Otro punto de importancia eran las enormes dimensiones del lienzo, de 390 x 601 cm. A partir de la década de 1870, las medidas de los cuadros de historia habían aumentado de modo considerable y esta tendencia se hizo cada vez más visible precisamente en los últimos años en que se cultivó este género. Esto se traducía en composiciones con mayor número de figuras, cuya disposición y encaje implicaba una dificultad creciente. A veces esto producía una resolución sumaria, como ocurre en el de mayor tamaño de todos, Origen de la República romana (año 598 antes de la era cristiana) (Museo del Prado), de Casto Plasencia (1846-1890), primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1878. Sin embargo, el cuadro de Torrijos revela una ejecución más acabada, aunque no prolija, que pone de manifiesto una notable evolución respecto a la etapa anterior del artista y su asimilación del naturalismo durante su estancia en París. Fue allí, en efecto, en su estudio de la calle de La Bruyére, donde pintó la obra.
El plazo de tres años para la realización de su cuadro, condición importante del encargo, fue asumido por el pintor con toda responsabilidad, hasta el punto de que no consumió ese periodo. Así, en mayo de 1888 la pintura estaba terminada y enmarcada, y a finales de dicho mes se encontraba en la frontera con Francia. El lienzo no tenía que satisfacer derechos, pero sí el marco, lo que asumió y gestionó el Ministerio de Fomento56. Por otra parte, consciente de la relevancia de lo que había realizado y, ante la duda de que su obra tuviera un lugar apropiado en un Museo Nacional de Pintura y Escultura con graves problemas de espacio, el artista quiso presentarlo al público de modo aislado y personal. Encontró el sitio apropiado en el amplio espacio del Pabellón Central del Retiro, actual palacio de Velázquez, que había sido sede de las exposiciones de la Minería y de Filipinas y en el que se preparaba entonces la inauguración del Museo-Biblioteca de Ultramar. El hecho de que Julián Calleja formara parte de la Junta directiva de aquella institución pudo haber facilitado la instalación de la obra allí. Precisamente, el día 17 de junio se daba a conocer, con la presencia del cuadro en el salón de la Biblioteca, el nuevo Museo.
Gisbert estaba muy satisfecho del montaje realizado y al día siguiente comunicó al ministro de Fomento, entonces José Canalejas, la petición de que pudiera permanecer un tiempo para que se viera por el público:
Habiendo terminado el cuadro que me encargó el Exmo Señor Ministro de Fomento Don Eugenio Montero Ríos [...] tengo el honor de manifestar a V. E. que dicho cuadro se halla expuesto al público en el edificio en que tuvo lugar la Exposición de Filipinas, situado en el Retiro y en condiciones de instalación que no pueden ser mejores.
Al hacer a V. E. la entrega de mi cuadro, como por esta comunicación lo verifico, me permito rogarle se sirva disponer que permanezca algún tiempo más expuesto al público que aún no ha tenido tiempo suficiente de verlo, y mientras V. E. pueda dar a mi obra la colocación definitiva que estime más conveniente57.
La carta no deja de mostrar las dudas que albergaba Gisbert acerca del destino final de su obra. El hecho de que no citara en ningún momento que el cuadro había sido encargado con destino al Museo Nacional de Pintura y Escultura parece indicar las reservas que tenía acerca de que pudiera exponerse de modo adecuado en este. Esto último dependía del director del Museo, que seguía siendo Federico de Madrazo.
Por otra parte, Gisbert quiso recuperar el dinero que había anticipado para el marco. El artista había encargado a la casa parisina de P. Hombert Fils una moldura dorada con un bocel ornamentado en oro fino y entrecalle lisa58, que mantuvo durante unos años59 y actualmente no conserva, sustituida por otra plana de color negro humo y filo dorado. Dada la entidad de la factura, redactó una solicitud al respecto, que dirigió el 25 de julio al director general de Instrucción Pública. Decía:
Cuando un pintor presenta un cuadro de grandes dimensiones con un marco provisional este suele ir comprendido en el coste total de la obra, pero cuando el marco es definitivo, de oro fino, bien hecho y constituye en sí una obra de arte aparte y cuyo valor toma cierta importancia, se cuenta siempre por separado lo mismo al Estado que a los particulares. Siendo un marco hermoso y definitivo el que lleva el cuadro que representa el Fusilamiento de Torrijos y aprobado por esa superioridad, tengo el honor de acompañar a la presente comunicación la cuenta de dicho marco cuyo importe es de mil pesetas rogando a V. I. tenga a bien dispensarle su aceptación y ordenar su pago60.
Como director que había sido del Prado, Gisbert, muy consciente de la importancia del marco, había elegido uno apropiado. Era habitual que los artistas vendieran la obra en un precio dado y después fueran los compradores o marchantes los responsables de elegir, a veces de acuerdo con el pintor, y costear la moldura. Como se trataba de un encargo, y no de una adquisición en una Exposición Nacional, donde el precio incluía el marco, la pretensión de Gisbert era legítima.
No hay constancia de que Gisbert tuviera éxito en esta reclamación, pero sí de que el cuadro le fue retribuido de inmediato, a pesar de que fue preciso que el Congreso aprobara una modificación de los presupuestos presentados por el Gobierno en su capítulo 14, para Bellas Artes, aumentándose al doble el crédito anual de veinte mil pesetas consignado para la adquisición de obras de arte con destino al Museo Nacional de Pintura y Escultura, que veía así consumidos íntegramente los fondos para compras de ese año.
Una vez adquirida la obra por Real Orden de 28 de julio de 1888, ese mismo día la Dirección General de Instrucción Pública trasladó al director del Museo la resolución de que se hiciera cargo de la pintura, «dando conocimiento á este Centro de haberla recibido», lo que hizo Madrazo, que la inventarió el 30 de julio61. Al tiempo, notificó al Museo-Biblioteca de Ultramar en igual fecha que el cuadro había sido adquirido, y añadía que esperaba «que los dependientes a sus órdenes procuren (como lo vienen haciendo) por la buena conservación del referido cuadro mientras permanezca en el local de su dependencia que hoy ocupa». A esto le contestó Francisco de Paula Vigil y Barreda, bibliotecario de dicho museo, el 3 de agosto, que el lienzo quedaba a su disposición «pudiendo disponer de él en el momento que lo crea conveniente, y teniendo la evidencia que durante el tiempo que en este Establecimiento permanezca, será cuidado y conservado con el mayor esmero»62. El 4 de agosto se proponía el libramiento del dinero para el pago a su autor y tres días después el ministro de Fomento daba su aprobación.
La presentación ante el público favoreció la difusión de la obra y la aparición de numerosas reseñas que seguramente no se habrían producido en esa cifra de haberse integrado de inmediato en el Prado. La visión del cuadro causó una gran impresión ya a los primeros concurrentes, los miembros de la Junta directiva del Museo-Biblioteca de Ultramar, entre ellos su presidente, Víctor Balaguer (ministro de Ultramar), su vicepresidente, Manuel María José de Galdo, y sus vocales, el conde de Morphy, el marqués de Comillas, Julián Calleja y el citado bibliotecario, así como a los primeros representantes de la prensa63. El 1 de julio, el Museo se abrió al público todos los días y allí contemplaron el cuadro los aficionados y visitantes, sucediéndose numerosas reseñas críticas. Jean Laurent (1816-1886) tomó enseguida una fotografía de la obra, a partir de la cual fue grabada en madera por el xilógrafo de mayor prestigio, Bernardo Rico (1825-1894), para la revista de más calidad, La Ilustración Española y Americana (fig. 9)64. Se retiró el 18 de marzo de 188965 para ser llevada al Museo y seguidamente viajó a París, donde participaría, con otros grandes cuadros de historia, en la Exposición Universal de 1889. A su vuelta de la capital francesa otra revista ilustrada, esta catalana, publicó una nueva estampa66.
Con todo ello el artista, tras un trabajo ímprobo que le había llevado a poner feliz término a la que puede considerarse la obra maestra de su trayectoria, podía pensar que había logrado sus objetivos.