Retrato de hombre con sombrero

Goya. Retrato de hombre con sombrero. Hacia 1773

Retrato de hombre con sombrero
Hacia 1773
Oleo sobre lienzo
31 x 42 cm
Museo de Zaragoza, 9.257

Este magnífico retrato de hombre joven sigue siendo un enigma para los estudiosos. La crítica no se pone de acuerdo en cuanto a su autoría ni a la identidad del modelo. Se han barajado varias posibilidades: que se trate de un autorretrato de Goya joven; que sea un retrato de Francisco Bayeu pintado por su cuñado Goya o el autorretrato de Francisco Bayeu.

La primera referencia documental que se tiene sobre esta obra es del año 1828, fecha de la publicación del Catálogo de las pinturas y esculturas de la Real Academia de San Luis de Zaragoza, redactado por N. Lalana y T. Llovet, en el que aparece con el número 22, que todavía es visible sobre el lienzo en el ángulo inferior derecho, e identificado como Retrato de Francisco Bayeu por su propia mano. En el catálogo de la exposición conmemorativa del primer centenario de la muerte de Goya, celebrada en el Museo de Zaragoza en 1928 aparece identificado como Autorretrato de don Francisco Bayeu y justifican que "para atribuir a D. Francisco Bayeu esta hermosa producción se funda la Academia en el catálogo razonado que de las obras de su Museo redactaron en 1828 profesores contemporáneos de Bayeu y de Goya". En esas fechas ya se había adjudicado la autoría de la obra a Goya por parte de algunos autores como Beruete y Mayer.

Lo cierto es que no conocemos la fuente de ingreso de esta pintura en los fondos de la Academia. Es razonable pensar que entró a través de una donación del entorno de los Bayeu y que, por consiguiente, se le atribuyera no sólo la propiedad sino también la autoría. Pero no olvidemos que, en el entorno familiar de los Bayeu, Goya está presente al menos desde 1763 y de sus primeras etapas el maestro conservaría algún trabajo considerado menor y por lo tanto anónimo.

Lalana y Llovet no esgrimen argumentos y hay que tener presente que en la redacción de su catálogo hay atribuciones confusas, incluso entre los que podemos considerar sus contemporáneos. Así pues el argumento documental, sin demasiada fuerza desde mi punto de vista, adjudica esta obra a la mano del suegro de Goya sin más justificación. Desde el punto de vista artístico, y al margen de las identificaciones, no cabe duda de la calidad excepcional de este retrato.

Se nos presenta como un estudio sin concluir en el que se observa un preciso dibujo y un estudiado efecto lumínico, con un claroscuro muy marcado. El gran sombrero oscuro deja en sombras parte del rostro, lo que no resta expresividad a la mirada y, sin embargo, realza el modelado de la zona iluminada, destacando el tratamiento de la boca, cuyo rictus y carnosidad concentra junto con la mirada toda la fuerza psicológica del personaje. Ironía o escepticismo parece reflejarse en este rostro de gran carga expresiva y naturalidad, que establece una fácil comunicación con el espectador y nos parece tan cercano.

Este sombrero, muy popular en la indumentaria dieciochesca, aparece de forma repetida en escenas en las que Goya refleja ambientes populares, La caza de la codorniz, El juego de pelota o Los zancos, por ejemplo. El recurso de la sombra del ala ocultando la mirada está presente en el personaje central de La caza de la codorniz, entre los majos de La maja y los embozados y este efecto lo desarrolla en la luz tamizada sobre el rostro femenino de El quitasol e incluso en la mujer con sombrero de La gallina ciega.

Sin embargo estamos ante un boceto, un estudio preliminar, como lo prueba el que quede a la vista la capa pictórica de preparación, la imprimación rojiza, tan característica de Goya pero también de la escuela aragonesa en la que se forma con Luzán y Bayeu. Es un boceto acabado. Algo similar a lo que realiza Mengs en sus estudios de cabezas, como la del papa Clemente XIII, la de María Luisa de Barbón, ambas en colecciones particulares, o las de apóstoles conservados en el Museo del Prado (N.I.2202/2203).

En un examen detallado de la obra pudo comprobarse que la tela era de buena calidad, gruesa y muy tupida, y que esa capa preparatoria de ocre rojo no la cubría en su totalidad, lo que no es de extrañar tratándose de un boceto. La exquisita soltura del pincel, los estratégicos empastes, los efectos de penumbra y claroscuro, la naturalidad expresiva del personaje y el efecto de lo inacabado dan a esta obra un toque de modernidad que encaja perfectamente en la trayectoria goyesca.

María Luisa Cancela Ramírez de Arellano.