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Figura 54
Relieve rupestre
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Figura 55
Gran iwan de Cosroes II
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  III. Catálogo: el arte en el Imperio Sasánida  

Relieves rupestres (I)

   
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Para el espectador actual, los relieves tallados en las rocas representan los vestigios más imponentes del arte sasánida y para todo el que viaja a Irán suponen una experiencia inolvidable por su romántico emplazamiento en gargantas y valles aislados. Se inscriben en una larga e inquebrantable tradición del arte oriental antiguo que en Irán se remonta al tercer milenio a.C. Hoy en día conocemos en Persia —antiguo corazón del imperio sasánida— más de 30 relieves rupestres que datan en su mayoría del comienzo de la época sasánida. Su temática es limitada y evoca principalmente la investidura sagrada del rey por los dioses o sus triunfos sobre sus enemigos. También encontramos representaciones del rey en su entorno familiar y con los más altos dignatarios del imperio o como cazador victorioso. Hay que destacar las imágenes del gran mago Kartir, sumo sacerdote zoroástrico que alcanzó su máximo poder bajo Bahram II (276-293 d.C.), testimonio que demuestra, una vez más, la estrecha relación entre la monarquía y la religión en el imperio sasánida (13).

Los relieves rupestres sasánidas se inscriben en la ideología político-religiosa desarrollada por Ardashir I de recuperación de las antiguas tradiciones de la monarquía irania y de la doctrina zoroástrica. Su objetivo era mostrar la omnipotencia del rey, su poder ilimitado, el origen divino de su dinastía y con ello obtener la legitimación divina de su poder. Estas imágenes monumentales no iban destinadas sólo a los hombres sino también al servicio de los dioses, a quienes el rey daba gracias por el poder que le habían otorgado.

Pero si el arte de los relieves rupestres sasánidas experimenta un súbito esplendor a comienzos de la dinastía —durante el reinado de su fundador Ardashir I (224-241 d.C.), en Firuza-bad y Naqs-i Rustam [FIG. 54]—, también encuentra un final repentino durante el reinado de Hormizd II (303-309 d.C.), a principios del siglo IV. No se conoce ningún relieve que pueda ser atribuido con certeza a Shapur II (309-379 d.C.), bajo cuyo reinado el Estado sasánida gozará de un nuevo apogeo.

El último relieve rupestre se remonta al reinado de Ardashir II (379-383 d.C.), el sucesor del gran Shapur. Ardashir abandonó Persia y escogió las rocas de Taq-i Bostan (Kermanshahan) como nuevo centro de la representación dinástica (14). Taq-i Bostan está situado en la carretera nacional más importante, la que unía Ctesifonte con la capital meda de Ecbatana y continuaba hacia el Este. En dicho enclave también se erigió una hacienda de caza real con dos iwanes esculpidos en la roca, con paredes al fondo decoradas con relieves. En la pared del iwan más pequeño está representado Shapur III (383-388 d.C.) y su padre, Shapur II. No se ha podido determinar todavía la fecha del iwan de mayor tamaño [FIG. 55]. Erdmann suponía que lo mandó construir (15) Firuz (457/459-484 d.C.), mientras que las investigaciones más recientes abogan principalmente por Cosroes II (591-628 d.C.) (16). La pared trasera de este iwan escenifica de nuevo el viejo tema de la investidura; las paredes laterales están decoradas con ostentosos bajorrelieves y escenas de caza que nada tienen que ver con los monumentales relieves rupestres del período inicial sasánida. Más bien parecen trabajos en estuco y pintura sobre pared, elementos comunes de la decoración interior de palacios y villas (17).

Como acabamos de ver, uno de los temas principales de los relieves sasánidas era la investidura, la institución de la «divinidad adoradora de Mazda» como «rey de reyes de los arios y no arios, cuyo linaje pertenece a los dioses». Ahura Mazda era el dios supremo de la investidura y la máxima autoridad divina del zoroastrismo. A su lado se encuentra la diosa de la fertilidad Anahita, el dios de la victoria Verethragna y Mitra, el dios de la luz. El poder del rey en la tierra es legitimado por los dioses, y como claro símbolo de su poder el rey obtiene la diadema de manos divinas. La idea del «rey por la gracia de dios» no es nueva, en el imperio aqueménida ya constituía uno de los pilares de la ideología del poder: «Soy rey por la gracia de Ahura Mazda, Ahura Mazda me ha cedido el reino», anunció Darío en las rocas de Behistún [FIG. 2]. De todos modos, los aqueménidas no se designaban a sí mismos dioses ni tampoco se consideraban de origen divino, al contrario que sus sucesores sasánidas. En relación a este tema, Josef Wiesehöfer considera que la «divinidad de los reyes sasánidas» se basa en la ideología real arsácida, que de nuevo arraiga en la herencia helenístico-seléucida (18). De todos modos, los monumentales relieves de investidura sasánidas se consideran reveladoras imágenes del carácter divino de la monarquía (19).

Uno de los relieves de investidura más bellos y más antiguos es el que hizo esculpir Ardashir I muy cerca de Persépolis, en las rocas de Naqs-i Rustam («Representación de Rostam», un héroe de la mitología irania) [FIG. 54] [FIG. 32].
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