Retrato del Duque de San Carlos

Goya. Retrato del Duque de San Carlos. 1815

Retrato del Duque de San Carlos
1815
Óleo sobre lienzo
237 x 153 cm
Museo de Zaragoza
Depósito del Canal Imperial de Aragón

Junto con el retrato de Fernando VII, este retrato del duque de San Carlos fue encargado a Goya para el Canal Imperial de Aragón a propuesta de su protector, don Martín de Garay, en septiembre de 1814. Ambos retratos los pintó Goya en la primera mitad de 1815 y recibió por ellos 19.080 reales de vellón (véase la ficha del retrato anterior).

Éste es, sin duda, uno de los mejores retratos pintados por Goya, ya que supo sacar partido de una figura nada atractiva, pues el duque de San Carlos era bajo, feo y corto de vista, defectos que disimuló con maestría, con lo que debió dejar muy contento al que por entonces era el hombre con más poderes políticos en España, después del rey Fernando VII.

José Miguel de Carvajal, Vargas y Manrique (Lima, 1771-París, 1828), duque de San Carlos, fue un reaccionario vinculado desde su juventud al futuro Fernando VII, incorporándose ya a su «cuarto» cuando era Príncipe de Asturias. Participó en la frustrada Conspiración del Escorial (1807) y en el Motín de Aranjuez (marzo de 1808) contra Manuel Godoy. Tras el éxito del motín y la llegada al poder de Fernando VII, éste le nombró mayordomo mayor de palacio.

Formando parte de su consejo privado acompañó al rey al exilio en Francia, en el castillo de Valençay. Tras el regreso del Deseado a España en 1814 y la restauración del absolutismo, el rey premió su fidelidad y servicios, pues le ascendió a teniente general y le nombró secretario de Estado. Entre 1814 y 1816 acumuló también los cargos de director perpetuo del Banco de España y de director de la Real Academia Española, sin tener dotes ni aficiones literarias. En esa institución se dedicó a expulsar a los miembros liberales y afrancesados, para colocar a amigos suyos.

El veleidoso Fernando VII le destituiría de la secretaría de Estado con el grotesco pretexto de su cortedad de vista, aunque luego le rehabilitaría para encargos diplomáticos en el Congreso de Viena, donde demostró escasas dotes. Tras el Trienio Liberal, desde el Consejo de Estado, defendió posiciones ultra absolutistas o apostólicas.

Para el rostro del retrato Goya se basó en el estudio de busto que había hecho del natural al personaje, pieza que hoy está en la colección madrileña del conde de Villagonzalo. En este retrato del Canal Imperial, bajo la cabeza se percibe la cuadrícula de la que se valió Goya para trasladar la figura del duque. San Carlos aparece en un salón de palacio, con efecto de penumbra. Viste de etiqueta, mezcla de indumentaria cortesana y militar de teniente general, formada por casaca entorchada y calzón negro. Adopta una pose pretenciosa, apoyándose con una mano en el bastón de mando, como si fuese a dar un paso de minué.
Sobre el pecho lleva el Toisón de Oro, la banda e insignia de la Real Orden de Carlos III y otras condecoraciones y, a la cintura, un rutilante fajín rojo que se convierte en el foco de atención visual del retrato. El bicornio, bajo el brazo, y un billete en la otra mano completan la indumentaria.

Goya atemperó al máximo los defectos físicos del duque, a los que ya he aludido, colocándole la cabeza de perfil, a fin de reducir la sensación negativa de su marcada miopía y de su saliente mandíbula inferior. Además, hizo alarde de un gran virtuosismo técnico en la recreación de los entorchados, de las condecoraciones y de las calidades de las telas por medio de toques rápidos y luminosos, empastes y frotados que la vista del espectador se encarga de fundir desde la distancia, en efectos pre-impresionistas.

Arturo Ansón Navarro.