II. La Cúpula de la Roca en Jerusalén

Primera obra maestra del arte islámico

En una nueva civilización, basada en una religión naciente, la expresión artística y arquitectónica no se concibe sin una herencia cultural a partir de la cual se elaboran las formas de una estética original. El primer arte islámico rinde tributo al pensamiento y las obras grecorromanas.

La mayoría de los grandes lugares antiguos de Baalbek, Djérash, Tyr o Alejandría subsisten gracias a que han sido transformados en iglesias cristianas. Pero además del patrimonio antiguo, la principal fuente de inspiración de las primeras décadas del Islam procede de la herencia del mundo bizantino. En efecto, por una parte la organización de las provincias y la administración del Estado a través del cual los califas omeyas ejercen su poder se basa directamente en los sistemas instaurados por los basileïs; y por otra parte, el arte de Constantinopla, continuación del de la Roma antigua, revitalizada por el Imperio cristiano, ejerce una fuerte influencia sobre los Árabes.

Una herencia considerable

Un verdadero frenesí de construcciones se había apoderado de los cristianos cuando sus persecuciones terminaron, con las obras que surgieron en Constantinopla y en el Imperio cristiano de Oriente, entre el reinado de Constantino y el de Heraclio, más o menos entre el 330 y el 630. Empezaremos por citar las iglesias constantinianas y teodosianas edificadas en Tierra Santa, como el Santo Sepulcro en Jerusalén, la Natividad en Belén, la basílica del Monte de los Olivos, la basílica de San Juan Bautista en Damasco; ya que a partir del siglo V, Oriente Próximo «se había cubierto con un blanco manto de iglesias», podríamos decir parafraseando a Raoul Glaber.

En el Norte de Siria, la gigantesca basílica-martyrium de Qalat Siman (San Simeón el Estilita) y el santuario de peregrinación de Qalblozeh, así como los edificios de Anatolia —como la basílica de Djambazdé o el martyrium de Hierápolis— aportan un estilo nuevo, riguroso y sobrio, que renueva los órdenes antiguos. Pero es sobre todo en el siglo VI, con las obras constantinopolitanas, cuando la arquitectura bizantina alcanza un extraordinario apogeo. Bajo Justiniano (527-565) surgen unos monumentos soberbios, en particular la fantástica Santa Sofía que lleva a su perfección el arte de los abovedados y las cúpulas, según una evolución de la que son buen ejemplo tanto la iglesia de Bosra como la catedral de Edesa.

La planta central de las construcciones que tienen la función de martyrium es ilustrada por construcciones redondas u octogonales. Igual que el edificio construido por Constantino sobre la gruta de Belén, el Anastasis de Jerusalén, el San Felipe de Hierápolis o, finalmente, el octógono de Qalat Siman. Estas fórmulas que proceden de los mausoleos romanos se perpetuarán en el arte islámico con la Cúpula de la Roca [FIG. 1] y en los edificios funerarios cuya utilización se extenderá a partir de la época abasí. La herencia bizantina es perceptible también en la moldura de las cornisas y la decoración. No se trata solamente de la columna de capitel corintio (como copia, o ejemplo sacado de otras construcciones), sino de los mosaicos con fondo de oro, que serán admirablemente utilizados en el arte omeya, tanto en Jerusalén como en Damasco. Finalmente, la arquitectura palatina, las termas y las pequeñas fortalezas edificadas a lo largo del limes por los Romanos y por los Bizantinos influyen en numerosas construcciones de los primeros siglos de la hégira. Esta continuidad no se explica solamente por la perpetuación de las formas y las técnicas, sino también por el hecho de que en un principio los musulmanes utilizaban como lugares de oración las iglesias cristianas —confiscadas a sus primeros propietarios— antes de edificar por sí mismos verdaderas mezquitas. De este modo se familiarizaron con el lenguaje arquitectónico cristiano, del mismo modo que las construcciones musulmanas de Mesopotamia asimilaron las obras de los Sasánidas.

Unos comienzos modestos

Las primeras manifestaciones, todavía modestas, de la construcción musulmana aparecieron ya en vida del Profeta. Se trata de unas transformaciones que Mahoma hace en su propia vivienda para adaptarla a las necesidades del culto por él instaurado. Ciertamente, hablar aquí de «arquitectura» sería exagerado, ya que nos encontramos en una comunidad árabe donde se mezclan los sedentarios y los seminómadas. Se recurre —para personas y animales— a simples refugios hechos con argamasa de barro y paja, formados por tierra batida y cubiertas de palmas. Sin embargo, estas primeras construcciones van a marcar las opciones fundamentales que regirán en la arquitectura árabe clásica.

Tenemos que remitirnos a los trabajos de Sauvaget para imaginarnos esta primera casa-mezquita levantada por Mahoma en Medina. Los autores árabes comentan que la casa del Profeta [FIG. 2] estaba formada al este por una serie de habitaciones que daban a un patio cuadrado que medía unos 100 codos, es decir, 50 m de lado, con aproximadamente 2500 m2. La casa estaba cercada por una tapia. Estas grandes dimensiones proceden de la costumbre que tenían los camelleros de encerrar sus animales en un vallado durante la noche. Cuando fue adaptada como lugar de oración, para los primeros seguidores de Mahoma, a este patio se le añadió un cobertizo a lo largo de la parte norte de la tapia. Su techo de palmas estaba soportado por dos filas de troncos de palmeras que formaban una especie de pórtico primitivo. Esta zona cubierta ofrecía sombra a quienes iban a escuchar las palabras del Profeta en el haram o sala de oración de esta primera mezquita. La marquesina, ancha y tosca, flanqueaba el muro perpendicularmente orientado hacia Jerusalén, muro que marca la dirección de la plegaria y que lleva el nombre de kibla. Indica, en efecto a los fieles, el punto hacia el cual tienen que dirigir sus prosternaciones rituales.

Tras la ruptura con las comunidades judías del Hedjaz y la entrada de Mahoma en La Meca, esta orientación hacia Jerusalén será sustituida, en el 630, como hemos dicho, por la prosternación en dirección a la Kaaba. Resulta que Medina está situada aproximadamente sobre la línea imaginaria que une Jerusalén con La Meca. Por tanto bastaba, para satisfacer la nueva orientación, construir, al lado sur del patio, un segundo pórtico con cubierta de palmas. Como la pequeña comunidad musulmana había aumentado considerablemente, este nuevo pórtico estaba formado por una marquesina más, soportada por tres filas de troncos de palmeras, que hacían de columnas. El edificio presentaba así, tanto al norte como al sur del patio, una estructura cubierta. Estos dos pórticos con techos de palmas tenían unas proporciones más anchas que largas, es decir, oblongas. De modo que la mezquita del Profeta, si bien rudimentaria, poseía desde el principio las características de un espacio islámico, en contraste con las alargadas naves de las iglesias bizantinas. Estos espacios hipóstilos, cuyas «fachadas» sobre el patio tienen grandes aberturas, prefiguran la forma que tendrán posteriormente las grandes mezquitas con columnas de la época de los Omeyas. Contra el muro de la kibla se encontraba, además, una especie de púlpito de madera, elevado sobre unos cuantos peldaños, en el que Mahoma se sentaba para dirigirse a sus fieles: es el primer minbar, cuya función será capital en todas las mezquitas.

Antecedentes autóctonos

Si las características de la planta de esta primera mezquita-patio, sala oblonga, pórticos, etc. eran indispensables para la arquitectura clásica del mundo árabe, se debe a que correspondían a unos conceptos espaciales pertenecientes a las culturas árabosemíticas. ¿Cuáles eran los arquetipos a los que se sujetaba esta obra de Mahoma, en su casa de Medina? Empezaremos por citar, en la época preislámica, un ejemplo elocuente: el antiguo templo de Huqqa en el Sur de Arabia [FIG. 3], que data del siglo II a. C. Ya tiene forma de patio cuadrado, con pórticos de columnas y sala de oración oblonga.

Pero existe otro «prototipo» más notable todavía: la segunda sinagoga de Dura Europos, que data del siglo III de nuestra era [FIG 4]. Al fondo de un pequeño patio bordeado en tres de sus lados por un pórtico con columnas de mampostería se abre una sala oblonga. En el santuario, hay un banco de piedra a lo largo de la base de los muros. La pared que ocupa el fondo de la sinagoga de Dura Europos ofrece una disposición análoga a la kibla de la mezquita de Medina, con un púlpito en mampostería. Desde lo alto de los peldaños, el oficiante se dirigía a los fieles presentes en la sala. De modo que este púlpito anuncia el minbar de la mezquita del Profeta. Además, la sinagoga de Doura Europos tiene, a la izquierda del púlpito, una hornacina de medio punto destinada a la Torá, el libro sagrado. Esta hornacina evoca el mihrab de las mezquitas. Paradójicamente, la primera sala de oración de Medina no estaba provista de este elemento fundamental que caracterizará a todas las futuras mezquitas.

¿Por qué no está el mihrab en la casa del Profeta? ¿Cuándo aparece este elemento arquitectónico esencial en el mundo islámico? Éstas son las preguntas que surgen del estudio de estos antecedentes históricos.

La aparición del mihrab

Es muy probable que el mihrab [FIG. 5] proceda, en un principio, del «prototipo» que representaba la hornacina para la Torá de la sinagoga. Pero se inspira también en el ábside de las iglesias cristianas, fórmula cuya presencia anticipada se encuentra en particular en las capillas coptas de Bauît, en Egipto. La hornacina, como el ábside, proceden del antiguo baldaquín que dominaba tanto la estatua del dios como el trono del soberano divinizado. Se trata de un símbolo divino. En el caso de la hornacina de la Torá, esta construcción demuestra el respeto que los judíos tienen por la Sagrada Escritura. Entre los cristianos, el símbolo del ábside se combina con el arco triunfal que domina el altar, y encuentra su máxima expresión en el ciborium del sagrario donde se manifiesta la presencia de Dios.

¿Cuál es el significado semiológico del mihrab entre los musulmanes? La interpretación de este elemento arquitectónico divide a los especialistas del Islam. Para algunos (Papadopoulo, Sauvaget, etc.), procede de la antigua hornacina con estatua, y representa la «forma que simboliza la presencia física de Mahoma en su casa». Esta interpretación, demasiado influenciada por la Antigüedad clásica, no parece aplicarse al contexto de un pueblo árabo-semítico que ha condenado el «culto a las imágenes», y en el que la prohibición de toda escultura exenta se remonta al Decálogo. Porque el mihrab de la mezquita no es el signo de un culto rendido a Mahoma, quien no puede de ninguna manera ser igualado a Dios; la función del lugar de oración consiste, por el contrario, en ofrecer un marco para la prosternación ante Alá. Según esta explicación, la función del mihrab es esencialmente la de indicar la dirección en la que hay que hacer estas manifestaciones de veneración. Por tanto es preferible ver en el mihrab una especie de puerta simbólica que conduce a un más allá hacia el que ascienden las plegarias. Abriéndose sobre el universo divino, este vano es una representación concreta de las aspiraciones humanas hacia la divinidad; invita a la meditación; inicia en la espiritualidad. Ofrezco como prueba el ejemplo de un pequeño mihrab del siglo XII procedente de Mosul (en el Museo de Bagdad) que presenta la imagen, al fondo de la hornacina, de una pequeña puerta ligeramente entornada. Una interpretación así es bien distinta al deseo de «señalar el sitio donde se encontraba el Profeta». Hacía del mihrab un símbolo de lo absoluto, una afirmación de lo divino dentro de este mundo. Y como polarizados hacia la kaaba, todos los mihrabs convergen hacia un mismo objeto inmaterial, situado en la eternidad de Dios.

Respecto a saber por qué la primera mezquita, adaptada por el Profeta en su casa de Medina, no tenía aún —al parecer— esta hornacina como connotación altamente espiritual, la pregunta sigue en pie. Las dudas entre la orientación hacia Jerusalén o hacia La Meca puede que no sean ajenas a ello.

A comienzos del siglo VIII, en el lugar donde estaba la casa de Mahoma, los Omeyas elevarán en Medina una gran Mezquita. Duplicarán las dimensiones de la construcción inicial, pero conservando sus primeras disposiciones, con su patio y sus pórticos hipóstilos, donde se colocarán las tumbas del Profeta y de sus dos sucesores. Es con la kibla de esta venerable sala de oración cuando aparece el primer mihrab, «la mayor innovación de esta mezquita de Medina», según Papadopoulo. Pero esta hornacina sagrada que se inscribe dentro del muro sur del edificio de los Omeyas sólo es inédita en el contexto musulmán, porque este símbolo arquitectónico, como ya hemos dicho, estaba presente tanto en las sinagogas como en las iglesias cristianas. Su significado, asociado a las nociones de veneración y divinidad, lo único que hacía era adaptarse al contenido específico de cada una de las religiones con Escritura.

A partir de ahora, la mezquita posee sus elementos principales, con su patio, su sala oblonga, su kibla, su minbar y su mihrab que indica la orientación hacia la kaaba, a los que vendrá a añadirse el minarete destinado a la llamada a la oración que salmodió, por primera vez, el etíope Bilal. La arquitectura islámica árabe puede empezar su desarrollo y crear sus primeras obras maestras.

Evolución hacia la fastuosidad

Antes de tomar en consideración las obras mayores, hay que subrayar lo improvisadas que fueron las primeras obras del Islam; porque los Árabes del siglo VII no son todavía constructores. Las mezquitas de campaña, destinadas a las tropas victoriosas y a los nuevos adeptos, fueron unas construcciones rudimentarias edificadas en los territorios sometidos. A menudo la dirección de la prosternación es indicada simplemente por una lanza clavada en el suelo. Se trata, en general, de un recinto de tierra batida o apisonada, o bien de un foso en lugar de un muro, para evitar que los animales domésticos pisen el espacio consagrado. Es el caso, en particular, de la primera mezquita de Kufa, que data del 638, y de la que nos han llegado algunas descripciones gracias a los historiadores árabes al-Baladhouri (m. en el 892) y al-Tabari (839-923). Las salas hipóstilas sólo están hechas con columnas y vigas tomadas de los monumentos antiguos: templos, iglesias o edificios de los emires gasánidas y lamidas.

A pesar del aspecto «chapucero» y provisional que tienen las mezquitas introducidas por los ejércitos árabes, la difusión de las construcciones de culto es rápida y eficaz: cada ciudad, cada barrio posee su lugar de recogimiento (djami), donde la comunidad musulmana se reúne para la oración del viernes. Es allí donde el imam, jefe político, militar y religioso, se dirige a las muchedumbres desde lo alto del minbar. A los ojos de las poblaciones conquistadas, el aspecto desgastado de estas mezquitas es con frecuencia motivo de burlas.

Comparadas con las grandes construcciones de los basileïs y la fastuosa de la Iglesia bizantina, estos lugares de culto islámico parecen ridículos a los no-musulmanes. Por ejemplo, el obispo galo Arculf que visita Jerusalén en el 670 —menos de cincuenta años después de la hégira— comenta que los Árabes han levantado en la explanada del Templo «un edificio construido de manera tosca con la ayuda de grandes maderos puestos sobre unas ruinas». Ahora bien, está hablando aquí de la primera mezquita levantada en uno de los lugares más prestigiosos del Islam, puesto que el Corán hace de él el punto de partida del célebre «viaje nocturno» del Profeta [FIG. 6].

La consolidación de la dinastía de los Omeyas

Para que se fusionen mejor la cultura de los pueblos conquistados y la de los conquistadores y para atraer hacia el Islam nuevos convertidos, será necesario que los soberanos árabes adopten un lenguaje arquitectónico inspirado en las formas y técnicas en uso para los monumentos que constituían el brillo del cristianismo del Imperio de Oriente. Semejante metamorfosis sólo va a ser posible cuando la capital del mundo árabe pase de Medina a Damasco. Ésta es la decisión que toma, en el 660, el califa Moawiya, fundador de la dinastía de los Omeyas.

De otro lado, se demostrará que la decisión de dejar la original Arabia para instalar la corte del califa en una antigua ciudad de Oriente Próximo será fundamental para todo el futuro del mundo islámico, y en particular de su arte. La elección de Damasco significa que, desde el principio, los Omeyas adoptaron muchas tradiciones grecorromanas. A partir de ahora, habrá administradores, sabios, matemáticos y gestores formados en la escuela bizantina que estarán asociados al poder islámico. Y en el campo artístico —en el que los Árabes no tenían mucha tradición— habrá arquitectos, maestros de obra, escultores, mosaiquistas bizantinos, o formados por ellos, que serán contratados por los califas omeyas, deseosos de dar al Islam unos monumentos dignos de competir con las principales obras de los cristianos.

En sus «Viajes y Periplos», el escritor árabe Ibn Battuta (nacido en Tánger en el 1304 y muerto en Ronda en el 1370), narra que «el califa al-Walid había enviado al emperador bizantino un mensaje en estos términos: «Quisiera reconstruir la mezquita de nuestro Profeta. ¿Podéis ayudarme en esta empresa? Y el emperador envió artesanos al califa.» Por tanto, ni el antagonismo militar ni el religioso excluían para nada una colaboración entre cristianos y musulmanes. De esta aportación bizantina al arte del primer Islam, la mezquita de Medina [FIG. 7], muchas veces incendiada y reconstruida, no es más que un ejemplo significativo. Es más bien la Cúpula de la Roca, en Jerusalén, la que ilustra el considerable papel de las construcciones cristianas al servicio de los primeros califas, en los albores de la era de los Omeyas.

Una obra político-religiosa

En efecto, es en Jerusalén —que los Árabes llaman al Qods— donde se crea la primera obra maestra de la arquitectura islámica: la Cúpula de la Roca, célebre entre todos los monumentos de la Ciudad Santa. Con su rotonda octogonal que domina la explanada del Templo, o Haram al-Sharif [FIG. 8], se alza a la derecha, donde Salomón —conmemorando el sacrificio de Abrahán— había levantado el santuario de Yahvé que contenía el Arca de la Alianza.

Desde que el califa Moawiya ha decidido establecer su capital en Damasco, la tensión con Medina va en aumento. Este antagonismo entre Arabia y Siria se agrava cuando llega al poder Yazid I, considerado como el responsable de la muerte de al-Hysayn, hijo de AH. También lbn al-Zoubayr, primo de Mahoma, se proclama califa de La Meca. Este anti-califa se mantiene durante diez años a la cabeza de Arabia. Los habitantes de Medina expulsan a los Omeyas de la Ciudad Santa. Posteriormente, las tropas de Damasco tendrán que sitiar Medina y La Meca para reducir la disidencia. En el 693, incendiarán la Kaaba durante el asalto, y darán muerte al anti-califa.

Ante la situación creada por la rebelión de Medina, el califa Abd al-Malik, que sucede a Yazid I, en el 685, quiere resolver la imposibilidad en la que se encuentran los fieles de hacer la peregrinación a los Santos Lugares de La Meca y de Medina durante la insurrección. Piensa desviar hacia Jerusalén, un territorio que él controla de cerca después de Damasco, el flujo de peregrinos musulmanes. Sabiendo que la ciudad de David es un lugar de peregrinación para judíos y cristianos, evalúa el provecho económico que puede sacar de una peregrinación en la que van a participar las tres grandes religiones con Escritura. También para atraer a los creyentes hacia ese lugar importante, santificado por Abrahán, decide construir en el monte Moria un monumento resplandeciente. En el emplazamiento del templo de Salomón, en el mismo lugar donde Cristo predicó, en el punto exacto en el que Mahoma se había elevado al cielo durante el famoso miradj, Abd al-Malik manda construir un edificio donde brillará la espiritualidad del Islam. Quiere crear una obra maestra capaz de eclipsar los santos lugares de Arabia, que ya son inaccesibles, excepto en raros períodos de tregua. Por otra parte, ¿el califa no ha prohibido —según al-Yakubi (m. 897)— a sus súbditos que vayan a Medina, por temor a que sucumban a la propaganda del anti-califa? En el lugar elegido, la presencia simbólica de Abrahán es tan fuerte como en La Meca, donde se encuentra la Piedra Negra de la Kaaba.

La Cúpula de la Roca fue levantada entre el 687 y el 692. Su concepción fue confiada a un arquitecto de formación bizantina. La obra estuvo bajo la dirección de maestros de obra sirios, y unos mosaiquistas de Constantinopla se encargaron de la decoración. Este equipo llevó a cabo una construcción que se inscribe dentro de la más pura tradición del santuario cristiano y que, en el centro de la explanada, constituye un polo que se presta a los grandes rituales de circunvalación, hechos posibles por su planta octogonal.

Una maravilla geométrica

La Cúpula de la Roca, o Qoubbat al-Sakhra, domina desde su mole la explanada del Templo, o Haram al-Sharif. Este edificio de planta central [FIG. 9], de forma octogonal, mide 54 m de diámetro y su cúpula culmina a los 36 m de altura. Las caras del octógono, que están frente a los puntos cardinales, están provistas de puertas en proyección. La más importante, situada al sur, está precedida por una marquesina soportada por ocho columnas pareadas dispuestas en dos filas a cada lado de la entrada. Dominando la roca sagrada, la cúpula sobre tambor alza su elevada silueta a modo de arco de herradura.

En el interior, se descubre un doble deambulatorio destinado al ritual de la circunvalación [FIG. 10]. Estos espacios anulares están bordeados de pórticos concéntricos: el más grande es octogonal y corre paralelo a los muros del edificio. Está formado por veinticuatro arcos. Sobre cada cara del octógono se alternan dos columnas entre los pilares esquinados. Este pórtico totaliza por tanto ocho pilares y dieciséis columnas.

Respecto al pórtico interno [FIG. 11], que es circular, sólo cuenta con cuatro pilares entre los que tres columnas soportan cuatro arcos por cada lado. Cuenta por tanto con doce fustes que, junto con los pilares, sostienen dieciséis arcos dispuestos alrededor de la roca sagrada. Por encima de esta arcada se eleva el alto tambor cilíndrico sobre el que descansa la cúpula [FIG. 12].

Numerosos autores han estudiado esta extraordinaria estructura hecha de elementos circulares y octogonales, de espacios redondos y anulares, de alternancias entre pilares y columnas. Entre ellos, Creswell y Michel Écochard han analizado las fórmulas geométricas que forman parte de la composición de esta planta central exquisitamente elaborada. Han constatado que la disposición de las arcadas concéntricas procedía de un trazado basado en un círculo externo de 26,87 m de radio, o sea, 53,74 m de diámetro, dentro del cual se inscriben dos cuadrados puestos en ángulos de 45º el uno del otro. Los puntos de intersección de estos dos cuadrados determinan un círculo interior de 20,56 m de radio, o sea, 41,12 m de diámetro, que delimita la arcada octogonal. Juntándose entre sí —vertical y horizontalmente— los ocho puntos de intersección de los dos cuadrados entrelazados obtienen nuevas intersecciones describiendo un círculo que se confunde con el trazado de la arcada interior que tiene un radio de 11,13 m, o sea un diámetro de 22,26 m. Del círculo fundamental externo se desprenden por tanto, lógicamente, dos círculos más pequeños que dominan toda la construcción.

Dichas estructuras geométricas, cuya planta se deduce naturalmente de un tema único, son usuales en el mundo antiguo así como en Bizancio: Écochard ha demostrado que se encuentra la misma composición y un círculo externo del mismo diámetro en San Vital de Rávena (540), y que la iglesia de la Ascensión en Jerusalén (378) descansaba sobre un octógono idéntico al de la Cúpula de la Roca. Parece ser que un esquema análogo ha producido el octógono de Qalat Siman (476), martyrium de San Simeón el Estilita al Norte de Siria. Se reconocía por tanto la concepción romano-bizantina en este recurso a la geometría que ilustra aquí la primera gran construcción del Islam.

Los autores antiguos y modernos aprecian unánimemente la armonía, el equilibrio y la perfección del espacio y de los volúmenes de la Cúpula de la Roca. Su trazado, verdadero receptáculo del esoterismo matemático antiguo, responde a la idea de los filósofos griegos según la cual los números y los cuerpos geométricos simples constituyen una forma de conocimiento de la realidad. Según las teorías de los platónicos y de los pitagóricos, estos conceptos matemáticos son representaciones simbólicas del mundo ideal —inmutable y perfecto— del más allá. El microcosmos de la arquitectura es llamado así a interpretar las leyes del macrocosmos. El edificio permite por tanto expresar el misterio del mundo. Esta concepción gnóstica que la Antigüedad lega al Islam abre la puerta a toda una semiología que justifica una «lectura» en profundidad de la arquitectura.

En la Cúpula de la Roca, la simbología reside en el paso del cuadrado al círculo, es decir, de la tierra al cielo, mediante el octógono: estamos ante una especie de mandala [FIG. 13]. El peregrino hace aquí la experiencia, mediante la circunvalación, de la cuadratura del círculo, de la unión del cuerpo y del alma.

Sobre un tambor cilíndrico que emerge del octógono se alza la altiva cúpula recubierta de cobre, con la plancha enteramente dorada. Esta cúpula se hizo mediante dos estructuras de madera encajadas la una dentro de la otra. El cascarón externo, casi a modo de arco de herradura realzado, contiene otro cascarón interno rigurosamente hemisférico. Hay que señalar que la utilización de una cúpula de madera, en lugar de una construcción de piedra, procede de la tradición de los constructores sirios. En efecto, probablemente hubo una cubierta de madera tanto en Qalat Siman como en la catedral de Bosra (515). Estas soluciones permiten crear estructuras de una gran ligereza para cubrir espacios relativamente grandes.

La decoración con mosaicos

Respecto a la suntuosa decoración de la Cúpula de la Roca, evoca el lenguaje ornamental bizantino. Si el exterior del octógono ha sido enteramente renovado en la época otomana mediante azulejos policromados en los que predomina el azul, el alto plinto de mármol con motivos geométricos que subsiste en la base de los muros deriva de las fórmulas en uso para los antiguos revestimientos y losas [FIG. 14]. En el interior, todo expresa la fastuosidad bizantina: las columnas de mármol policromado dispuestas sobre bases cúbicas, los capiteles corintios dorados, cubiertos de dados, la moldura de los arquitrabes con reminiscencias de la antigüedad y sobre todo los suntuosos mosaicos con pámpanos y ramajes sobre fondo de oro, que cubren paredes y arcadas. Sin embargo, no hay más que composiciones florales, con sus fuentes de inmortalidad de las que brotan follajes entrelazados [FIG. 15] [FIG. 16].

Este revestimiento de teselas evoca la magnificencia de las iglesias de Constantinopla o de Rávena. Pero en la Cúpula de la Roca, se limita a los motivos vegetales, excluyendo toda figura humana. Ibn Battuta, evocando este monumento, se reconoce «incapaz de describir un trabajo tan hermoso».

Paradójicamente, la primera obra maestra de la arquitectura de los califas no es una mezquita, sino una especie de martyrium, un edificio conmemorativo que exalta la roca consagrada por el sacrificio de Abrahán y por el «viaje nocturno» de Mahoma. La construcción no está orientada, sino que, por el contrario, constituye el centro del espacio consagrado, con sus cuatro puertas correspondientes a los cuatro puntos cardinales. Sólo remite a sí misma: su estructura es rigurosamente centrípeta. No olvidemos que, en el espíritu de su creador, el califa Abd al-Malik, la Cúpula de la Roca tenía que convertirse en el verdadero centro del mundo islámico. Su función era la de arrebatar a la Kaaba su papel preeminente. Tenía además la insigne misión de subrayar la convergencia entre las tres religiones basadas en el Pentateuco [FIG. 17]

A este respecto, observaremos que la Cúpula de la Roca evoca el primer Santo Sepulcro de Jerusalén (335), del que no está lejos. Existe una analogía intencionada entre estos dos edificios: tanto el uno como el otro obedecen a una planta central con doble deambulatorio, dominada por una cúpula que mide, tanto aquí como allí, 20,40 m de diámetro interno. Ambos albergan una roca sagrada bajo la cual se abre una gruta. Tanto en la una como en la otra, se observa la marca de un pie —el de Jesús que resucita, y el del «enviado de Alá durante su elevación a los cielos»—. Esta convergencia de formas y funciones no puede ser casual. Se basa en una clara voluntad por parte del califa Abd al-Malik de asumir la sucesión de la religión cristiana en los lugares santificados por Abrahán.

La mezquita al-Aksa

Esta analogía con la tumba de Cristo no se limita a la rotonda: así como al Santo Sepulcro se le añade, además de un atrium, la iglesia de la Resurrección dispuesta sobre un eje este/oeste, del mismo modo la Cúpula de la Roca recibe, cuando la insurrección de Arabia es domeñada, un complemento arquitectónico. Se trata de la mezquita al-Aksa, erigida sobre un eje norte-sur [FIG. 18]. Ésta es edificada, entre el 707 y el 709, por el califa al-Walid de Damasco, en el lugar de las «soluciones provisionales» señaladas por Arculf. Esta vez se trata de una verdadera mezquita, orientada hacia la Kaaba, que el Omeya edifica delante de la Cúpula de la Roca, al borde de la explanada del Templo. La mezquita al-Aksa ha sufrido demasiados estragos a lo largo de los siglos para que podamos identificar su planta original. Sólo en el crucero —punto de encuentro de la nave principal con el intercolumnio que conduce al mihrab cubierto por una cúpula de madera—, subsisten unos vestigios lo suficientemente bien conservados para que podamos adivinar el aspecto de la construcción [FIG. 19]. Hay unos hermosos mosaicos con fondo de oro, sobre los que se despliegan palmas y ramajes, así como unas curiosas trompas en los ángulos, igualmente cubiertos de teselas doradas [FIG. 20].

Sea como fuere, la mezquita al-Aksa es una sala hipóstila formada por siete naves con arcadas perpendiculares a la Kibla [FIG. 21] y once intercolumnios precedidos por un vestíbulo. La cubierta tenía que ser totalmente de madera, con techo plano. Al-Aksa representa la parte cubierta del santuario omeya de Jerusalén, porque toda la explanada del Templo [FIG. 22] estaba considerada como un gran lugar de oración y de prosternación. Este espacio no es otro que el antiguo temenos del Templo de Salomón, que cubría 430 x 300 m, cuya terraza central, sobre la que se alza la Cúpula de la Roca, mide ella sola 190 x 130 m. La mezquita, adyacente al borde de la tapia, está encima de las antiguas construcciones herodianas, a las que los autores árabes llamaban «las cuadras de Salomón».