La pintura es, sin lugar a dudas, la manifestación artística que mejor conoce el público. Si hiciéramos una encuesta preguntando nombres de artistas pintores, escultores y arquitectos, veríamos que la desproporción de conocimientos en favor de los primeros es notable. A ello contribuye su inclusión mayoritaria en los grandes museos, salas de exposición, entes públicos y casas particulares. Sin embargo, su lenguaje es, a menudo, desconocido incluso por los coleccionistas y asiduos a exposiciones y pinacotecas. El hecho se constata al comprobar cómo el espectador de un cuadro primero mira la placa con el nombre del autor para, a partir de sus conocimientos, admirar y extasiarse delante de él. Así, su valoración no tiene en cuenta la obra, sino el autor.
El objeto artístico en general, y el pictórico en particular, ha de analizarse desde el punto de vista formal o plástico, así como desde el de su contenido y significado. Ambos aspectos precisan de una información previa basada en unos conocimientos de composición, una posesión de gusto estético y una comprensión del significado del tema.
Una primera condición para enfrentarse a la obra es la de huir de un apriorismo estético e ideológico que condicione nuestra valoración. El conocimiento de la Historia del Arte es condición indispensable para no caer en errores al juzgar la pintura. Debemos hacer un esfuerzo para situarnos en el espacio y el tiempo en que la obra y así, desde dentro, poder entenderla, aunque no compartamos una determinada estética y/o ideología.
En segundo lugar, debemos huir de la influencia del tema, que, al ser más o menos agradable, puede condicionar nuestra visión.
El arte abstracto, al formularse únicamente en términos plásticos, ha ayudado a comprender la forma por encima de cualquier otra valoración, enseñándonos que una composición no es buena o mala en función del tema, sino en función de la perfecta adecuación plástica al contenido. El arte abstracto consigue el máximo de depuración pictórica al formularnos ideas a través de formas púramente plásticas. Hay que huir, pues, de la experimentación de un placer estético en función de si el tema coincide o no con nuestro gusto. Un primer estadio de placer estético sensorial tiene muy en cuenta este gusto y se expresa en términos de aceptación o rechazo; en cambio, en un segundo momento, el de placer estático intelectual, se consigue una valoración mucho más enriquecedora y verdadera.
La percepción visual de la obra de arte pictórica ha de tener en cuenta la forma cómo significación. Diversos autores han incidido en este punto. Se habla de la vida de las formas, espíritu de las formas, contenido de las formas, significado de las formas y otras muchas afirmaciones que hacen girar sobre lo formal la base de la obra de arte. Veremos a lo largo de estos capítulos como las formas en sí tienen un significado, haciendo variar la comprensión del cuadro. El pintor, a través de la composición, nos introduce en el tema de diversas maneras haciéndonos ver lo que no hay en realidad. Según como exprese la composición, su significado variará. La elección del instante de un devenir y su fijación en un momento, presupondrá una toma de posición ideológica, al igual que el cómo se plasma este instante, este momento.
Estas consideraciones nos llevan a la constatación de la no existencia de una igualdad realidad-representación. La pintura se convierte así en una realidad nueva: la realidad plástica, con su propio lenguaje y su propia vida interna. Y este lenguaje lo podemos fijar a lo largo de la Historia del Arte en conceptos antagónicos: Especulación/Decorativismo; Contención/Expresividad; Clasicismo/Barroco; Lineal/Pictórico ... son tomas de posición que explican diversas posturas artísticas.
El espectador ha de mirar la obra. Esta afirmación, que parece una evidencia, es para nosotros fundamental, ya que la mayoría de espectadores reconocen la obra, la clasifican, saben de su significado, pero sin embargo no prestan atención en su contemplación. Así, una copia del original tendría el mismo valor para ellos. No hablamos gratuitamente, ya que para muchos espectadores, e incluso eruditos, el reconocimiento de la obra es lo único esencial. No reivindicamos el papel del connaisseur que también interpretado fue Daumier en un satírico dibujo, pero sí que la manera personal e invariante es factor fundamental en el campo pictórico, y hemos de conocerla. Lo dicho anteriormente nos sirve para terminar esta breve aproximación con la necesidad del conocimiento de las técnicas artísticas. En estas páginas, al lado de las estrictamente pictóricas - fresco, temple, óleo ... -, veremos las técnicas sobre papel - dibujo, acuarela, gouache... - y las nuevas técnicas expresivas sobre soporte plano - tierras, collages... -. Por último, incluiremos el grabado, el cartel y el comic, por ser procesos creadores alejados de la instantaneidad de las otras técnicas y por incluir un factor nuevo: su multiplicidad.
El lector podrá comprobar que, a pesar del desconocimiento de su autoría, el cuadro tiene unos valores plásticos que hace que lo atribuyamos a un gran artista. Tenemos que acostumbrarnos a mirar la obra en función de sí misma, nunca en en relación con el artífice, ya que este hecho supondría caer en un error de análisis al adecuar un gran autor a una gran obra. Un pintor llega a ser primera figura del arte, no por la totalidad de sus realizaciones sino porque ha sabido formular un nuevo lenguaje y su media de calidad es alta.