VI. El volumen

El carácter de sólido del objeto escultórico lo vincula a la sensación del espacio. El volumen es un espacio ocupado, pero lo que perciben los ojos es un envolvimiento de dicho espacio, es decir, la forma, y a través de esta superficie-forma se produce la sensación de espacio ocupado (el volumen). En la forma se dan cita elementos como el color y la textura, que son los ingredientes materiales de la superficie [FIGURA 1].

La constitución del volumen se ejercita de muy distintas maneras. Hay un volumen rotundo, de núcleo cerrado, que presenta el aspecto de un cuerpo geométrico, de superficies planas o curvas. La historia de la escultura ofrece numerosos ejemplos de ambos tipos de superficie. La escultura del siglo XX desarrolla programas geométricos que han sido ya explorados en todas las culturas del pasado. La misma realidad biológica del hombre indica que su cuerpo es un juego de volúmenes sencillos, cuales la esfera, el cubo y el cilindro. Los dibujos egipcios, los estudios de Durero y las modernas teorías de Cézanne acreditan esta realidad. Escultores del siglo XX, como Ferrant, han obtenido excelentes resultados articulando volúmenes geométricos.

Pero la preocupación de la escultura puede extenderse a lo que hay dentro. El arte no termina en la realidad visual. Los hombres poseen una interioridad activa, y cuando se ve, a la vez se piensa. Hay un espacio interior y, por consiguiente, también un volumen y unas formas. La escultura del siglo XX tiene muy presente este volumen interno.

Esto lleva a fragmentar y cuartear el volumen exterior para penetrar en sus entresijos. Tal vez sea una consecuencia de la ciencia actual, que todo lo investiga. La escultura cubista y la orgánica ofrecen importantes realizaciones en esta conquista del volumen interior, como lo demuestran las obras de Pablo Gargallo y Henry Moore [FIGURA 2]. Lo admirable es que no hay ruptura entre un espacio y otro, sino continuidad.

Los volúmenes configurados con planos rígidos están relacionados con la arquitectura. Hay esculturas que se acoplan a la forma de un pilar, o acumulan cuerpos como si tratara de un ensamblaje de perfiles, frisos y basas, en los cual puede entreverse un modelo antropomórfico: pies (basa), tronco (pilar) y cabeza (ábaco). En la escultura prehispánica americana, esta forma arquitectónica con volúmenes planos rígidos aparece a menudo [FIGURA 3].

Los volúmenes de superficies curvas, generalmente convexas son más corrientes, acaso porque están más cerca de la realidad corporal del hombre. La obesidad o esteatopigia ya está presente en las primeras manifestaciones escultóricas de la humanidad y determinan en gran manera el tratamiento del volumen [FIGURA 4]. Se eliminan las arrugas y se combinan graciosamente las curvas en movimientos de torsión. La luz bate sobre las superficies, sin posibilidad de producir sombras. Todo el encanto de la escultura del Indostán reside en esta definición del volumen redondeado, estático (escultura budista) o dinámico (escultura brahmántica) [FIGURA 5].

La contemplación del volumen y el recreo en las superficies invitan al tacto. La vista no es suficiente para juzgar si la forma es blanda o tersa, cualidades que nada tienen de accidental. La tersura interviene en obras que apuntan a la eternidad y la permanencia, como las del arte egipcio, con personajes arquetípicos de lozanía perenne. Pero cuando deseamos expresar la realidad humana, vemos que la base corporal del hombre —la carne— se caracteriza por su blandura. Si lo terso aleja, lo blando aproxima. Lo terso induce suaves caricias y lo blando incita a la presión. Hasta que los dedos no se hunden en la materia no se obtiene la complacencia. La escultura ha deparado notables conquistas en la producción de efectos de morbidez, con un arte dirigido a la sensualidad. En el naturalismo de Praxiteles [FIGURA 6] y de Bernini la superficie adquiere una notable exquisitez gracias al pulido moderado, que consigue una delicada matización de luz y sombra.

FIGURA 4. Venus de Willendorf. Paleolítico superior. Viena. Naturhistorisches Museum.
Escuela de Mathura: Buda. Dinastía Gupta. Hacia el 380. Arenisca rosa, 217 cm
FIGURA 5. Escuela de Mathura: "Buda". Dinastía Gupta. Hacia el 380. Arenisca rosa, 217 cm. Muttra. Museo Nacional.
Praxiteles: Hermes. Siglo IV. Olimpia.
FIGURA 6. Praxiteles: "Hermes". Siglo IV. Olimpia.