III. Elementos formales y compositivos (Continuación)

Lenguajes

Siguiendo a Wölfflin, hemos visto que pueden hacerse diversas lecturas de las formas arquitectónicas y de la manera en que se articulan, pero ¿cuáles son estas formas?, ¿configuran lenguajes diferentes?, ¿cuáles son éstos?...

Sin duda, el lenguaje arquitectónico más antiguo, mejor codificado y más extendido, tanto temporal como geográficamente, es el lenguaje clásico. El Lenguaje clásico surge con la arquitectura griega y romana, para reaparecer en todos aquellos edificios en los que existe una alusión, por mínima que ésta sea, a los órdenes antiguos. Orden es la sucesión de las diversas partes pertenecientes al soporte y a la cubierta, según reglas referidas a la forma, a la escala y a la decoración. En Grecia aparecieron los órdenes dórico, jónico y corintio, que Roma complementó más tarde con el toscano y el compuesto.

Órdenes clásicos

El orden dórico posee un pedestal o zócalo de tres peldaños que se denomina estereobato, denominándose el superior estilobato. La columna carece de basa y está compuesta por el fuste, formado por tambores, y recorrida verticalmente por 16 o 20 estrías de arista viva, cuya altura es de seis diámetros y medio, y el capitel, constituido, a su vez, por el equipo y el ábaco. Sobre éste descansa el frontón, con su tímpano decorado. El orden dórico es el más sobrio y sus proporciones son las más robustas.

El orden jónico tiene un pedestal similar al del orden dórico. La columna se levanta sobre una basa formada por un plinto y una sucesión de molduras o escocias. El fuste de la columna jónica presenta veinticuatro acanaladuras verticales con los bordes planos y su altura debe ser de nueve diámetros. El capitel es algo más complejo que el correspondiente al orden dórico, al adornarse el equino con grandes volutas. El entablamiento del orden jónico presenta algunas variaciones en comparación con el anterior: el arqitrabe está formado por tres franjas, cada una de ellas en ligero voladizo en relación con la inferior, y su friso ya no está compartimentado por triglifos y metopas sino que presenta un relieve decorativo continuo o corrido. A continuación, una cornisa semejante a la propia del orden dórico, da paso al frontón.

El orden corintio es, en realidad, una variación ornamental del orden jónico. El capitel está profusamente adornado con motivos vegetales, hojas de acanto, caulículos y rosetas, y sus proporciones son las más esbeltas: su altura es de doce diámetros y medio.

Roma, como decíamos anteriormente, añadió dos órdenes nuevos a esta relación: el orden toscano y el orden compuesto. El toscano, que tiene orígenes etruscos, no es sino una simplificación del dórico, su columna tiene basa pero en cambio carece de estrías, mientras que el compuesto combina los elementos decorativos del capitel jónico y corintio.

Frente a la constatación de la existencia de un lenguaje perfectamente codificado que denominamos clásico, y a la no menos clara evidencia de la realidad de otras manifestaciones arquitectónicas realizadas a partir de otros códigos (Gótico, Futurismo, Modernismo, Expresionismo, Deconstrucción, Minimalismo...), los teóricos se han planteado la necesidad de definir esos sistemas formales, lo que permitiría la posibilidad de seguir construyendo «nueva arquitectura» con más alternativas que las derivadas del lenguaje clásico. Los lenguajes no clásicos, única manera de referirnos a ellos de manera global, presentan unas determinadas características que los diferencian del clásico. Las más remarcables son las siguientes:

Las arquitecturas no clásicas construyen a partir de un catálogo. Es decir, toman en consideración todas y cada una de las soluciones posibles para cada elemento (ventanas, soportes, cubiertas...) y eligen en cada ocasión la más idónea. Tratan los elementos arquitectónicos como accidentes individuales sin preocuparse por la igualdad ni por la simetría entre ellos, remitiéndose únicamente a sus necesidades específicas. A título de ejemplo, véase la iglesia de Nôtre-Dam-du-Hant.

Le Corbusier: Nôtre-Dame-du-Haut (1950 - 1955. Ronchamp, Francia)Perteneciente a la última época de producción de Le Corbusier, Nôtre-Dame-du-Haut (1950 - 1955. Ronchamp, Francia) es una obra profundamente personal. Concebida como una inmensa escultura, su influencia sobre el lenguaje moderno, no clásico, de la arquitectura ha sido importantísima. Así por ejemplo, sus ventanas, por su número y variedad ejemplifican uno de los invariantes de la arquitectura moderna: la del catálogo o posibilidad de disponer de numerosas soluciones entre las que elegir la solución adaptada a cada caso en particular, sin estar obligados a la repetición o a la simetría.

A lo largo de la historia los lenguajes no clásicos han mostrado una clara tendencia a la asimetría (Torre Einstein, de Erichi Mendelson, de 1920, en Postdam,) frente a la rígida simetría del lenguaje clásico (Palacio de Versalles, siglo XVII, Vresalles).

Frente a la «bidimensionalidad» de los edificios del lenguaje clásico, que por influencia de la perspectiva «quattrocentista» parecen construidos para ser contemplados desde un exclusivo punto de vista frontal, los edificios no clásicos apuestan decididamente por la tridimensionalidad. Estos edificios buscan los escorzos, las inclinaciones, se rechaza el culto al ángulo de noventa grados (Casa Tasel, Bruselas, 1892-1893, de Victor Horta).

Casa Tasel, Bruselas, 1892-1893, de Victor HortaCasa Tasel, Bruselas, 1892-1893, de Victor HortaDurante el Modernismo y en especial en las obras de Víctor Horta, el hierro es utilizado como material estructural y decorativo. Hierro y vidrio permiten estructuras de gran ligereza constructiva y de notable belleza formal, en la que se imponen las formas sinuosas y ligeras de la denominada línea látigo. En la Casa Tassel, Horta trata el hierro como si se tratara de una cinta o un filamento vivo serpenteante, que halla su contrapartida en el carácter macizo de los muros y de los volúmenes heredados de la tradición arquitectónica de la primera mitad del siglo.

Si los volúmenes del lenguaje clásico son bloques macizos, rotundos, recordemos por ejemplo Santa María Novella, los volúmenes en los edificios que no utilizan el vocabulario clásico tienden a «descomponerse». Cada parte del edificio, definido por su función, puede cobrar una cierta independencia volumétrica, que se articula a posterior con las demás. Es el caso del edificio de la Bauhaus, en Dessau, construido por Walter Gropius en 1925, en el que los volúmenes correspondientes a habitaciones, estudios, bibliotecas, etc. se articulan siguiendo una directriz quebrada. La descomposición puede referirse asimismo a la planimetría del edificio, como ocurre en el Pabellón Alemán de la Exposición Universal de Barcelona de 1929, obra de Mies van der Rohe.

Santa María Novella: fachada (finalizada en 1470 por Leon Battista Alberti)
Fachada Santa María NovellaEn la fachada de Santa María Novella se ponen de manifiesto de nuevo las armónicas relaciones matemáticas que regían los organismos renacentistas. La fachada puede inscribirse en un cuadrado, múltiple del módulo a partir del cual se forma aquélla. La altura de ambos pisos está definida por un cuadrado menor cuyo lado es igual a la mitad del del cuadrado mayor. El cuerpo inferior está formado por dos cuadrados menores, mientras que el superior se inscribe en uno, centrado con respecto a los de la planta baja.

Walter Gropius: edificio de la Bauhaus (1925 - 1926. Dessau)En 1925, Walter Gropius fue invitado a Dessau para construir el edificio que albergaría la Bauhaus. En esta construcción, que comprende la propia escuela y las viviendas de los profesores, Gropius sistematizó uno de los considerados invariantes del lenguaje de la arquitectura moderna: la descomposición volumétrica. Cada parte del edificio, que queda definida por su función, posee una cierta independencia volumétrica que se combina, a posteriori, con las demás. En este caso, la articulación de los diferentes volúmenes se hace siguiendo una directriz quebrada.

La descomposición planimétrica o volumétrica de los edificios conlleva otro factor: al no disponer de un punto de vista único desde el cual se pueda aprehender, comprender todo el edificio, el observador se ve obligado a moverse, a desplazarse para captarlo en su totalidad. Este movimiento o recorrido implica un tiempo y éste constituye la denominada «temporalidad del espacio», identificable con la cuarta dimensión aportada a la pintura por los cubistas. En el lenguaje clásico el movimiento era innecesario, siempre existe un punto que nos da una visión completa y clara del edificio.

Por último, señalemos que en la actualidad los lenguajes no clásicos se ven auxiliados por las innovaciones tecnológicas que permiten construir, por ejemplo, audaces voladizos, desafiando la gravedad, y cubiertas a base de caparazones y membranas (Pabellón Alemán de la Exposición de Montreal de 1967, por Frei Otto), alternativas a las cubiertas planas o abovedadas.

Si bien es posible que estas características se den simultáneamente en un mismo edificio, no es lo habitual. Estos rasgos son, en definitiva, unas reglas contrarias a las que rigen la sintaxis del lenguaje clásico y que, por tanto, están en la base de cualquier código no clásico.

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