La artesanía

La vida del pastor nómada requiere herramientas y utensilios relativamente elaborados, producidos por la propia sociedad tuareg a partir de los recursos que ofrece su medio natural. Cuando se trata de objetos corrientes, puede manufacturarlos cualquiera. Si el trabajo requiere una técnica y herramientas elaboradas se recurre a los artesanos, generalmente denominados "herreros" (enad, pl. enaden), aunque no se limitan a trabajar los metales sino que también trabajan el cuero y la madera. Como fuente de ingresos, las mercancías así manufacturadas se incorporan en buena parte a la circulación de bienes de una comunidad nómada.

El cuero:

La piel (egashek) de cabra o de macho cabrío sirve para la confección de la mayoría de los accesorios de la vida nómada: el toldo de la tienda (ehaket), los odres para el agua (abayogh), las mantequeras (anwar), los recipientes para sacar agua del pozo (aga), los numerosos tipos de bolsas (taseihat, ebawen, abalbod), los almohadones (adeffor), las carteras ricamente decoradas cruzadas sobre el pecho (anefed), con sus estuches rectangulares (ettabu) que contienen billetes con versículos del Corán o pequeños talismanes coránicos de cuero (shirawt), así como, a veces, los calzones (adgag). El cuero es, por lo tanto, una materia prima importante, indispensable en la vida cotidiana y en el universo doméstico de la pareja y de la tienda. Una vez desprovistas de pelo y después de espolvorearlas con la corteza de algunos árboles (generalmente acacias), las pieles son raspadas, lavadas y sumergidas durante varios días en una solución de curtido que también contiene corteza de acacia. Esta preparación puede ser llevada a cabo por mujeres de cualquier condición. No sucede lo mismo con las labores de corte, confección, costura y tinte, que son confiadas a artesanas especializadas (tenad, pl. tenaden), esposas a su vez de artesanos. Una artesana jamás se separa de sus herramientas: un cuchillo ancho y plano (elmoshi), un pequeño taburete (elkeleb) y banco de trabajo, cola (madghar) y un estuche de costura en forma de cuerno de bóvido (isek). Son asimismo estas mujeres quienes preparan los adornos de cuero teñido que se aplican a las partes visibles de la silla de montar (tamzak) o forran las vainas de las espadas (takuba). En principio, los tintes usados para teñir el cuero son vegetales, como el rojo, el amarillo y el negro, en tanto que el verde es en general importado del sur. Sin embargo cada vez es más frecuente el uso de tintes industriales importados. Asimismo, actualmente las bandas que adornan los bolsos se hacen a menudo a partir de tiras recortadas de manteles multicolores de plástico. Una especialidad de la región de Agadés es la confección de cajas de cuero recio, de vaca o de camello, moldeadas sobre hormas de madera y cerradas con una tapa. Se tiñen con decoraciones rojas y su destino suele ser contener las joyas de las mujeres. Se hallan en todo el mundo tuareg, de norte a sur y de este a oeste.

La madera:

El trabajo de la madera (ashek) es una actividad reservada a los hombres. A pesar de su relativa escasez y de la protección que recibe por parte de los guardas forestales, esta materia prima forma parte también de los fundamentos de la cultura material tuareg, incluso aunque su explotación esté reglamentada y tenga un precio. El conjunto del material de la tienda (ehan) —las estacas (tagettawt), los aros (igagan) de la tienda de esteras (ehan n esalan) del Ayr, los salvamanteles (tijikant), los lechos (tadebut) etcétera— es de madera, así como los utensilios de cocina: el mortero (tende), el cuenco de ordeñar (akabar), fuentes y escudillas de todos los tamaños (tazawat, aghezu, aghlal), embudos (esegeffi), un cuenco con pitorro (aghalla) para cebar a las niñas, el biberón (aghellus), cucharas (tashokalt), cucharones (amula), escudillas para los perros(efagher n ¡di) e incluso orinales (efagher, ebagez). En lo que se refiere al pastoreo, la madera es utilizada en las técnicas de abrevamiento: la horca plantada al borde del pozo para sostener una polea destinada a recibir la cuerda (aghan) que tira del saco de cuero con el que se saca el agua (aga). También son de madera los arreos de transporte: albardas de carga para camellos y bueyes (aruku), diferentes tipos de sillas de montar y palanquines de mujer para montar en camello (tahawit), en los que la distinción social se manifiesta en los elementos decorativos más o menos ricos que las artesanas del cuero aplican a los distintos elementos de la silla. Hay dos tipos principales de silla de montar masculina: la más sencilla (tahiast), con una perilla en forma de cola de águila, sin decoración, estrictamente funcional y menos costosa, que se distingue de la silla con perilla en forma de cruz, "con orejas" (tamzak, de tamezzuq, "las orejas"), especialidad de la región de Agadés, desde donde se exporta a toda Argelia y, hacia el sur, a Níger, mientras que el primer tipo se encuentra sobre todo al oeste del mundo tuareg. Este tipo de silla permite que el peso del camellero descanse sobre la cruz y que pueda poner los pies sobre el cuello del animal, con lo que puede estimular su montura y dirigirla ejerciendo las presiones adecuadas.

La fabricación de los aperos de labranza (azuelas, hachas, punzones) también es de la incumbencia de los artesanos de la madera, que colaboran estrechamente con sus homólogos de los metales, los herreros propiamente dichos. Entre todos los artículos de artesanía de la madera vendidos a los turistas en las tiendas de las grandes ciudades, las cajas con tapa, forradas de cuero decorado con motivos repujados, tienen mucho éxito. Los artesanos han calculado sus dimensiones para que se puedan guardar cintas de audio, e incluso de vídeo, de un modo elegante.

Los metales

Los herreros nunca se separan de sus herramientas: el yunque (tehunt), sujeto a un tarugo de madera; el fuelle (asahad), hecho con una bolsa de cuero provista de mangos y rematado por un tubo de madera prolongado por otro de metal y un embudo de arcilla que se mete entre las brasas (timakaten) de carbón vegetal; las tenazas (ighemdan), los martillos (tafadist), las limas (azawzawa), muestras de metal, punzones (tasagnat), piedra de soldar (zennader). Todo este material está ordenadamente dispuesto en un estuche de cuero. Nada hay que distinga esas herramientas de las de los artesanos sedentarios. En todo caso, la diferencia se manifiesta en el acabado y en las posibles decoraciones. La materia prima ya no se obtiene a partir del mineral, como aún era frecuente hace sesenta años, cuando los herreros dominaban a la perfección esa tecnología adquirida en tiempos remotos, como lo atestiguan los hallazgos relacionados con la explotación de cobre nativo en yacimientos arqueológicos. En la actualidad, y desde la colonización, hay profusión de metales recuperados, desechos de la civilización de consumo, siendo el automóvil una de las fuentes más abundantes.

Dejando aparte los aperos de labranza y las herramientas relacionadas con la cría de ganado (arneses de camello, hierros de marcar), los herreros son asimismo orfebres y, como tales, trabajan la plata, ya sea a partir de antiguas joyas fundidas o, más tradicionalmente, a partir de monedas antiguas, como los táleros austriacos. Actualmente, los herreros joyeros se proveen de lingotes de plata comprándolos a mercaderes sedentarios o, directamente en Europa, a las manufacturas de metales preciosos, donde pueden obtener su materia prima en una aleación apropiada para sus técnicas de confección. Se han creado asimismo centros y cooperativas, a menudo por iniciativa de ONG europeas, en los que los herreros pueden trabajar en una producción artesanal destinada al turismo y a la exportación. Sin embargo, las técnicas utilizadas no han cambiado: la denominada "a la cera perdida", que recurre a un molde de barro cuya matriz se ha hecho con cera, es la más extendida, aunque ahora abundan los artesanos que utilizan la del troquelado de láminas de plata, que les permite obtener "series" de colgantes a punto para el grabado personalizado.

En cuanto a los objetos de orfebrería de uso corriente, los herreros tuareg fabrican candados (taseghfelt) finamente cincelados, de forma rectangular, recubiertos con láminas de cobre (derogh) labradas en las que se reserva la abertura en que se introduce la llave (tasarut). Ésta se desliza a lo largo de una hendidura lateral y su extremo calado presiona en el interior del cajetín una palanca o resorte que libera su extremo deslizándose sobre una tija o guía exterior. Estos candados sirven para cerrar bolsas o cofres metálicos. A menudo no son más que un cierre simbólico, aunque suficiente para desbaratar las malas intenciones de un fisgón o un descuidero.

Pero la producción más genuina del herrero, la que justifica su presencia en el seno de una sociedad tradicionalmente guerrera, es la de las armas: las espadas (takuba), las dagas (telek, elmoshi), los puñales de brazo (azegiz, gozma), las lanzas (allagh), las jabalinas (aganba). La takuba, emblema indisociable de la identidad del tuareg, es siempre objeto de orgullo y de celosos cuidados. La hoja (tazgheyt) es particularmente reveladora de la legitimidad de que se halla investido: las tres estrías o surcos (taserret), de las que la del medio debe ser más corta que las demás, así como las marcas, grabadas al ácido (y no con buril), que representan un león (de hecho, se trata del Lobo de Passau, marca de Solingen), un globo coronado por una cruz (el globo imperial, también de Solingen), o una luna en cuarto creciente (Toledo, pero en realidad Solingen), son otros tantos elementos que atestiguan el origen "noble" de una hoja, incluso cuando la mayoría de las veces se trate de imitaciones. Hoy en día, la takuba es llevada incluso por los fulbe Wodaabe. Entre los jóvenes tuareg, durante los agitados años de la resistencia (1990-1995), fue reemplazada por el fusil de asalto Kalachnikov, dado que la espada simbolizaba la pervivencia de un pasado considerado caduco por los ishumar, tuareg exiliados en lucha contra los estados soberanos. En el curso de los tres últimos decenios, los herreros han añadido a sus actividades la reparación y el mantenimiento de aparatos electromecánicos e incluso electrónicos. Así ha sido como los relojes, los casetes y las radios, objetos extremadamente sensibles al polvo y al calor, han engendrado tesoros de ingenio e improvisación ante una tecnología sofisticada y desconocida, basada en su mayor parte en circuitos impresos cuya función esencial ha sido, por otro lado, rápidamente captada por los herreros. Hay que ver esas manos sucias y callosas, habituadas a la fragua, manipulando un soldador calentado en brasas de carbón vegetal y conectando transistores y resistencias en una superficie de algunos milímetros cuadrados. Cuando se trata de regenerar la batería agotada e irreemplazable de un reloj de cuarzo, no es raro ver al herrero recurrir a la corriente de una vulgar pila de linterna para recargarla, lo que nos puede parecer completamente aberrante cuando no imposible. Al lado de las joyas de plata de forma tradicional, los herreros nunca van cortos de ideas nuevas. Así es como han añadido a su abanico de posibilidades estuches para encendedor de plata labrada con motivos tradicionales, que confieren a los mecheros desechables un toque de distinción nada negligible. El mismo principio se ha aplicado a los bolígrafos de una marca francesa mundialmente conocida, para los que se ha concebido un ingenioso estuche en forma de tubo liso o hexagonal. Estos nuevos productos han sido probablemente sugeridos a estos artesanos por simples turistas o hábiles comerciantes, aunque uno no puede dejar de maravillarse ante la capacidad de adaptación que demuestran en cualquier circunstancia.

La cestería:

Aunque la mayoría de los abanicos, harneros, pequeños cestos y medidas de grano sean trenzados por todas las mujeres, algunos objetos más especializados son de la incumbencia de artesanas especializadas, como las mujeres de los Ikadammaten, en las inmediaciones de Tahoua (Níger), que manufacturan biombos para las tiendas (shitek) con tallos de afazo (Panicum turgidum) unidos con ligaduras de cuero y adornados con bordados de algodón policromos, así como las esteras de los lechos, que se amontonan hasta formar una especie de colchón. Su producción tiene fama y se vende en todo el país. En el Ayr, las esteras que sirven para formar el techo y el suelo de la tienda están trenzadas con hojas de tageyt (duma, la palmera Hyphaena thebaica), especie que se halla sobre todo en esta región. Por otra parte, quienes venden las esteras a los tuareg son los sedentarios hausa, que las adornan con fibras teñidas de verde, violeta y negro.

La alfarería:

La vocación nómada de los pastores tuareg les impide llevar en su equipaje utensilios frágiles. Por dicho motivo los recipientes de cerámica son escasos, especialmente si tenemos en cuenta que su fragilidad se ve agravada por una técnica que no permite alcanzar una temperatura de cocción que garantice a dichos objetos una solidez mínima. Sin embargo, todavía hay una tribu de herreros en la región del Azawagh nigeriano, los Ikanawen, cuyas mujeres están especializadas en la fabricación de canaris (jarras para el agua) y ollas, cocidas en una fosa cubierta con una capa de boñigas de vaca secas a las que se prende fuego. Pero estos cacharros son reemplazados poco a poco por artículos vendidos en el mercado, como las ollas de aluminio recicladas o las jofainas y otros objetos de madera importados de los países asiáticos a través de Nigeria.

Técnicas y símbolos decorativos

Junto al arte de la orfebrería, los artesanos tuareg consagran toda su inspiración a la artesanía del cuero, especialmente a la confección de bolsos de gala y almohadones. Esta inspiración se alimenta de una larga tradición simbólica que hace referencia a creencias preislámicas en la que dominan los motivos decorativos geométricos —dameros, redes de rombos, triángulos equiláteros, puntas de flecha estilizadas, cruces—, aunque, como los artesanos moros, también recurren a las fuentes coránicas, pero con mayor discreción; por ejemplo, las "cabezas de las tablillas coránicas".

En efecto, aunque musulmanes, los tuareg se protegen del mal de ojo, creen en el valor curativo y profiláctico del cobre y la cornalina, en la influencia maléfica del hierro, y, mucho, en los pueblos infernales de la Nada (Kel Essuf), los de la noche (Kel Ehad), los de la Duna (Kel Tenere), contra los que se protegen mediante la observación de ciertos ritos, y el uso de amuletos y decoraciones simbólicas. Son las realidades míticas de la vida cotidiana, pequeños recordatorios de los cambios de humor del viento, de la tierra, de los árboles, de los objetos contra los cuales es posible luchar tomando algunas precauciones casi automáticas, tan simples como comer, beber o dormir. A través de su arte nos revelan, por lo tanto, ese estado de "simbiosis con la naturaleza".

Los elementos decorativos:

En el cuero se graban algunos signos del tifinagh, como la Z (#), en su entonación suave, pronunciada a la manera de la 'S' intervocálica francesa o catalana. Los toman de la fauna, pero de una fauna vista como la ven los cazadores, una manera universal de ver que los prehistoriadores reconocen cuando estudian el arte parietal: la huella. Y bajo ese aspecto, que toma el carácter de un ideograma, se puede "leer":
- la pezuña de la gacela
- la huella del chacal
- el rastro de la hiena
- el paso de la pintada
También recurren a su ciencia astrológica, integrada en sus procedimientos de adivinación. Por consiguiente, hallamos el sol, la luna, la estrella.

A pesar de las "prohibiciones" del Islam —no codificadas en el texto sino por el uso— no falta la figuración humana. Así, un triángulo es una mujer sentada. Unos trazos opuestos en forma cóncava y convexa son las cejas, aunque a veces con esta precisión: "las cejas del diablo". La presencia del hombre se revela mediante las ighatimen, "las huellas de la sandalia", o los dedos, "el rastro de los dedos en la arena".

Los animales son extremadamente estilizados, hasta el punto en que a veces es difícil establecer diferencias entre la mariposa y el lagarto, siendo el lagarto uno de los procedimientos adivinatorios (timekelkelin) practicados en el Tassili del Ajjer y de los que Charles de Foucauld hablaba en su diccionario. La tórtola, tejida en las esteras con finas tiras de piel, no es otra cosa que una espiga. El "gran pájaro" sería francamente ilegible sin las indicaciones de los tuareg. En lo tocante al "pájaro nocturno", es evocado simplemente por su ojo.

Los procedimientos:

Los procedimientos de la ornamentación son sobre todo el gofrado, el troquelado, la excisión, las aplicaciones, la pasamanería, las tiras de cuero caladas y recortadas, más que decoraciones a pluma o pincel, que se encuentran sin embargo, por influencia mora, en las regiones de Tombuctú, Gundam, Gourma-Gharus, Adrar de los Ifora, justamente las zonas de contacto entre tuareg y moros. Las herramientas utilizadas son principalmente punzones de troquelar provistos cada uno de un motivo diferente, cuchillos para el cuero, láminas para los pliegues, punzones para coser el cuero y cola. Y, por descontado, el pequeño taburete-banco de trabajo que toda artesana lleva consigo. La elección de los colores indica, en general, el origen de los artesanos según el estilo en que han sido ordenados: el verde (amanzer) es el color noble por excelencia para los tuareg. Es una protección por sí mismo, independientemente de las formas en que se presente. Este color, muy particular, puede ser considerado uno de los mejores medios para identificar el material de cuero en el Sahara. El centro tradicional de fabricación del verde es Kano, aunque hay, por descontado, otros lugares como, por ejemplo, Sokoto. Se trata de una preparación a base de óxido de hierro, limón, pelos de cabra y aceite de cacahuete a la que se añade un polvo verde, zinzari (hausa), que es sulfato de cobre. El color obtenido es un verde esmeralda de aspecto metálico que, gracias a la presencia del sulfato de cobre, posee la ventaja, rara en los colorantes indígenas, de resistir la luz. Se vende en pequeñas piezas como, por ejemplo, estrechas barritas de 4 x 50 cm. En el Hoggar, la industria local, reducida a algunas artesanas, procede de modo algo diferente: sulfato de cobre, mantequilla y sal de amoníaco. Un verde más sombrío, de calidad inferior, bastante irregular en cuanto a su coloración, se consigue a base de anilina y se denomina con la expresión hausa algasa. Se produce con medios locales: tierra salada, un mordiente y una planta de tinte. El negro, ikawalen, se obtiene por diversos procedimientos en los que intervienen huesos calcinados macerados y trapos quemados mezclados con polvo de antimonio (tazolt); marga del fondo de la charca, quemada y mezclada con ceniza de trapos; el fruto de ahuggar machacado con arcilla y hollín de la forja; la maceración durante cuatro días de herrumbre y óxido de hierro en una caja de metal llena de agua a la que se añade una porción de azúcar. Otro negro que en realidad es un azul oscuro, pero que los tuareg denominan negro, se obtiene recurriendo a una piedra amarilla. El blanco, ¡mellen, consiste en un tratamiento de la piel, no en una coloración. Se obtiene con la ayuda de una hierba, tedesei, o mediante un baño de leche cuajada y tanino; con arroz blanco machacado y mantequilla; con sal molida y mantequilla, o mediante una piedra blanca, cheb, reducida a polvo, añadida al agua y destinada especialmente a teñir las pieles más finas.

El amarillo, irwagh, se obtiene recurriendo a vegetales, limaduras de latón, polvo de leche mezclado con harina de mijo, con sal y mantequilla. Por último, el rojo, karandafi o izwagh, se obtiene con espatos de sorgo, natrón y agua, procedimiento muy simple que da un bello rojo clásico a todos los guadamacíes del Sahel. La mezcla se hace enseguida, así como la toma de color. Los operarios empapan la piel en ese baño una o dos veces, la sacan y la secan. Desgraciadamente, este color, muy frecuente en la artesanía del cuero tuareg, palidece rápidamente al ser expuesto a la luz.

Las "recetas" enumeradas hasta ahora son tradicionales. Ni que decir cabe que los tintes utilizados en la actualidad son en su mayor parte sintéticos y de origen industrial.