Las mozas del cántaro

Goya. Las mozas del cántaro. Hacia 1791

Las mozas del cántaro
Hacia 1791
Oleo sobre lienzo
34 x 21 cm
Colección Paloma Mac-Crohon Garay

Al morir Carlos III en diciembre de 1788, los nuevos reyes, Carlos IV y María Luisa, cambiaron su residencia de El Pardo por el palacio del interior del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En consecuencia, los proyectos decorativos del primero se suspendieron pero la Manufactura de Tapices continuó su trabajo, aunque se afirma que para otros proyectos "se saquen dibujos que agraden, y en que luzca el buen gusto"; a tal efecto, con fecha 20 de abril de 1790 se comunicaba al arquitecto de la corte que "el Rey se ha dignado determinar los asumptos de cosas campestres y jocosas, que quiere se representen en los tapices"

Así, Goya recibió su último encargo de cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. El artista, famoso ya, e indiferente a trabajos que consideraba casi artesanales, fue alargando su ejecución, que finalmente llevó a cabo entre 1791 y 1792, pintándolos para el Despacho del Rey en el área palaciega del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Para entonces era Pintor de Cámara y la amenaza del rey de suspenderle el sueldo le obligó a comenzar. Sin embargo, su viaje a Andalucía en 1793 y la grave enfermedad que le afectó seriamente dejándole sordo, le impidieron proseguir y la serie jamás se completó según el plan original previsto.

Se integra en el grupo célebre del que forman parte entre otros La boda, El pelele, Los zancos y Las gigantillas. Son muy distintos de tamaño -hay cuadros de dimensiones relativamente grandes, siendo uno de ellos el presente- e incluso de captación de la realidad, aunque analizando cada uno hay un común denominador de sátira amarga subyacente, predominando el entorno rural sobre el urbano, característica de las series anteriores,

En el presente boceto aparecen tres muchachas, de las cuales dos llevan cántaros sobre la cabeza y en las manos, mientras una tercera se apresta a rellenar recipientes en la fuente, diferenciándose claramente del cartón definitivo más incitante y crítico, y en el que aparece además un niño, que se sitúa ante las jóvenes. Las mozas visten bellos trajes de brillante colorido y llevan joyas populares al cuello; aparentan mirar a alguien que fuera del cuadro las contempla y valora su actitud, en la medida en que saben que agradan al espectador. En el cartón, Goya ha introducido sensibles cambios, quitando a la que está pendiente de surtirse de agua y contrariamente, aparece de pie, tras la otras dos, dándoles al parecer ciertos consejos. Además, ha eliminado el pilar coronado por pirámide y bola, reduciendo la verticalidad de la estructura. Con todo, es un cuadrito intuitivo y pleno de encanto no en vano los personajes gozan de un espíritu aldeano, pleno de inmediatez y simpatía.

Al fondo se adivinan las casas o masas de edificios de un conjunto urbano, desdibujadas y casi informes, no obstante su acusada tendencia a los volúmenes cúbicos. El cielo es luminoso y claro, con áreas azules y blancas y las sombras que las tres arrojan sobre el suelo y la parte más oscura del muro permiten observar la facilidad de Goya para recrear el espacio, dentro de términos reducidos.

Es posible que el artista quisiese un significado especial para la escena que puede ser analizada iconográficamente en relación con la mujer anciana -una "celestina" preparada para ejercer su "ministerio"- y los cántaros en equilibrio sobre las cabezas de las muchachas, indicio de una frágil virtud en vías de quebrarse a la menor tendencia a la inestabilidad, en lo concerniente a la castidad femenina. No hay que olvidar tampoco el simbolismo de La boda y El pelele, estrechamente vinculados a la atmósfera que aquí se respira, aún cuando la interpretación haya que encaminarla por senderos distintos. Tomlinson se inclina por la teoría aquí expresada; por el contrario Chan llega a considerar a las figuras como una alegoría de las cuatro edades del hombre, lo que tal vez resulte algo forzado.

La inscripción X13 que aparece al reverso identifica a la obra con una pieza del inventario de 1812 hecho a la muerte de Josefa Bayeu; no obstante, tal número también corresponde a La aguadora y El afilador, del Museo de Bellas Artes de Budapest.

La inspiración de la obra tal vez provenga remotamente de un lienzo del francés Michel Ange Houasse, pintor de Felipe V, quien entre sus numerosos cuadros de pequeño formato, con alguno de los cuales determinadas obras de Goya mantiene concomitancia, posee uno, Mujeres en la fuente (Patrimonio Nacional), que no está excesivamente lejos de éste, aunque tal cuestión sea una hipótesis estética más que una certeza.

Juan J. Luna.