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II. Los Tuareg en la Historia de África
 
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Figura 1
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LOS EUROPEOS EXPLORAN AFRICA

 

En 1788, sir Joseph Banks, el naturalista compañero de James Cook en la exploración del Pacífico, fundó la African Association con la finalidad de promover exploraciones en el continente, especialmente el descubrimiento y trazado del río Niger. Varias expediciones salieron desde entonces de la costa de Gambia hacia el interior, aunque sus componentes murieron todos consumidos por las fiebres o asesinados por los nativos; solo Mungo Parj alcanzó el Níger en 1797.

El primer dibujo de un tuareg que llegó a Europa fue realizado por el explorador escocés Hugh Clapperton en 1822, y representaba con gran fidelidad el traje tradicional, turbante, espada y accesorios incluidos. Enviado asimismo por la African Association, Clapperton, que había salido de Trípoli con dos compañeros, descubrió el lago Chad en febrero de 1823. Dos años más tarde partió del mismo lugar su compatriota Alexander Gordon Laing, quien, atacado por los tuareg en el desierto, recibió no menos de veinticinco heridas de takuba, una de las cuales le rompió la mandíbula. Sin embargo, siguió su camino y, después de enormes penalidades, fue el primer europeo en entrar en la mítica Tombuctú. Al abandonar la ciudad se incorporó a una caravana y fue asesinado. El viajero francés René Caillé, que siguió sus pasos en 1828, pudo contemplar sus huesos calcinados. Caillé, decepcionado al entrar en una Tombuctú muy decadente, se refiere a los merodeadores tuareg, que suponen un peligro constante para sus habitantes, y evita el contacto con ellos. Hasta la mitad del siglo XIX, los tuareg son para los europeos poco más que un nombre.

El primer contacto prolongado y la descripción precisa más temprana de los tuareg se deben al alemán Heinrich Barth, modelo de explorador científico, dotado de un valor, una resistencia física y una capacidad de observación fuera de lo común, que ha dejado uno de los más extraordinarios libros de viajes jamás escritos, Travels and Discoveries in North and Central Africa. Nadie ha reunido una información de tal calidad sobre una región tan vasta y desconocida, ni en situaciones de tan gran dificultad. La expedición había partido de Trípoli en abril de 1850, y estaba formada por el inglés James Richardson —que había realizado un viaje previo y contaba con la colaboración de un jefe tuareg—, el científico, también alemán, Adolf Overweg y el propio Barth. Cerca del oasis de Ghat, los exploradores admiran la vastedad y belleza de los paisajes que descubren. Conducidos por guías Kel Ewey, en el descenso del grupo hacia el Teneré, Barth realiza un breve estudio de los desconocidos tuareg del Hoggar. Sin embargo, cerca del pozo de Assiu fueron asaltados por una banda perteneciente a una de esas tribus, que les exigió la renuncia a su fe cristiana o, si preferían mantenerse en ella, el pago de una cantidad de dinero. Tras dicho incidente llegaron al Ayr, donde Barth se dedica a un trabajo minucioso sobre la cultura tuareg de la región. Luego, ya en Agadés, se sorprende por la armonía y actividad económica de la ciudad, que, a sus ojos, debería de provocar tanta curiosidad a los europeos como Tombuctú. Recibidos por el sultán, él y sus compañeros permanecen en la ciudad durante tres semanas. Barth describe las caravanas que llevaban a cabo el comercio de la sal a través del Teneré, formadas entonces por no menos de diez mil camellos. El resto de la expedición está lleno de dramatismo: el camino hacia el lago Chad se cobró la vida de Richardson, que murió de agotamiento, y la exploración del lago la de Overweg. Solo, Barth recorre el Benue y el Níger hasta llegar a Tombuctú en septiembre de 1853. Allí permanecerá seis meses protegido por un morabito prestigioso, El Bakay, quien le proporciona documentos para que pueda redactar su Historia de los songay. Cuando, en 1855, entra en Trípoli, ha recorrido más de 16.000 kilómetros por el corazón de África, una hazaña de la que él mismo se muestra orgulloso: "En esta empresa he triunfado de un modo tan completo como nunca me hubiera atrevido a desear. He hecho conocer el conjunto de esta vasta región que, incluso para los mercaderes árabes, era la menos conocida de todas las partes de África... ".

La visión romántica del pueblo tuareg, opuesta a la habitual de bandidos de las rutas, es la presentada por Henri Duveyrier, que recorrió el corazón del desierto, sin más ayuda que su sonrisa y su juventud, entre 1859 y 1864. De regreso a Francia escribió el primer estudio dedicado enteramente a los tuareg, Les Touaregs du Nord, que todavía es uno de los libros de referencia sobre dicha cultura y que se convirtió en un éxito en su país. Duveyrier considera la bravura y agresividad de los guerreros como la consecuencia de las difíciles condiciones en las que deben sobrevivir, pero la nobleza acompaña todas sus acciones; así, desprecian las armas de fuego porque permiten el ataque emboscado, y no envenenan nunca sus armas. Son, además, una sociedad tolerante, en la que las mujeres gozan de gran libertad. El estudio de Duveyrier, se refería a los tuareg del Tassili del Ajjer, donde había estado bajo la protección del jefe supremo, el amenokal lkhenukhen. Una tragedia vino a cambiar la opinión del pueblo francés sobre los nómadas del desierto. Argelia había sido progresivamente colonizada desde 1830 y el gobierno de la metrópolis proyectó el tendido de una línea de ferrocarril transsahariana que uniese todas las provincias del enorme territorio que fue llamado el Sudán francés. En 1881 una misión militar mandada por el coronel Flatters para definir la posible ruta de la línea férrea fue absolutamente aniquilada por los tuareg del Hoggar. Henri Duveyrier es acusado entonces de haber presentado una imagen falsa de ese pueblo salvaje y de haber contribuido a la catástrofe, críticas que le afectaron hasta el punto de conducirle al suicidio pocos años después. Nadie tuvo en consideración el punto de vista de los propios tuareg, para quienes un joven y curioso etnólogo no representaba ningún peligro, en tanto que una columna militar con órdenes de controlar las rutas saharianas constituía una amenaza intolerable para su forma de vida.

Decidida a ocupar definitivamente el territorio, Francia utiliza un poder militar inasequible para los indígenas. Archinard establece la colonia del Sudán y Tombuctú cae en poder de los franceses en 1893; la expedición, provista de armas pesadas, del coronel Foureau-Lamy atraviesa el Sahara en 1899 y el capitán Pain se apodera del oasis de In Salah, la puerta del Hoggar, ante la escasa resistencia de los tuareg. La desigualdad de armamento provocó enormes pérdidas humanas a los nómadas, que cargaban en oleadas provistos de espadas y escudos, y a lo sumo algún viejo fusil, contra los compactos escuadrones franceses protegidos por una artillería mortífera. Hasta los mismos oficiales se admiraban del valor suicida de los tuareg, que afrontaban la muerte como un destino fatal. La presión militar francesa y las constantes escaramuzas obligaron a tribus enteras a emigrar al Chad, permaneciendo allí algunas de ellas hasta nuestros días. La derrota más costosa fue la sufrida por los Kel Hoggar en Tit en 1902, y supuso el comienzo real de la ocupación colonial francesa. En 1915-1916, durante la primera guerra mundial, los tuareg, esperanzados por los rumores de las derrotas francesas en Europa y estimulados por el movimiento religioso musulmán llamado Senusis, sitiaron Menaka y tomaron Djanet; después, el 2 de diciembre de 1916, el padre Foucauld —el más grande etnólogo de los tuareg— es asesinado en Tamanrasset. La represión francesa es de gran dureza, pero los enfrentamientos no cesan hasta 1919. La independencia de las colonias, Libia, Argelia, Malí, Níger y Burkina Faso, entre 1951 y 1962, dividió el desierto en áreas que limitaron los movimientos de los pastores nómadas. Minorías dentro de sus naciones, los tuareg han protagonizado estériles rebeliones y hoy sufren un doloroso proceso de desintegración cultural.

   
 
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