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Bibliografía
  III. Catálogo: el arte en la época parta  

Introducción (I)

             
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En la historia de Irán, el período parto representa una fase crucial de renovación y grandes innovaciones culturales. A pesar de su relevancia, contamos hasta el momento con escasos hallazgos que nos permitan realizar una evaluación histórica detallada, especialmente si tenemos en cuenta la considerable duración de este período. No obstante, si lo analizamos desde un punto de vista global, podremos apreciar un proceso evolutivo continuo que abarca desde mediados del siglo III a.C. —momento en que los arsácidas se establecieron por primera vez en su nuevo Estado, después de arrebatar la provincia de Partia a los seléucidas— hasta la derrota final del último soberano arsácida, Artabanos V, a manos de Ardashir I, el primer mandatario de la dinastía de los sasánidas. Si, por un lado, la razón por la que contamos con tan pocos hallazgos viene dada por la inevitable destrucción causada por el paso del tiempo —o bien se deba al azar que reina sobre muchos descubrimientos modernos—, por otro lado cabe atribuir la causa esencial de tal laguna a la situación histórica que se vivía en aquel momento.

La propaganda del período sasánida tardío ignoró sistemáticamente todos los logros de los arsácidas con la intención ideológica de establecer una continuidad cultural, política e histórica inmediata con los aqueménidas, pasando por encima de prácticamente cinco siglos de poder arsácida. Los sasánidas, príncipes de Persia, se consideraban descendientes directos de los aqueménidas, que les precedieron en su patria y en Irán occidental; al contrario de los arsácidas, cuyos orígenes procedían de las estepas euroasiáticas y defendían otro tipo de tradiciones iranias, como las de Partia y del Irán oriental. La confrontación entre las pruebas arqueológicas y los resultados obtenidos a partir de una lectura minuciosa de las fuentes existentes, sumada a una metódica inspección de toda la documentación, nos permite recrear una perspectiva histórica más acertada, aun teniendo en cuenta todas las incertidumbres provocadas por esta falta de pruebas directas y algunas interpretaciones partidistas e imparciales divulgadas en la Antigüedad.

A pesar de todas estas limitaciones, no hay duda de que el período parto fue uno de los más importantes no sólo de la historia de Irán, sino de la historia de toda la Antigüedad. No existe ninguna otra fase de la historia irania tan abierta a mentalidades culturales distintas a las oficiales y a tendencias tan diversas, ni ninguna otra se vio tan poco constreñida por superestructuras ideológicas. Seguían cultivándose las viejas y nuevas tradiciones iranias al tiempo que se conservaban los ritos culturales de la dinastía dirigente. Cabe aquí recordar la compilación sistemática de los textos del Avesta, uno de los grandes méritos de esta época. El imperio parto se erigía sobre una base estructural muy débil, debido a la falta de centralización del poder en manos del rey y a un poco exigente control del Estado, todo ello agravado por la presencia de unos reinos y ciudades que gozaban de gran autonomía y, en especial, por las relaciones entre el rey y la aristocracia, una situación que pudo muy bien desembocar en conflictos entre miembros de la familia real y en luchas incesantes por el poder y el trono. Esto no impidió que los arsácidas permanecieran en el poder por un período considerablemente superior al de los aqueménidas. Por otra parte, la gran libertad de que disfrutaba la variada población del imperio permitió alcanzar grandes logros a nivel cultural.

Los aqueménidas crearon un arte imperial que consistía en una síntesis irania de los elementos de todos los pueblos súbditos, desde el jónico hasta el mesopotámico, y además se encargaron de establecer las convenciones de un idioma de comunicación y comprensión universal. Por su parte, los arsácidas defendieron también este punto de vista universal, aunque en su caso partieron de unos medios completamente distintos, más acordes a los nuevos tiempos. Como garantes de vastas autonomías políticas para súbditos y vasallos, los arsácidas no tenían otro remedio que ejercer la tolerancia cultural hasta sus máximas consecuencias. Ellos mismos participaron intensamente en los grandes movimientos que marcaron su época, sobre todo al principio, en la época helenística. Las estrechas relaciones culturales, políticas y económicas entre el Mediterráneo, Asia central y la India propiciaron la unidad de países, gentes y culturas muy diversas, que mayoritariamente reconocieron la legitimidad del gobierno arsácida.

Los medios de comunicación que utilizarían los arsácidas —completamente diferentes de los utilizados por los aqueménidas— para dar a conocer los principios de su gobierno vinieron determinados por las circunstancias históricas absolutamente diferentes en las que se encontraban. En el intervalo de tiempo que separa a los aqueménidas de los arsácidas, la estrella de Alejandro Magno apareció en el firmamento asiático. Alejandro defendía una idea sin precedentes y aparentemente irrealizable, pero que llegó a hacer realidad: la unión de Grecia e Irán en un Estado único, unir griegos e iranios en un solo pueblo. A juzgar por los escasos documentos de que disponemos, los sucesores de Alejandro, los primeros seléucidas, parecieron seguir el camino del gran innovador al presentarse ante sus súbditos siguiendo sus respectivas tradiciones y, en particular, al actuar en Babilonia siguiendo los antiguos principios del reino babilonio. En el caso de los arsácidas no disponemos de documentos sobre los que basarnos, aunque los hallazgos arqueológicos nos permiten confirmar el profundo respeto que los arsácidas manifestaban por la coexistencia y la continuidad de las tradiciones de la heterogénea población de su imperio. Profesaran tal respeto conscientemente o no, éste sirvió para favorecer el libre desarrollo de las tradiciones locales sin que éstas fueran sometidas al poder superior.
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