Primeros pasos (1900-1931)

A principios del siglo XX las únicas organizaciones femeninas eran las formadas por mujeres católicas de clase alta que se dedicaban fundamentalmente a la caridad. La primera que se interesó por el feminismo fue la Junta de Damas de la Unión Ibero-Americana de Madrid aunque limitaron sus ideales a las cuestiones sociales - mejores oportunidades en el trabajo y en la educación y supresión de la trata de blancas - dejando a un lado los derechos políticos. En 1906 crearon el Centro Ibero Americano de Cultura Popular Femenina y un periódico que salía tres veces al mes: La Ilustración de la Mujer. Revista Hispano Americana de Música, Letras y Artes. Curiosamente, todos los puestos administrativos y editoriales estaban ocupados por hombres. El primer número (5 de diciembre de 1906) refleja claramente sus ideales. Contiene poemas, música, historias, secciones de moda y de problemas domésticos y dos artículos sobre los derechos de la mujer. El primero, escrito por María Pilar Contreras de Rodriguez, es una explícita declaración del compromiso de la organización con lo que Adolfo González Posada (Feminismo, 1899) llamó "feminismo conservador": rechaza absolutamente la idea de la igualdad de derechos y afirma que la mujer debería aspirar a ser una colaboradora inteligente en la obra magna encomendada a la inteligencia masculina de ser sostenedor y salvaguardia de los hijos. El otro artículo, de Miguel Méndez Alvarez, es un alegato contra el sufragio femenino.

Conservadoras serán también las posiciones de la Lliga Patrotica de Dames, fundada en 1906 como sección femenina de la Lliga Regionalista, el partido conservador catalán, pionero en apreciar la conveniencia de atraer mujeres a su causa. El objetivo de esta Lliga es, como atestigua su boletín Or i Grana, formar a las mujeres catalanas en el nacionalismo para que sean capaces de secundar la acción de los varones de su partido. A ellas no les corresponde el papel de electoras, pues la mujer ha de ser ante todo mujer, es decir el ángel de la familia catalana, e ir a votar es propio y exclusivo de los hombres (Or i Grana, nº 6, 10 de noviembre de 1906).

En el verano de 1907, con motivo del debate parlamentario sobre la reforma electoral - la primera tras la aprobación del sufragio universal en 1890 - dos grupos minoritarios presentarán enmiendas en favor del voto femenino. Ninguna de las propuestas plantea dicho voto en igualdad de condiciones que el hombre, pero eso no es óbice para que sólo nueve diputados voten a favor. Un año más tarde, siete diputados republicanos vuelven a proponer una enmienda también muy limitada: podrán votar en las elecciones municipales - pero no ser elegidas - las mujeres mayores de edad emancipadas y no sujetas a la autoridad marital. Por una veintena de votos la propuesta es rechazada. Sin embargo, estas tímidas propuestas no tienen su continuación en la sociedad y tan sólo algunos periódicos le prestan alguna atención. Destaca en este sentido, el Heraldo de Madrid porque en él escribe una mujer - Carmen de Burgos - que desarrollará a través de sus escritos una importante campaña de información y sensibilización. Será, incluso, la primera en publicar una encuesta sobre el voto femenino y otra sobre el divorcio. Los resultados de la primera - realizada entre octubre y noviembre de 1906 - son muy significativos. De 4.562 respuestas recibidas, 922 eran partidarias del voto femenino, pero sólo 109 lo aceptaban sin ninguna restricción, mientras un número todavía menor, 39, opinaban que la mujer podía ser elegible.

El año 1912 será también una fecha importante para el asociacionismo de las mujeres obreras españolas en sectores bien diversos. En Madrid se funda la Agrupación Femenina Socialista, que buscará integrar un mayor número de mujeres en las filas del PSOE e intentará organizar varias sociedades obreras. Su labor será, en cualquier caso, minoritaria. Aunque en 1913 una mujer, Virginia González, entre a formar parte del comité nacional del PSOE y de la UGT, en 1915 sólo había en el partido tres o cuatro grupos exclusivamente de mujeres. De hecho, una socialista, Margarita Nelken, se quejará de la pasividad de muchas mujeres socialistas, mucho más dispuestas a apoyar las reivindicaciones de sus maridos que a promover iniciativas desde una base de igualdad. Acusará también a las directivas del PSOE de falta de interés por el socialismo femenino, que como fuerza organizada será siempre muy minoritario dentro del partido.

A su vez, desde posiciones católicas que deseaban contrarrestar la influencia de los sindicatos obreros de inspiración socialista o anarquista, se dan pasos para organizar sindicatos católicos para mujeres, que experimentarán un notable crecimiento hasta la guerra civil. Entre estos últimos destacan la Federación Sindical de Obreras (1912), de María Doménech de Cañellas y el Sindicato de la Inmaculada, de María de Echarri.

En 1913 se celebraron en la Sección de ciencias morales y políticas del Ateneo de Madrid varios encendidos debates acerca del feminismo. Participaron en los debates dos mujeres: Julia P. de Trallero, que más tarde sería secretaría general de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, y Benita Asas Manterola, que junto a Pilar Fernández Selfa lanzó el 15 de octubre de aquel mismo año una revista quincenal femenina titulada El Pensamiento Femenino. Aún cuando el consejo de redacción estaba formado enteramente por mujeres, el periódico adoptó la línea conservadora que animaba a las mujeres a que se sacudieran su apatía pero sin perder su feminidad y presentaba el feminismo como un movimiento fundamentalmente humanitario y caritativo y reprendía amablemente a las mujeres que no tuviesen relación con él por estar en buena situación económica. Se rendía tributo al socialismo por su apoyo a los derechos de la mujer pero lamentando el hecho de que sus doctrinas fuesen materialistas, incrédulas a las doctrinas del cristianismo.

El Pensamiento Femenino disfrutó de una vida relativamente breve, pero en mayo de 1917, poco después de su desaparición, Celsia Regis fundaba otro periódico conservador: La Voz de la Mujer. Celsia Regis decidió reunir a las mujeres que habían trabajado por la causa de la mujer o que, en virtud de su posición, podían favorecerla, para formar una organización feminista. Estas mujeres se reunieron en el despacho de la mujer de negocios, María Espinosa de los Monteros, el 20 de octubre de 1918 y decidieron crear la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) que se convertiría en la organización feminista más importante de España. La integran un grupo heterogéneo de mujeres de clase media, maestras, escritoras y esposas de profesionales en el que enseguida destacarán Benita Asas Manterola, Clara Campoamor, Elisa Soriano, María de Maeztu, Julia Peguero y Victoria Kent. En sus actuaciones intentarán coordinar su labor con la de otras mujeres de España y así, con la Liga para el Progreso de la Mujer y la Sociedad Concepción Arenal de Valencia y La Progresiva Femenina y La Mujer del Porvenir de Barcelona, se integrará en el Consejo Supremo Feminista de España.

A ello contribuyó cierto clima de cambio social debido, por una lado, a varias medidas en el campo de la educación y, por otro, al hecho que varios países concedieran el voto a la mujer en los años inmediatamente posteriores al fin de la I Guerra Mundial. Las medidas tomadas en el terreno educativo fueron dos. La primera es la R.O. del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (2 de septiembre de 1910) que establece el libre acceso a la mujer al servicio de cuantas profesiones tengan relación con él, siempre que posea el título académico exigido. La segunda, el Estatuto de funcionarios públicos (1918), que permite el servicio de la mujer al Estado en todas las categorías de auxiliar, y remite a los respectivos reglamentos para determinar su ingreso en el servicio técnico, siempre con los mismos requisitos de aptitud de los varones. Por otra parte, el mundo de la universidad y de la administración pública - con algunas limitaciones: judicatura, notarías, ... - quedaba abierto para las mujeres.

Aunque la ANME aseguraba ser de centro, libre de los extremismos de derecha e izquierda, se inclinaba claramente hacia la derecha. Sus fundadoras pertenecían, en palabras de Soledad Ruiz de Pombo, a las aristocracias de la sangre, del talento y de la virtud y muchas de ellas participaban en las organizaciones caritativas de clase alta. No hacían secreto alguno de sus simpatías políticas: según la vicepresidenta de la ANME, los estadistas de las mujeres españolas eran Antonio Maura, Juan de la Cierva y Eduardo Dato. Bien es cierto que, a pesar de ser firmemente católica, la ANME trató de mantener una postura independiente y evitó toda colaboración con aquellas organizaciones que, pretendiendo defender los derechos de la mujer, en realidad intentaban defender intereses religiosos.

Su programa era amplio sin ser radical ni anticatólico y nacionalista. Pedía la reforma del Código Civil, la supresión de la prostitución legalizada, el derecho de la mujer a ingresar en las profesiones liberales y a desempeñar ciertos cargos oficiales, igualdad salarial, la promoción de la educación y un subsidio para la publicación de obras literarias escritas por mujeres. También se proponían medidas para ayudar a la mujer de la clase obrera, aunque éstas tendían a estar inspiradas por un sentido del deber cristiano y no por un verdadero sentido de solidaridad. En realidad la ANME pertenecía totalmente a la clase media y se concentró en la labor de mejorar las condiciones de las mujeres de su propia clase. Aunque el voto no estaba explícitamente incluido en su programa, la ANME estaba a favor del sufragio femenino. Por contra no figuraba el divorcio (al contrario, pedían el "castigo del cónyuge por abandonar el hogar sin el consentimiento del otro"), nunca se mencionó el amor libre ni el aborto ni el control de la natalidad ni la supresión del concepto de ilegitimidad.

Es difícil determinar el grado de influencia ejercido por la ANME y hasta qué punto fueron responsables de ciertas mejoras en la posición de la mujer. Se atribuyen el mérito de una serie de victorias menores en el campo del comercio, la administración y la universidad: el derecho al voto universitario de la directora de la Normal, la obtención de cátedras universitarias por parte de E. Pardo Bazán (aunque ésto ocurrió en 1916: antes de que existiera la ANME) y de Elisa Soriano, la admisión de la mujer en las oposiciones para diversos puestos de la administración. La realidad es que el progreso de los derechos de la mujer hasta 1931 fue bastante lento; hasta la República no se lograron mejoras sustanciales, y éstas no pueden atribuirse al resultado de la presión directa ejercida por la ANME ni por otro grupo feminista.

En paralelo a la ANME se funda también en Madrid la Unión de Mujeres de España (UME) como una opción interclasista y aconfesional, pero de matiz más izquierdista y cercano al PSOE. La preside en un primer momento la marquesa de Ter, y entre sus afiliadas destacarán María Martínez Sierra, Carmen Eva Nelken ...

Y al amparo de esta onda expansiva surgirán otras organizaciones: la Juventud Universitaria Feminista (1920), fundada en Madrid de la mano de ANME y en la que juegan activo papel Victoria Kent, Elisa Soriano y Clara Campoamor; Acción Femenina, creada en Barcelona en torno a Carmen Karr y puente de actuación en Cataluña de la JUF; y la Cruzada de Mujeres Españolas, colectivo en el que desempeña una importante actividad la periodista Carmen de Burgos y que es el responsable de la primera manifestación callejera pro sufragio en España, cuando en mayo de 1921 sus militantes distribuyen por las principales vías de Madrid un manifiesto firmado por un amplio abanico de mujeres, desde Pastora Imperio a la marquesa de Argüelles pasando por las Federaciones Obreras de Alicante.

Por su parte, la Iglesia promoverá su propia versión del feminismo: El feminismo posible, razonable en España, debe ser netamente católico (María de Echarri, 1918), captando además la importancia de que éste sea cristiano, como se encargará de publicitar, en una bien orquestada campaña en favor del voto, El Debate madrileño: A las derechas españolas, semejante reforma, lejos de asustarles les debe merecer decidido apoyo, puesto que la inmensa mayoría de las mujeres de España son cristianas, católicas (22 de noviembre de 1928). En esta línea se inscribe la Acción Católica de la Mujer, creada en 1919 por iniciativa del cardenal primado Guisasola, al ver en una de esas asociaciones feministas indecorosos radicalismos, impropísimos de la mujer española y, en otra, cierto neutralismo religioso que suscitaba vivos recelos y hacía barruntar serios peligros. Esta asociación experimentará una rápida difusión por todo el país, editará numerosas publicaciones y, en los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, contará con más de 100.00 afiliadas. Su ideario, sin embargo, reafirmaba el papel tradicional de la mujer esposa-madre que debían nutrir el ideal de feminismo según el padre Graciano Martín, para quien el primer derecho que la mujer debía exigir era el derecho al amor, a la institución de una familia y de un hogar.

El voto femenino constituía pues un elemento del debate público cuando el diputado conservador Burgos Mazo presentó, en noviembre de 1919, un nuevo proyecto de ley electoral que otorgaba el voto a todos los españoles de ambos sexos mayores de 25 años que se hallan en el pleno goce de sus derechos civiles, pero incapacitaba a las mujeres para ser elegibles y establecía dos días para celebrar los comicios, uno para los hombres y otro para las mujeres. Nunca llegó a debatirse. El sistema político de la restauración agonizaba en plena crisis, y el golpe de Primo de Rivera levantó su acta de defunción el 13 de septiembre de 1923.

Primo de Rivera demostró un interés paternalista por los derechos de la mujer e hizo determinadas concesiones (leyes de protección al trabajo, facilidades para cursar estudios universitarios, cargos en el gobierno municipal) que, a pesar de todo, dejaban básicamente inalterada su posición. Aunque es de justicia señalar que fue la dictadura la que concedió los primeros derechos políticos a las mujeres. El Estatuto Municipal (1924) otorgaba el voto a las mujeres en las elecciones municipales con muchas restricciones: sólo podían votar las emancipadas mayores de 23 años, las casadas y las prostitutas quedaban excluidas. Luego, con motivo de un plebiscito, organizado por la Unión Patriótica para mostrar adhesión al régimen en el tercer aniversario del golpe, se permitió emitir el voto a los españoles mayores de 18 años sin distinción de sexo. Por último, en la Asamblea Nacional, constituida en 1927 en un intento de recubrir al régimen con un ropaje pseudodemocrático, se reservaron algunos escaños para mujeres elegidas de forma indirecta desde ayuntamientos y diputaciones.