivos el vacío de poder entre los califas de Mesopotamia y los samaníes de Oriente. Finalmente, lograron controlar todo Irán occidental y arrebatar Khuzistán y el sur de Irak a los califas. A consecuencia de ello, a Ahmad incluso le fue concedido el título de «Gran emir» por parte del califa al-Muti' (reinado 946-974).

De los posteriores conflictos en la dinastía de los buyíes salió victorioso el hijo de al-Hasan, 'Adud ad-Daula (reinado 949983). Al convertirse en el año 978 en señor de Irak y con ello del califato, su reino se extendió desde el mar Caspio hasta el golfo Pérsico (Omán) y en Occidente hasta la zona central del Éufrates. En Fars y Mesopotamia se acuñaban monedas desde el año 982, en cuyas inscripciones se representaba a los soberanos con el antiguo título iranio «Rey de reyes» (shahanshah). En el resto del reino sólo era considerado «Rey» (al-malik en árabe). Tras la muerte de 'Adud ad-Daula en el año 983, el reino de los buyíes se desmoronó y sus restos reaparecieron finalmente en el año 1055 en el reino de los selyúcidas. Un destino muy similar fue el que corrieron en el año 1040 las posesiones iranias de los gaznauíes sunnitas de origen turco, quienes habían comenzado como soldados bajo las órdenes de los samaníes, después habían conquistado el norte y este de Irán al mando de su líder Mahmut y durante un tiempo habían planeado liberar a los califas, también «ortodoxos», del control protector de los buyíes y con ello de una tutela marcadamente chiíta. Tras un acuerdo con los selyúcidas, los gaznauíes se vieron expulsados definitivamente de la parte oriental del actual Afganistán, así como del norte de la India, donde su dominio perduró hasta el año 1186.

   
 
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