Contexto histórico y España

La "igualdad de los sexos" entronca y hunde sus raíces en los filósofos ilustrados del siglo XVIII, quiénes ya se cuestionaban la naturaleza y el papel de la mujer en la sociedad. Con la Revolución Francesa surgen las primeras voces femeninas, pero sus proclamas no salen de los ambientes cultos y literarios en los que se circunscribieron. Finalmente, las principales protagonistas serían engullidas por los vientos revolucionarios. Olympia de Gouges fue ejecutada por realista en 1793; Théroigne de Méricourt, que fue apaleada por mujeres jacobinas, acabó sus días en un manicomio; Etta Palm desapareció de la escena política en 1794 ... y Thermidor y las reformas civiles de Napoleón cercenaron definitivamente este incipiente feminismo.

Si la Revolución Francesa supuso un primer impulso para mejorar la posición de la mujer, otra revolución - la industrial - creó la coyuntura necesaria para el desarrollo y consolidación del movimiento feminista. La sustitución de la unidad de producción doméstica por el sistema fabril con el trabajo en grandes factorías fomentó un rápido proceso de urbanización, que supuso importantes flujos migratorios y provocó un drástico cambio en la estructura y costumbres de las familias. De la intersección de dos movimientos, el de las mujeres de clase media que lucharon para abrirse las puertas de los centros educativos y ser admitidas en la vida profesional, y el que resultó de la creciente preocupación de los sectores sociales más sensibles a las terribles condiciones de trabajo producidas por la primera industrialización y sus lacras más evidentes - alcoholismo y prostitución -, surgirá a mediados del siglo XIX el movimiento feminista con dos focos principales: Estados Unidos e Inglaterra.

A comienzos del siglo XX el movimiento feminista estaba bien organizado en ambos países y ya se había logrado algunas concesiones importantes gracias a sus intensas y beligerantes campañas: las mujeres podían cursar estudios en la mayoría de las universidades británicas y americanas; en la década de los noventa se produjo un rápido incremento en el número de mujeres dedicadas a actividades relacionadas con la medicina, la enseñanza y el comercio y se promulgaron nuevas leyes que conferían a las mujeres un mayor control sobre sus bienes. En Gran Bretaña actuaban grupos bien organizados que hacían campaña a favor del voto, y en 1903 apareció el movimiento militante sufragista dirigido por Emmeline Pankhurst. La campaña a favor del divorcio también ganaba lentamente terreno y muchos estados de Estados Unidos introdujeron reformas legales para facilitarlo. También hubo campañas, más bien limitadas, para proporcionar consejo e información sobre los métodos de control de natalidad.

Se produjo también una revitalización general del interés por el sufragio femenino y se concedió el voto a las mujeres en diversos estados de los Estados Unidos (Wyoming, 1869; Utah, 1870; Colorado, 1893; Idaho, 1896) y en Australia (1902) así como en Nueva Zelanda (1893) y en otros países que siguieron el ejemplo: Finlandia (1906), Noruega (1913), Dinamarca e Islandia (1915), Holanda, la Unión Soviética e Inglaterra (1917), Austria, Polonia, Checoslovaquia y Suecia (1918), Estados Unidos (1920), Sudáfrica (1930), España (1931), Brasil (1934), Rumanía (1935), Filipinas (1937). Tras la II Guerra Mundial, además de Francia (1946), el voto femenino sería aprobado en la inmensa mayoría de países, coincidiendo con las independencias que se sucedieron al fin de los grandes imperios coloniales.

ESPAÑA:

Aunque en el siglo XIX hubo en España algunos casos aislados de mujeres emancipadas, no existió un movimiento feminista bien organizado como los que había en otros países europeos y en los Estados Unidos. Hasta los años en torno a la I Guerra Mundial, precisamente cuando la batalla sufragista estaba llegando a su fin en otros países, no cabe hablar con propiedad de organizaciones feministas en España; cuando al fin surgieron fueron además mucho más bajas, en cuanto a combatividad y afiliación, que las de sus modelos foráneos.

Circunstancias de todo orden abonaron estas peculiaridades del feminismo español. De una parte, el retraso en la industrialización que anclaba a la sociedad española en una economía fundamentalmente agraria y tradicional, ajena por completo a las necesidades de mejor educación y capacitación profesional para las mujeres que exigía el capitalismo. De otra, el difícil proceso de implantación entre los españoles de las doctrinas liberales, anatematizadas por el conservadurismo católico ultramontano y las fuerzas absolutistas que en él se fundamentaban. Además, las tensiones políticas y sociales en España impidieron que las feministas de diferentes opiniones políticas pudieran encontrar ciertas bases comunes y despojaran a su campaña de todo sectarismo político. De hecho, el feminismo español nuca gozó de un desarrollo libre e independiente; fue arrastrado, quizá inevitablemente, al conflicto más general entre la izquierda y la derecha. Su retraso y escasa combatividad se debe en parte al hecho de que la derecha apreciara más plenamente que la izquierda tanto el peligro que podría representar para la causa de una España católica y tradicional, si se le permitía desarrollarse libremente, como su posible utilidad si se explotaba debidamente. Los conservadores, al lograr hacerse con el feminismo, lo volvieron inocuo.